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17 de mayo de 2024

Ilustración: educacion, universidad

Ilustración: educacion, universidadLu Tolstova

El Debate de las Ideas

Universidad, innovación educativa y desarrollo docente

La enseñanza y el aprendizaje han experimentado una evolución significativa en los últimos años debido a factores de naturaleza variada

La educación superior es un pilar fundamental en la construcción de sociedades más avanzadas, justas y equitativas. Las universidades, como instituciones académicas de nivel superior, desempeñan un papel esencial en la formación de los individuos que han de enfrentarse a los retos del siglo XXI. Frente a la fragmentación y la multiplicación de la burocracia, la corrección ideológica y política, el utilitarismo y la «utopía digital» de quienes consideran que no se precisa el aprendizaje pues los conocimientos están disponibles en la red, siguen vigentes las tesis que John Henry Newman expuso en 1852 a lo largo de una serie de conferencias que pronunció en la que sería la Universidad Católica de Dublín, publicados en el volumen Discursos sobre el fin y la naturaleza de la educación universitaria (1996): la consideración de que la función de la Universidad no es la formación técnica ni la influencia moral, sino la educación del intelecto para razonar bien todo asunto y dirigirse hacia la verdad; y la concepción de que la educación no es acopio de información ni acumulación de datos, sino interiorización del conocimiento, pues está encaminada a la aprehensión de «las grandes líneas del saber» mediante la adquisición de los hábitos mentales (el criterio y el juicio) que permiten comprender la totalidad de lo real.
La enseñanza y el aprendizaje han experimentado una evolución significativa en los últimos años debido a factores de naturaleza variada, entre los que figuran los avances tecnológicos, los cambios en la comprensión de la pedagogía o la hiperconexión digital, que dificulta la concentración, implica a menudo una multitarea constante que reduce la memoria de trabajo que es esencial para procesar la información y que repercute en la disminución de la capacidad de escucha y atención y en las habilidades sociales de los estudiantes. La tecnología ha transformado la manera en que nos comunicamos, divertimos, enseñamos y aprendemos y ha modificado, también, la forma en la que accedemos a la información y los procesos de aprendizaje, al facilitar la colaboración en el diseño de proyectos y el aprendizaje activo.
Dentro del espacio universitario las innovaciones no tienen sentido si no conducen en la práctica educativa al aprendizaje significativo, según propuso el psicólogo estadounidense David Ausubel (1918-2008). El aprendizaje significativo se caracteriza por la incorporación de nuevos conocimientos en la estructura cognitiva preexistente del alumno; implica la comprensión de conceptos y la construcción de significados y relaciones con los conocimientos ya adquiridos y contribuye a la formación de un andamiaje mental sólido, que no se limita a la memorización de información, sino que facilita la comprensión, el pensamiento crítico y la transferencia de conocimiento. No es incompatible la transmisión de conocimiento con la creación de escenarios de aprendizaje que estimulen la conexión de saberes, la reflexión y la aplicación práctica de los conceptos. Como sostiene Marta Nussbaum en El cultivo de la humanidad. Una defensa clásica de la reforma en la educación liberal (2001), la educación liberal, basada en el estudio interdisciplinar de la cultura, ha de dotar al individuo de la capacidad de juicio, la sensibilidad y la capacidad narrativa que precisa la construcción de una ciudadanía democrática. Por este motivo, si la docencia universitaria se limitara a dotar al alumno de información y de conocimientos, sin la capacidad de evaluarlos ni de entender cómo se elabora un relato a partir de ciertas pruebas empíricas, este sería incapaz de diferenciar las reivindicaciones válidas de las inválidas y de distinguir entre la verdad y los estereotipos ignorantes que difunden algunos dirigentes políticos y culturales.
La educación superior habrá de procurar tanto la relevancia y la competitividad para atraer a los mejores estudiantes, para mantenerse al día con las tendencias educativas y las demandas del mercado laboral, como adaptarse a las nuevas realidades y desafíos de la sociedad, lo que implicará, en ocasiones, ajustar los programas, metodologías y enfoques, siempre y cuando estos cambios repercutan en la mejora significativa en la calidad de la enseñanza y en la mejora de los procesos de aprendizaje.
El concepto de que la innovación es inherente a la tarea docente ha sido sostenido por diversos expertos en el campo de la educación, como Ken Robinson (1950-2020), que en una de sus contribuciones más conocidas, en la charla TED Do schools kill creativity?, aboga por un enfoque educativo que permita a los estudiantes explorar sus pasiones, desarrollar sus talentos y enfrentarse al aprendizaje de manera creativa, pues son ellos los agentes de cambio que han de plantear y desarrollar soluciones a los desafíos de la sociedad.
Más allá de la personalidad de cada docente o de la formación recibida, quienes consideran que la innovación docente no es connatural a la tarea educativa u optan por seguir métodos convencionales de enseñanza en lugar de explorar nuevas fórmulas, suelen apoyar su posición en motivos diversos: la presencia de presiones externas, como los currículos predefinidos o los exámenes estandarizados que limitan su libertad en el aula; la falta de capacitación, tiempo y recursos adecuados; la ausencia de incentivos, o la consideración del riesgo que puede derivarse de la implementación de procesos de innovación si estos afectan negativamente a los resultados de los estudiantes o a su propia evaluación.
Viviane Robinson en su estudio ¿Cambiar la escuela o mejorarla? (Lectio Ediciones, 2022) subraya cómo los cambios pueden conducir a mejoras en la educación, pero no equipara necesariamente el cambio con la mejora. Cambiar, afirma, no siempre es sinónimo de mejorar. Y para que la innovación docente sea efectiva, ha de estar respaldada por una adecuada planificación estratégica, estudiar cómo afectará al aprendizaje de los estudiantes y contemplar la existencia de procesos de evaluación de los cambios implementados de manera que la toma de decisiones se encuentre respaldada por las evidencias oportunas. El cambio puede ser una vía hacia la mejora, pero no todos los cambios conducen automáticamente a resultados positivos o beneficiosos. Y cuando hay iniciativas de mejora, sin que se observen resultados de aprendizaje, surgen de manera espontánea la resistencia, el desencanto y el desaliento ante cualquier propuesta innovadora.
La innovación no se limita a las prácticas y métodos utilizados por los docentes en el entorno del aula sino que tiene un impacto significativo en todo el entorno educativo; por este motivo, son numerosos los desafíos a los que el profesor universitario o la propia institución se enfrentan, como: la resistencia al cambio y a la adopción de nuevas metodologías; la generación del diseño curricular y la configuración de programas interdisciplinarios; la creación de una cultura institucional abierta al cambio, que contempla la planificación y la asignación de los recursos adecuados y la implementación de programas efectivos de desarrollo profesional de los docentes en nuevos métodos, herramientas y enfoques pedagógicos.
Para que una reforma en el ámbito de la innovación funcione se precisa una coalición sólida y prolongada entre los líderes del cambio y cada uno de los agentes involucrados. Dado que dentro del modelo educativo la innovación no es una revolución a ciegas y el cambio por el cambio no tiene sentido alguno, parece prudente estudiar los procesos de mejora en lo que ya se ha alcanzado y procurar que la innovación nazca como fruto de la conformación de equipos que detectan las necesidades existentes en el aula.
La implementación de la innovación implica, como sostiene Robinson, un cambio cultural en la propia institución universitaria y un liderazgo educativo efectivo, comprometido con la mejora continua del proceso de aprendizaje y capaz de influir en la cultura institucional y en las prácticas docentes. Este liderazgo reviste cuatro dimensiones: 1. Liderazgo objetivo, capaz de establecer objetivos claros y ambiciosos y de involucrar a los miembros de la comunidad educativa en el cultivo de metas comunes; 2. Liderazgo profesional, que promueve el desarrollo profesional de los docentes y fomenta la colaboración y el trabajo en equipo para mejorar las prácticas pedagógicas; 3. Liderazgo docente, que involucra a los docentes en la toma de decisiones y que promueve una cultura de responsabilidad colectiva en el aprendizaje de los estudiantes; 4. Liderazgo estratégico, que planifique y ejecute estrategias efectivas para mejorar la enseñanza; de lo contrario, afirma «los cambios previstos a menudo fracasan porque quienes los diseñan no tienen en cuenta lo complejo que es ponerlos en práctica, una complejidad que experimentan quienes los implementan».
La relación entre universidad, innovación y desarrollo docente es compleja y, al mismo tiempo, crucial para el avance de la educación superior y para la formación de ciudadanos críticos y comprometidos en la búsqueda de la verdad y del bien común y en el servicio a la sociedad. Las universidades deben abrazar la innovación como un medio para mantenerse relevantes y competitivas y el desarrollo docente desempeña un papel fundamental en la implementación efectiva de nuevas ideas y enfoques; la conjunción de ambas facetas repercute en la calidad de la educación y en la preparación de los estudiantes que han de enfrentarse a los desafíos del futuro.
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