El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se estrenó en el cargo subiéndose en el avión presidencial para ir a ver al grupo de rock The Killers. Toda una apuesta «cultural» que no se vio repetida (sí, como se sabe, los viajes en Falcon) hasta casi hoy.
Un culturalismo repentino, cinco años después de su primera investidura, que se dice que comenzó antes de la ceremonia de los Goya en el rumor de que se fotografió delante de un cine donde proyectaban As Bestas (la mejor película del año en España, según la Academia), pero luego no pasó a la sala a verla, sin que se tengan verdaderas pruebas de si lo hizo o no.
Su aparición en los premios cinematográficos fue otra película u otro capítulo de la serie que comenzó con la espontánea partida de petanca (con militantes del PSOE en Coslada), el partido de baloncesto en silla de ruedas y el desenvuelto encuentro en el domicilio de dos jóvenes cualesquiera, de los que uno de ellos resultó ser miembro de las juventudes socialistas.
El sobrevenido interés cultural de Sánchez se elevó el pasado sábado con su asistencia a la gala y se extendió al acudir el pasado miércoles (junto al ministro de Cultura, Miquel Iceta) al estreno de la última obra dirigida por el recientemente fallecido director Carlos Saura, Lorca por Saura, en el Teatro Infanta Isabel de Madrid, cuando también se le pudo ver departiendo amistosamente con los protagonistas y con la familia del cineasta desaparecido.
A la espera del estreno de la verdadera docuserie presidencial, se asiste a la oficiosa docuserie de propaganda que por el momento ha llegado a la cultura después de los mayores, los discapacitados y los jóvenes, el penúltimo instrumento de su auto campaña de imagen.
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