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14 de mayo de 2024

Luis Miguel Dominguín y Ava Gardner en 1954

Luis Miguel Dominguín y Ava Gardner en 1954GTRES

Breve semblanza de Dominguín, el gran torero «comunista» y el preferido de Franco

En 1949 se dijo con el alma el número uno en Las Ventas. Unos se pasmaron y otros se enfadaron, pero al final su arrebato y su verdad prevalecieron sobre todo y sobre todos

Dicen que Franco le llamaba «mi niño», lo que da una idea de su adoración por el torero. En realidad era «el niño» de muchos. De un dictador, de artistas, de aficionados o de mujeres durante una época dorada, de relumbrón constante, que se fue apagando tras la retirada de unos ruedos en los que apareció, siendo el pequeño y más talentoso de una familia taurina, como Michael Jackson de una musical, abriéndose hueco en el sitio que ocupaba un Manolete, estrella monumental, que decaía en los tendidos a mediados de los 40.
Muerto El Califa en Linares (en la terna estaba Dominguín) el 28 de agosto de 1947, cuando el cordobés ya ansiaba y vislumbraba a lo lejos (en octubre) su retirada, Luis Miguel ocupó finalmente su lugar con estruendo y brillo, superando todas las expectativas y límites conocidos de un torero español. La nueva figura madrileña es algo completamente distinto. Manolete era el héroe comedido y Dominguín el héroe soberbio y personal que, cuando Franco le preguntó cuál de los tres hermanos era el comunista (su hermano Domingo lo era), respondió: «Los tres somos comunistas, excelencia». Entonces era el ídolo perfecto para el país que empezaba a salir a la superficie donde se puede ver la montera orgullosa, en vez de la aleta de tiburón, del hombre al que allí fuera todos quieren conocer.
Luis Miguel Dominguín y Salvador Dalí a bordo de un barco en Cadaqués

Luis Miguel Dominguín y Salvador Dalí a bordo de un barco en CadaquésGTRES

En 1949 se dijo con el ademán y la mirada el número uno en Las Ventas, el gesto que maravilló a unos y enfadó a otros para comenzar la leyenda que ya estaba dibujada en sus muletazos. «La masa es cobarde», llegó a decir, y como tal la trató. Ese desprecio superior constituyó una característica irrepetible sobre la que edificó su mito. Él se dijo el número uno y así quedó para los restos, por encima de toda consideración. Muchos osaron rebatir, vociferantes, aquel autocalificativo impetuoso y audaz, salido de lo más profundo de su poder, pero solo fue la reacción instintiva de los tendidos, que al fin otorgaron.
Si a esta verdad contundente e irrefutable se le suman todos los aderezos de su fama, imagínese, si es que se puede, el atractivo poderoso de su personalidad única, el genio y el carisma al que iban a parar como moscas en la miel, mujeres, aficionados, artistas (en la categoría de artistas y de mujeres estuvo la obligatoria en esta historia Ava Gardner, «el animal más bello del mundo») y hasta el dictador que llamaba «mi niño» al torero que presumía de todo, incluso ante él de «comunista».
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