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17 de mayo de 2024

Hemingway escribiendo en un campamento en Kenia, hacia 1953

Hemingway escribiendo en un campamento en Kenia, hacia 1953

El Debate de las Ideas

Ernest Hemingway y el aborto

Las frases sencillas de Hemingway y su «teoría del iceberg» (la idea de que el significado profundo de una historia debe estar implícito y no explícito) revolucionaron la literatura norteamericana

Pocos novelistas han visto su vida y obra tan examinada como Ernest Hemingway. En 2021 se estrenaba una serie sobre su vida: su infancia en Oak Park, Illinois; su servicio con la Cruz Roja en Italia durante la Primera Guerra Mundial; París con su primera esposa, Hadley Richardson; y su carrera como novelista y periodista con tres esposas más: Pauline Pfeiffer, Martha Gellhorn y Mary Welsh. Las jornadas de pesca, los safaris africanos, la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial se tratan en profundidad, y el ambiente de violencia va creciendo a medida que se muestra su descenso hacia la enfermedad mental y el alcoholismo.
Las frases sencillas de Hemingway y su «teoría del iceberg» (la idea de que el significado profundo de una historia debe estar implícito y no explícito) revolucionaron la literatura norteamericana. También lo hicieron, en muchos sentidos, su lenguaje crudo y los temas explícitos que a menudo le gustaba explorar con sus compañeros modernistas y que muchas veces degradaron su indiscutible genio literario. En 1926, su madre Grace lo expresó muy bien en una carta que le envió tras la publicación de su primera novela, El sol también sale. Muchos habían elogiado la obra, escribió:
Pero los decentes lamentan que utilices tan grandes dones para un estrato tan degradado de la humanidad... ¿qué es lo que te pasa? ¿Has dejado de interesarte por la lealtad, la nobleza, el honor y la finura de la vida?... Si estás pasando por una desilusión doméstica o la bebida te ha atrapado, libérate de los grilletes de estas condiciones y levántate para ser el hombre y el escritor que Dios quiso que fueras.
Grace Hemingway estaba más cerca de la verdad de lo que quizás pensaba. Ernest abandonaría a su primera esposa y a su hijo «Bumby» (con quien seguiría estando muy unido) al año siguiente, y el consumo excesivo de alcohol degradaría su escritura, exacerbaría su enfermedad mental y acabaría contribuyendo a su suicidio.
Ese mismo año, 1927, Hemingway publicaría uno de sus relatos más impactantes, Colinas como elefantes blancos. Ambientado en una estación de tren en España, todo el relato constituye una conversación en la que un norteamericano intenta convencer a su novia de que aborte mientras esperan el tren para Madrid. La palabra aborto nunca se menciona. Los dos toman unas copas mientras el hombre le dice a su novia, Jig, que se opere, diciéndole que no es nada grave y argumentando que se trata de un asunto sencillo. Jig se pregunta qué pasará si se somete a la intervención; el hombre le asegura que solucionará todos sus problemas. No la obligará, pero cree que sería lo mejor. Jig dice que lo hará siempre que él siga queriéndola y se quede con ella después. Él le promete que la quiere profundamente; Jig se pregunta, mientras contempla el paisaje y las colinas que parecen elefantes blancos, si alguna vez podrán ser realmente felices tras ello. Los dos debaten largo y tendido y, finalmente, Jig le ruega que deje de hablar. Terminan sus cervezas y suben al tren. Es una obra maestra llena de lo que Hemingway más ansiaba escribir: lo que él llamaba «frases verdaderas».
Las mujeres que se dedican a la crítica literaria destacan el diálogo en esta historia como prueba de que Hemingway podía «escribir sobre mujeres». La frustración de Jig cuando el hombre intenta manipularla para que aborte, algo que ella obviamente no desea (los críticos no se ponen de acuerdo sobre si la historia concluye con su decisión de abortar o no) es una conversación desgraciadamente familiar para legiones de mujeres. Hemingway inmortalizó una conversación no sólo de aquella época, sino de todas las épocas: la de un hombre que intenta desesperadamente eludir su responsabilidad, tratando de persuadir a una mujer que ya es madre de que todavía no lo es y prometiéndole que al quitarse de en medio al bebé podrán volver a ser felices y todo volverá a ser como antes. Esto es, por supuesto, mentira. No hay finales felices en las historias de aborto.
Los biógrafos de Hemingway advierten que no hay que ver demasiada autobiografía en Colinas como elefantes blancos, pero la vida de Ernest también estuvo marcada por el aborto. ¿Cuántos de sus hijos murieron a manos del aborto? Es difícil saberlo, entre otras cosas porque, como el personaje de Hemingway, Robert Cohn, señaló en el manuscrito original de El sol también sale, los escritores de la «Generación Perdida» «vivían en una atmósfera de abortos y rumores de abortos», una macabra paráfrasis de Mateo 24, 6 que indica el contexto cultural fundamentalmente cristiano de Hemingway. La liberación sexual tenía un coste, y ese coste lo pagaban los niños concebidos en encuentros coitales casuales.
Parece haber cierto desacuerdo entre los biógrafos de Hemingway sobre este punto. En Hemingway: The Paris Years (1992), Michael Reynolds escribe que los abortos no eran difíciles de conseguir en París, pero que cuando Hemingway se quejó a sus amigos de que Hadley estaba embarazada por segunda vez (resultó ser una falsa alarma), uno de ellos le dijo que se callara y que «o haces algo para no tenerlo, o tenlo». Pero según Reynolds, «un chico criado en Oak Park no aceptaba fácilmente esa solución».
El propio Hemingway utilizaba con frecuencia el término «aborto» en un sentido negativo. Durante su separación de Pauline Pfeiffer en los años veinte, le escribió que «cuando dos personas se quieren muchísimo y se necesitan en todos los sentidos y luego se separan, el resultado es casi tan malo como un aborto». También utilizó la palabra para describir una experiencia bélica especialmente horrible. La palabra tenía una connotación obviamente desagradable para Hemingway.
Sin embargo, Jeffrey Meyers, autor de la gigantesca Hemingway: A Biography (1984), escribió un ensayo en 1999 en el que afirmaba que tanto la primera como la segunda esposa de Hemingway –Hadley y Pauline– «abortaron cuando Hemingway no quiso tener otro hijo», y que se había visto obligado a mantener en secreto muchos de esos detalles hasta que murieron varios socios y familiares de Hemingway. Meyers cita estos hechos como una certeza y no como una cuestión especulativa.
Ruth Hawkins, autora de Unbelievable Happiness and Final Sorrow: The Hemingway-Pfeiffer Marriage (publicado en 2012), también cree que Pauline, católica, podría haber abortado. Como señaló Hawkins en una entrevista con The Hemingway Project:
La idea de que Pauline pudiera haber abortado al principio de su relación con Hemingway me sorprendió. Tenía a una mecanógrafa transcribiendo toda la correspondencia entre Ernest, Pauline y los distintos Pfeiffers para tener una base de datos en la que poder hacer búsquedas. En cuanto terminó la sección sobre los 100 días de separación, se me acercó y me dijo: «¿Cuándo tuvo Pauline ese aborto al que tanto se refieren?». Supuso que era de dominio público. Cuando leí todas las cartas juntas, empecé a pensar que tal vez realmente había algo en todas aquellas referencias a operaciones quirúrgicas, analogías con el aborto, volver a estar sana, etc. A medida que investigaba, aparecían muchas otras referencias que lo corroboraban: el repentino cambio de humor de Pauline durante el viaje con Hadley y Virginia por el valle del Loira (posiblemente cuando se enteró de que estaba embarazada), los comentarios de Hadley sobre el aspecto desolado de Pauline en Cap d'Antibes (posiblemente justo después del aborto) y el cuento de Hemingway Colinas como elefantes blancos, que trata sobre el aborto y que le regaló a Pauline en su luna de miel.
Aunque varios biógrafos de Hemingway mencionan posibles abortos con sus dos primeras esposas, la biografía más completa de Hemingway hasta la fecha –Mary Dearborn– no lo hace: de hecho, cita pruebas que parecen contradecir esta posibilidad. Durante el enfrentamiento de Ernest con su hermana menor, Carol, por su matrimonio con Jack Gardner en la década de 1930, Ernest la acusó infundadamente de estar ahorrando dinero para abortar. Según Dearborn: «Él creía, le dijo, que el aborto era un 'asesinato', no por razones religiosas sino 'biológicas'. Interferir en el embarazo sería malo para su 'espíritu'. Si Hadley o Pauline hubieran abortado, Jack, Patrick y Gregory habrían sido 'asesinados'». Parece extraño que Hemingway escribiera esto en su correspondencia privada si Hadley y Pauline, como han dicho varios de sus biógrafos, hubieran abortado.
En lo que sí coinciden los biógrafos de Hemingway es en que su tercera esposa, la periodista Martha Gellhorn, abortó un hijo que Ernest y ella habían concebido juntos. Meyers ofrece más detalles al respecto:
Martha contó más tarde a una amiga inglesa que su aversión por Hemingway era tan grande que abortó a su hijo sin decirle siquiera que estaba embarazada. «No hay necesidad de tener un hijo cuando puedes comprarte uno», se jactaba, refiriéndose al niño italiano que había adoptado después de la guerra. «Eso es lo que hice». Aparte de su creciente aversión hacia Hemingway y de ser consciente de que su matrimonio se estaba rompiendo, Martha pudo haber temido el parto y ciertamente quería mantener su figura juvenil y seguir su carrera sin la carga de un bebé.
Pero aunque Hemingway haya sido elogiado por su sensibilidad al retratar la presión a la que se veía sometida la joven de Colinas como elefantes blancos para someterse a un aborto, una de las cosas más crueles que escribió, publicada póstumamente, trataba el mismo tema. Una conocida de Hemingway era la poetisa y crítica estadounidense Dorothy Parker. En 1922, Parker se quedó embarazada del dramaturgo Charlie MacArthur. Cuando descubrió que él le era infiel, Parker optó por abortar al trimestre y medio, y se aseguró de ver al bebé abortado. La visión de las diminutas manos de la criatura destrozó a Parker, que se obsesionó con lo que había visto y se lo contó a todo el que quiso escucharla. Poco después, intentó suicidarse por primera vez.
A pesar de su supuesta amistad, Hemingway tenía una espina clavada con Parker porque a ella no le gustaban sus queridas corridas de toros, y escribió un poema titulado «A una poetisa trágica», burlándose tanto de su aborto como de su intento de suicidio, que él pensaba que había sido una jugada para llamar la atención. En 1926, decidió recitarlo en una fiesta en París donde se habían reunido muchos amigos comunes. El salvajismo del poema de 82 versos dejó atónitos a los presentes, muchos de los cuales se sumieron en un incómodo silencio:
Contar cómo se veían sus manitas
ya formadas,
Habías esperado meses de más
ése era el problema.
Pero amabas a los perros y a los niños de los demás
y odiabas España donde son crueles con los burros.
Esperando que los toros mataran a los matadores...
Para celebrar en cadencia prestada
tu antiguo roer y picor por Charley
que se fue y te dejó no tan plana tras él
Y desarrolló tan tarde esas manitas
esas manitas bien formadas
¿Y había piececitos y
Bajaron los testículos?
Las incomprensibles crueldades de Hemingway con sus amigos, mentores, familiares y esposas son una mancha en su legado, y muchos biógrafos se han lamentado de lo que han encontrado. Sus opiniones sobre el aborto parecen haber sido ambivalentes y maleables, y sabemos con certeza que al menos uno de sus hijos murió de esta manera (y la mayoría de sus biógrafos creen que fueron más). Ernest Hemingway afirmó en más de una ocasión algo que ha sido cierto para muchos de los grandes escritores: su trabajo era lo primero. Después, si había tiempo, venía su familia. Hemingway vivió una vida intensa, pero su familia sufrió por ello, y al menos un hijo llegó y se fue sin dejar apenas rastro, una presencia que susurraba en los márgenes de las páginas donde se describe una muerte prematura. Las campanas no sonaron por ellos.
El halo seductor de Ernest Hemingway y sus contemporáneos de la «Generación Perdida» es a menudo de tipo tóxico. Vivieron a lo grande, murieron casi siempre jóvenes y pasaron gran parte de sus vidas torturados por los resultados de sus propias imprudencias. «Muéstrame un héroe y te escribiré una tragedia», dijo F. Scott Fitzgerald. Podría haber estado describiendo la historia de Hemingway. Intentó ser el héroe hipermasculino de su propia historia; acabó siendo un cuento con moraleja. Abusó de sus mujeres, de sí mismo y de casi todas las personas a las que quería de verdad; luchó contra sus demonios abusando de la bebida, pero éstos ganaron. En la madrugada del 2 de julio de 1961, a la edad de 61 años, Ernest Hemingway fue a la armería de su casa de Idaho, sacó una escopeta, colocó la culata en el suelo y su frente en el cañón, y siguió a sus hijos al otro lado del río Estigia.
«Pensé que todas las generaciones estaban perdidas por algo y que siempre lo habían estado y que siempre lo estarían», escribió Hemingway en sus memorias publicadas póstumamente, París era una fiesta. Fue una de las frases más verdaderas que escribiera nunca.
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