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29 de marzo de 2024

Hans Scholl, Sophie Scholl y Christoph Probst, integrantes del grupo La Rosa Blanca

Hans Scholl, Sophie Scholl y Christoph Probst, integrantes del grupo La Rosa Blanca

El Debate de las Ideas

Lecciones de La Rosa Blanca

El pasado 6 de marzo falleció, a la edad de 103 años, Traute Lafrenz, la última integrante del grupo opositor al nazismo «La Rosa Blanca»

«Nada hay más indigno de un pueblo de cultura que dejarse gobernar sin resistencia por una camarilla irresponsable de regentes sometidos a oscuros instintos».
Así comienza el primer panfleto de «La Rosa Blanca», un grupo de universitarios alemanes que se opuso al régimen de Hitler, distribuyendo hojas en las que llamaban a la resistencia contra los nazis.
El pasado 6 de marzo falleció, a la edad de 103 años, Traute Lafrenz, la última integrante del grupo opositor al nazismo «La Rosa Blanca». Nacida en mayo de 1919 en Hamburgo, ciudad en cuya universidad comenzó estudios de medicina en 1939. Durante unas prácticas en Pomerania, conoció a Alexander Schmorell, quien había comenzado a estudiar en el verano de 1939 en la Escuela de Medicina de la Universidad de Hamburgo, pero continuó sus estudios de 1939 a 1940 en Múnich. En mayo de 1941, Lafrenz se mudó a Munich para continuar la carrera, conociendo allí a Hans Scholl y Christoph Probst, con quienes colaboró en su oposición al régimen nazi.
«La Rosa Blanca» nació como nace una amistad. Dos hombres se encuentran y se reconocen mutuamente como alguien interesante para vivir la vida. Alexander Schmorell y Hans Scholl se conocen en la Segunda Compañía de Estudiantes de Munich. Ambos estudian medicina y han participado en el cuerpo de Sanidad Militar, en la campaña que conduce al sometimiento de Francia en junio de 1940.
Schmorell odia visceralmente todo lo que significa el nacionalsocialismo. Su origen ruso por parte de madre, pese a la muerte de ésta cuando él tenía 2 años, le marcará profundamente, ya que su niñera, pese a trasladarse por segundas nupcias su padre a Alemania, nunca aprenderá alemán y le educará en la lengua y en la fe ortodoxa de su madre. Sentía a los rusos como a sus hermanos y tuvo que ir al frente oriental.
Hans Scholl, por su parte, se opone al régimen nazi fruto de un itinerario de maduración intelectual. Empezó perteneciendo a las Juventudes Hitlerianas de su ciudad, Ulm. Pero poco a poco se fue desengañando de la propuesta que el nacionalismo le hacía. Se prohibían autores que él amaba, como Stephan Zweig. Se tacha de «arte degenerado» la obra pictórica de Franz Marc, una de sus favoritas. Ya en 1937 se va a adherir a un grupo juvenil prohibido donde se lee a los clásicos y se conversa sobre «obras prohibidas» y donde, incluso, llegan a publicar un pequeño periódico.
Al cabo de unos meses, Schmorell invita a Hans Scholl a unas veladas de lectura que organiza en su casa, donde profundizan en la cultura occidental, leyendo obras literarias, filosóficas y teológicas. En una de esas veladas Hans Scholl conoce a Christoph Probst, antiguo compañero de escuela de Schmorell y, como ambos, estudiante de medicina encuadrado en la Compañía de Estudiantes. Con una formación liberal, también Probst aborrece el nacionalsocialismo, sublevándose no sólo por el trato dado a los judíos, sino también por los programas de eutanasia dirigidos contra los enfermos mentales.
El grupo de amigos se amplía cuando, en 1942, el también estudiante de medicina Willi Graf es destinado a Munich. Graf también destaca por su oposición al nazismo, si bien el origen de su rechazo a la ideología totalitaria fue más temprano y radical que en los otros amigos, debido a sus convicciones religiosas, hasta el punto de que a la llegada de Hitler al poder dejó de hablar a los compañeros de clase que se afiliaban a las Juventudes Hitlerianas.
A estos amigos se unió la hermana de Hans Scholl, Sophie, cuando consiguió matricularse de Biología y Filosofía en la Universidad de Munich.
El camino intelectual y espiritual de estos jóvenes para pasar del rechazo al totalitarismo nazi a la resistencia activa fue muy parecido. Aun cuando únicamente Willi Graf provenía de una familia católica, en todos ellos influyó el renacimiento católico francés y alemán de los años 20. A través de diversos conocidos, y de la amistad de algunos intelectuales como Carl Muth y Theodor Haecker, conocen las obras de Bernanos, Claudel, Bloy, Wilson o Maritain, así como clásicos de la cultura cristiana como san Agustín, santo Tomás de Aquino o Tomás Moro. Poco a poco irán percibiendo el nazismo no sólo como una ideología política de corte totalitario, sino como la negación del hombre, precisamente por renegar de la tradición europea. Como dirán en el segundo de los panfletos, de 30 de junio de 1942, «uno no puede ahondar espiritualmente en el nacionalsocialismo porque es antiespiritual».
Un día, aparecieron en el buzón de Hans Scholl copias de las homilías en las que el obispo de Münster, Clemens von Galen, condenó abiertamente el nazismo. Interpelados por ese hecho, la idea de que debían restaurar la imagen del hombre va abriéndose camino en la mente del grupo de estudiantes, quienes deciden utilizar la única arma de la que disponían: la palabra. En un primer momento pensaron en reproducir y distribuir esas homilías, pero luego prefirieron dirigirse directamente a sus compañeros estudiantes. Con objeto de persuadir a los universitarios y representantes del mundo de la cultura de que iniciaran la resistencia pasiva al régimen de Hitler, los componentes de «La Rosa Blanca» optaron por redactar panfletos contra el régimen, poniendo de manifiesto el carácter malvado del mismo, enviando cientos de copias de cada uno de ellos. En esta tarea, contaron con la ayuda del profesor de filosofía Kurt Huber.
Esta actividad no pasó desapercibida, y desde el verano de 1942, la Gestapo consideró las acciones de «La Rosa Blanca» como uno de los mayores «crímenes políticos» contra el Tercer Reich. A pesar del acoso policial, hasta cinco panfletos vieron la luz entre junio de 1942 y enero de 1943, llegando a miles de personas. Después de enviar el sexto por correo, Hans y Sophie Scholl decidieron repartir en la Universidad las copias que les quedaban el 18 de febrero de 1943. En ese momento, son descubiertos por un bedel, que procedió a detenerlos. Hans Scholl llevaba el borrador de un séptimo panfleto, redactado por Probst, lo cual permitió a la policía secreta descubrir la colaboración de otros amigos en lo que fue calificada como acción de sabotaje. De este modo, el resto de los integrantes de «La Rosa Blanca» fueron descubiertos.
Sometidos a un simulacro de proceso ante un Tribunal Popular, estos universitarios fueron condenados a muerte, siendo guillotinados.
Willi Graf, tras seis meses de cárcel y teniendo ante sí una sentencia irrevocable, escribió a su familia: «¿No deberíamos tal vez casi ser felices de llevar en este mundo una cruz que a veces parece superar cualquier medida humana? Esta es en cierto sentido literalmente secuela de Cristo. No queremos limitarnos a soportar esta cruz: queremos amarla y buscar vivir cada vez más confiados en el juicio divino. Sólo de esta forma se realiza el significado de este tormento».
La historia de la «Rosa Blanca» no se ha perdido en el tiempo. La verdad es perenne y sigue brillando indeleble pese al incansable desgastarse del tiempo. Este es el valor de la tradición y de la cultura para la acelerada actualidad: recordar el palpitar de unos ideales que nos quieren hacer creer que han desaparecido.
El nazismo fue derrotado, pero nuestro mundo está repleto de circunstancias como las que arrostraron estos jóvenes, que nos hacen creer que no hay esperanza.
Ante el nihilismo contemporáneo, resuenan las palabras de Sophie Scholl: «No hay que dar por descontado que, porque todas las cosas sean contradictorias, el hombre deba ser él también contradictorio. Sin embargo, todos piensan así. Ya que estamos insertos en este mundo contradictorio, debemos obedecer sus leyes. Curiosamente este modo muy poco cristiano de ver las cosas lo encontramos en los que se consideran cristianos. ¿Cómo se puede esperar entonces que el destino conceda la victoria a una causa justa, si no se encuentra ni siquiera una persona dispuesta a sacrificarse únicamente por ella? […] ¿Pero existen aún hombres que no se cansen nunca de dedicar su pensamiento y su voluntad a una única causa?»
En la ofrenda que de sus vidas hicieron estos jóvenes universitarios encontramos la mejor respuesta a este interrogante.
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