Baltasar del Alcázar (1530-1606): «Cena jocosa»
Un canto regocijado a la alegría de vivir

Baltasar del Alcázar retratado por Pacheco
Algunos escritores aciertan rotundamente al escribir una obra; eso tiene el inconveniente de que los lectores lo identifiquen con ella, relegando las otras que escribió. Así le sucede a Jorge Manrique (las Coplas a la muerte de su padre) y, por supuesto, a Cervantes (El Quijote). En la música española, sería el caso de Albéniz (la Iberia) y de Rodrigo (el Concierto de Aranjuez).
Lo mismo le ocurre a Baltasar del Alcázar: su Cena jocosa es, dentro de su género (burlesco) y su tema (gastronómico) una obra maestra, que alcanzó enorme popularidad. Antes, cuando en las escuelas se fomentaba aprender poemas, muchos españoles se sabían de memoria algún fragmento; sobre todo, el comienzo y el final.
También fue muy popular otra de sus letrillas irónicas, sobre un tema semejante:
- «Tres cosas me tienen preso
de amores el corazón:
la bella Inés, el jamón
y berenjenas con queso».
No por eso debemos menospreciar su poesía. Ya el Arcipreste de Hita, en su Libro del buen amor, incluye un brillante episodio humorístico sobre un tema gastronómico: la batalla de don Carnal y doña Cuaresma. Y no olvidemos que los humanistas del Renacimiento, desde Erasmo, eran fervientes defensores de la cultura popular.
Poeta y soldado
Como era habitual en la época, Baltasar del Alcázar fue poeta y soldado. Lo elogiaron Juan de la Cueva, Jáuregui, Cervantes, Gracián… Pintó su retrato Pacheco, el maestro y suegro de Velázquez. Pertenecía a la llamada «escuela sevillana de la sal». Unía la influencia latina (de los epigramas de Marcial) con el tono, aparentemente popular. Quizá alguno de sus poemas burlescos influyeron en Quevedo.
En el Siglo de Oro, los españoles tenían fama de frugales, en la comida y la bebida
El poema está escrito en redondillas: una de las estrofas españolas más populares y más fáciles de recordar. Con aparente sencillez, presenta una escena costumbrista, cercana a los bodegones de la pintura española y flamenca de la época: alguien va a contarle una historia a una mujer pero se interrumpe para extenderse en el elogio de una serie de manjares.
En el Siglo de Oro, los españoles tenían fama de frugales, en la comida y la bebida (en contraste con la abundancia de que se gozaba en los banquetes y festines). La base de la alimentación eran las legumbres y la carne pero se cumplía rigurosamente la vigilia; el pescado, generalmente, se comía seco o en escabeche (sólo los más ricos podían permitirse comerlo fresco). El plato nacional era la olla, con muchas variantes, según la época del año y el poder adquisitivo de la familia.
La bebida por excelencia era el vino; se bebía sobre todo en las tabernas, vigiladas por los alguaciles
La bebida por excelencia era el vino; se bebía sobre todo en las tabernas, vigiladas por los alguaciles (los taberneros tenían fama de aguarlo y de mezclar los vinos caros con los baratos).
Se ha estudiado mucho la gastronomía que se menciona en El Quijote. Al comienzo de la novela, para caracterizar al personaje como un hidalgo (la categoría inferior de la nobleza), Cervantes nos cuenta lo que solía comer:
«Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos consumían las tres partes de su hacienda».
El menú de la cena jocosa
El menú de esta cena jocosa se compone de ensaladilla y salpicón, como entrantes; de plato fuerte, la morcilla; finalmente, queso y aceitunas; además, naturalmente, del pan y el vino. Son manjares populares, no refinados pero muy sabrosos. El queso extremeño pinto, curado en aceite, tenía un sabor algo picante.
Para subrayar el atractivo de la morcilla, usa el poeta algunas exclamaciones retóricas, la llama «gran señora, digna de veneración». Igual solemnidad irónica tiene el elogio de las tabernas:
- «Delicada fue
la invención de la taberna».
También muestra su virtuosismo verbal resumiendo en una enumeración de verbos lo que él suele hacer, en la taberna:
- «Porque allí llego sediento,
pido vino de lo nuevo,
mídenlo, dánmelo, bebo,
págolo y voime contento».
Dejando aparte la ironía, el lenguaje y el tono del poema son populares, fáciles de entender. Para el lector actual, algunas palabras han quedado anticuadas, necesitan explicación.
Ajuelo es el ajo, tan frecuente siempre en la cocina española, para horror de algunos cursis viajeros extranjeros
Llamaban salpicón a un guiso de carne, pescado o marisco, cortado en trozos y adobado. Ajuelo es el ajo, tan frecuente siempre en la cocina española, para horror de algunos cursis viajeros extranjeros (hasta Victoria Beckham se quejaba de esto). El tufo es, en este caso, el buen aroma de la comida.
Al comentar la bebida, el franco toque significa una prueba generosa. El aloque era un vino de color rojo claro; el cuartillo, una medida, poco más de un litro.
La venerada morcilla tiene través (costados) y enjundias (contenido). El vino trasaniejo era el más añejo; el pichel, la jarra.
Para animar a Inés a que se lance a comer y beber, se usa una interjección, ¡sus!: ‘¡ánimo, a ello!’. Por haber bebido bastante, el personaje ya no ve un candil, sino que remanecen (‘aparecen de pronto’) dos.
Todo el poema respira humor, alegría de vivir: la buena comida y la buena bebida son placeres honestos que no se deben despreciar. El quiebro final cierra brillantemente el círculo, con una inesperada y sabia conclusión:
- «Las once dan; yo me duermo:
quédese para mañana».
Cena jocosa
vive don Lope de Sosa
y diréte, Inés, la cosa
más brava dél que has oído.
Tenía este caballero
un criado portugués…
pero cenemos, Inés,
si te parece, primero.
La mesa tenemos puesta;
lo que se ha de cenar, junto;
las tazas y el vino, a punto;
falta comenzar la fiesta.
Rebana pan. Bueno está.
La ensaladilla es del cielo;
y el salpicón, con su ajuelo,
¿no miras qué tufo da?
Comienza el vinillo nuevo
y échale la bendición:
yo tengo por devoción
de santiguar lo que bebo.
Franco fue, Inés, ese toque,
pero arrójame la bota;
vale un florín cada gota
deste vinillo aloque.
¿De qué taberna se trajo?
Mas ya; de la del cantillo;
diez y seis vale el cuartillo,
no tiene vino más bajo.
Por Nuestro Señor, que es mina
la taberna de Alcocer;
grande consuelo es tener
la taberna por vecina.
Si es o no invención moderna,
vive Dios, que no lo sé;
pero delicada fue
la invención de la taberna.
Porque allí llego sediento,
pido vino de lo nuevo,
mídenlo, dánmelo, bebo,
págolo y voime contento.
Esto, Inés, ello se alaba;
no es menester alaballo;
sólo una falta le hallo:
que con la priesa se acaba.
La ensalada y salpicón
hizo fin: ¿qué viene ahora?
La morcilla. ¡Oh, gran señora,
digna de veneración!
¡Qué oronda viene y qué bella!
¡Qué través y enjundias tiene!
Paréceme, Inés, que viene
para que demos en ella.
Pues, ¡sus!, encójase y entre,
que es algo estrecho el camino.
No eches agua, Inés, al vino,
no se escandalice el vientre.
Echa de lo trasaniejo,
porque con más gusto comas:
Dios te salve, que así tomas,
como sabia, mi consejo.
Mas di: ¿no adoras y precias
la morcilla ilustre y rica?
¡Cómo la traidora pica!
Tal debe tener especias.
¡Qué llena está de piñones!
Morcilla de cortesanos
y asada por esas manos,
hechas a cebar lechones.
¡Vive Dios!, que se podría
poner al lado del Rey,
puerco, Inés, a toda ley.
que hinche tripa vacía.
El corazón me revienta
de placer. No sé de ti
cómo te va. Yo, por mí,
sospecho que estás contenta.
Alegre estoy, vive Dios.
Mas oye un punto sutil.
¿No pusiste allí un candil?
¿Cómo remanecen dos?
Pero son preguntas viles;
ya sé lo que puede ser:
con este negro beber,
se acrecientan los candiles.
Probemos lo del pichel.
¡Alto licor celestial!
No es el aloquillo tal,
no tiene que ver con él.
¡Qué suavidad! ¡Qué clareza!
¡Qué rancio gusto y olor!
¡Que paladar! ¡Qué color,
todo con tanta fineza!
Mas el queso sale a plaza,
la moradilla va entrando,
y ambos vienen preguntando
por el pichel y la taza.
Prueba el queso, que es extremo:
el de Pinto no le iguala;
pues la aceituna no es mala:
bien puede bogar su remo.
Pues haz, Inés, lo que sueles:
daca de la bota llena
seis tragos. Hecha es la cena:
levántense los manteles.
Ya que, Inés, hemos cenado
tan bien y con tanto gusto,
parece que será justo
volver al cuento pasado.
Pues sabrás, Inés hermana,
que el portugués cayó enfermo…
Las once dan: yo me duermo;
quédese para mañana.
Baltasar del Alcázar.
Otras lecciones de poesía:
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- Lope de Vega: Soneto 126.
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- Francisco de Quevedo: Soneto de amor.