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13 de mayo de 2024

Curro Romero en la Feria de Abril de 1997

Curro Romero en la Feria de Abril de 1997GTRES

Curro Romero cumple 90 años, el hombre sencillo y el torero sublime al que nombraron Faraón

Una vez le cortó ocho orejas a seis toros en Sevilla, despejando los cielos y otras veces se marchó, espantado de miedo, para hacerlos tronar

Curro ahora va despacio como lo fue siempre su muleta. Cumple noventa años. Una despaciosidad que a veces era rápida, pero en los ojos de los aficionados siempre lenta. Curro Romero hizo de lo rápido el secreto, y cuando iba lento, lento, se iba hasta el calor de la tarde de las ferias. Era un abanico rojo esa muleta que de arte refrescaba. Y si refrescaba con el capote, imagínese con el capote amplio, aunque lo cogía corto, inconfundible, casi feo, y de feo hermoso, único.
Una bonita estatua en La Maestranza le rinde homenaje para la posteridad en el gesto bien captado, torerísimo de torería, el pellizco que levanta de la piedra. 90 años y toreó hasta los 66 con pasitos cortos. Fue yerno de Concha Piquer, de cuya hija se separó para enamorarse para siempre de Carmen Tello: «Cuando toreaba, que me jugaba la vida, solo me acordaba de Carmen», dijo no hace mucho.
Palabras tan bellas como su arte de película que empezó en 1957. Cuatro Puertas del Príncipe y siete Puertas Grandes sin espada podrían ser como ocho y catorce, respectivamente, con ella. Aunque los números nunca tuvieron mucho que ver con Curro. Sí la fe de sus fieles, la espera de la llegada de un «salvador» que no lo fue siempre, ni mucho menos. Una vez le cortó ocho orejas a seis toros en Sevilla, despejando los cielos, y otras veces se marchó, espantado de miedo, para hacerlos tronar.
Pero todo forma parte de la leyenda de un elegido, de un tocado por Dios que le dio un capote para que lo moviera con embrujo y pureza. Incluso un juez anuló el despido de un currista que defendió a su ídolo de una mofa de un cliente calificando en su artística y notable sentencia, escribidora contribuyente del mito, el «currismo» del despedido como «un sentimiento que es indudable y notoriamente altruista en favor del diestro, arraigado y profundo como el que más, creador de una ilusión permanente, de una esperanza incondicional y de una forma de entender la vida».

El Faraón de Camas

Una «forma de entender la vida» por lo que fue «previsible la reacción ardorosamente defensiva de quien lógica y naturalmente se considera ofendido, como le ocurrió al demandante (...) que, por ende, no fue ofensor, sino todo lo contrario». El torero que fue, que es, Faraón casi bíblico, capaz de parar el tiempo y con esa maestría, hasta también de torear las sentencias.
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