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17 de mayo de 2024

Cartel de la película 'El hobbit'

Cartel de la película 'El hobbit'

El Debate de las Ideas

'El Señor de los anillos' y el periódico de esta mañana

Pronto ocurre que los hobbits, como nosotros, se ven envueltos en una historia que les supera

Cejas altas. Ojos como platos. Algunas sonrisas. Variedad de rostros: escépticos o ilusionados, divertidos o extrañados… ninguno indiferente. Hace años que formulo esta pregunta en mis clases de Teoría de la Comunicación: «¿En qué sentido El señor de los anillos es más verdadero que el periódico de esta mañana?». Así empezamos a introducirnos críticamente en la reflexión sobre los discursos informativos, persuasivos y poéticos. Este año, con la excusa del 50 aniversario de la muerte de J. R. R. Tolkien (2 de septiembre de 1973), he vuelto a enfrentarme personalmente a esta pregunta, con nuevas lecturas a mis espaldas y un último visionado, del tirón, de la trilogía de Peter Jackson. Sí, 558 minutos, algo más de nueve horas.
Volví a la trilogía con motivo de las jornadas «(Re)Inventar la Edad Media» (Universitat Jaume I, Castelló), buscando elementos que expresaran la cosmovisión medieval. Descubrí muchas cosas, pero hoy quiero compartir una contigo: el valor de los mitos, asunto en el que Jackson nos introduce desde la perspectiva hobbit. La comunidad del anillo comienza con la voz en off de Galadriel explicando la forja de los anillos, su reparto entre los elfos, los enanos y los hombres —que ansían el poder por encima de todo—. Fueron engañados, pues Sauron forjó el anillo único para gobernarlos a todos. Una última alianza de hombres y elfos derrotó al señor oscuro pero no definitivamente, pues este ligó su destino al del anillo, e Isildur se negó a destruirlo.
Esta historia, acaecida en la Tierra Media miles de años antes que los acontecimientos narrados en la película, nos permite a los espectadores comprender con facilidad qué está pasando en el presente de la trama, cuál es el peligro, qué papel juega cada personaje y las posibles consecuencias de sus decisiones, sus combates y sus flaquezas. Esta clave con la que contamos los espectadores la conocen también los protagonistas. El mito sucedido in illo tempore explica el presente, en orden a la salvación o condenación del mundo y de cada quien. El conocimiento de esta historia es responsable de lo que pesa en el corazón de un Trancos que no se decide a ser Aragorn, heredero de Isildur; de la desconfianza que los humanos generan en Elrond —«Estuve allí el día en que la voluntad del hombre fracasó»—; del hobbit que sabe que la salvación de la Comarca pasa por destruir el anillo.
Así como los personajes viven a la luz de esa vieja historia, vivían los medievales a la luz del mito bíblico. Lejos de ser ajenos a las noticias políticas y económicas de su tiempo, las leían e interpretaban desde la comprensión de una verdad más radical, que explicaba su sentido último. Cuando un senescal se engolfaba en su riqueza hasta la demencia de ignorar los problemas del mundo, cuando un rey perdía la esperanza por las palabras tóxicas de sus interesados consejeros, cuando un ejército en ciega obediencia a un tirano acechaba por el este… no miraban hacia otro lado, pues sabían lo que estaba en juego y obraban en consecuencia.
Pero nosotros, lectores o espectadores medios, nacemos hobbits —así lo pensaba Tolkien y lo asume Jackson—. No nos incumbe nada de lo que está fuera de nuestras fronteras. «Apártate de los problemas y los problemas se apartarán de ti», nos decimos con una cerveza en la mano. Nos gustan las canciones de taberna, esas que hablan de nosotros con distancia irónica, sin problematizar demasiado, a modo de desahogo, jugando con las palabras: «Clara-mente no es como suena». «Yo sólo hago música, perdón que te sal-Pique». «Una tipa como yo no está pa’ tipos como tú». «Las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan». ¡Eso es lo que cantaremos este verano!
Pero pronto ocurre que los hobbits, como nosotros, se ven envueltos en una historia que les supera. Huyen a Bree, conocen a Trancos, quien les libra provisionalmente de los Nazgul. Poco antes de dormir, escuchamos a ese misterioso hombre canturrear en élfico. A pregunta de Frodo, sabemos que la dama de la canción es Luthien, una elfa —inmortal— que se casó con Beren, un hombre —mortal—. Cuando él murió, ella, que tenía por delante un infinito de vida sin su amado, murió de pena. Y ocurre que Trancos —hombre mortal— y Arwen —elfa inmortal— están enamorados. La balada de Beren y Luthien le explica a Trancos su propio destino, le hace comprender el pesar de su amada y le ayuda a tomar su indelegable elección.
En Lothlórien, Legolas escucha absorto una hermosa canción élfica. Los hobbits preguntan por el tema. Son lamentos por la caída de Gandalf durante su batalla contra el Balrog, demonio de las profundidades de Moria. Pero, ¿qué dice la letra? Al elfo no le salen las palabras: es imposible expresar tanta belleza y pesar en la lengua común. Sam, animoso hobbit, trata de hacer unos versos sobre los fuegos artificiales que Gandalf lanzaba en la Comarca. Su intento, malísimo, es perturbado por los ronquidos de Gimli. Y así, poco a poco, los hobbits participan en otra historia y otra música. Escucharemos al hobbit Pippin entonar una bella y triste canción ante el senescal de Gondor. Sabe que una típica canción hobbit no sería apropiada cuando la última defensa de los hombres se quiebra ante el empuje del señor oscuro.
Cuando Frodo pierde toda esperanza, Sam le confiesa:
«No deberíamos ni haber llegado hasta aquí. Pero henos aquí, igual que en las grandes historias, señor Frodo, las que realmente importan, llenas de oscuridad y de constantes peligros. Esas de las que no quieres saber el final, porque ¿cómo van a acabar bien? ¿Cómo volverá el mundo a ser lo que era después de tanta maldad como ha sufrido? Pero al final, todo es pasajero. Como esta sombra, incluso la oscuridad se acaba, para dar paso a un nuevo día. Y cuando el sol brilla, brilla más radiante aún. Esas son las historias que llenan el corazón, porque tienen mucho sentido, aun cuando eres demasiado pequeño para entenderlas. Pero creo, señor Frodo, que ya lo entiendo. Ahora lo entiendo. Los protagonistas de esas historias se rendirían si quisieran. Pero no lo hacen: siguen adelante, porque todos luchan por algo». «¿Por qué luchas tú ahora, Sam?». «Para que el bien reine en este mundo, señor Frodo. Se puede luchar por eso».
Sam y Frodo siguen adelante al calor de la esperanza de que algún día compondrán canciones sobre su aventura. Se saben ya parte de la historia. Son protagonistas del capítulo definitivo del mito original contado por Galadriel. Sin duda, su aventura habrá de contarse en un género y un tono vetados para la prensa local.
Pero, ¿qué será de nosotros? ¿Orientaremos nuestra vida según los criterios de un columnista de El Debate? ¿Nos sabremos personajes de una canción de Shakira? ¿O encontraremos algún mito antiguo y verdadero, un argumento que explique nuestras caídas y nos revele una posible redención?
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