Fundado en 1910
En casa, de Aurora Pimentel

En casa, de Aurora Pimentel

El Debate de las Ideas

Chesterton en el hogar: una entrevista a Aurora Pimentel

Aurora, has titulado tu chestertoniano libro En casa. ¿Tan importante es el hogar?

La casa es el entorno fundamentalmente humano. Los animales no tienen casa, no tienen hogar: tienen guarida. Tener casa es una de las características propias del ser humano, es el ámbito donde se desarrolla la vida familiar y por tanto está muy vinculado a la intimidad y la privacidad. La casa, además, refleja nuestra historia familiar y deja su huella en nosotros. Cualquier persona que haya tenido que levantar la casa de sus padres sabe de todas esas historias presentes en una casa. Los objetos del hogar familiar tienen mucho que ver con nuestra historia, específicamente con esa historia que a mí me interesa más, la de la vida privada, que es la vida diaria.

¿Puede haber sido Chesterton el escritor que ha pensado y que ha escrito más sobre el hogar?

Chesterton escribió de todo y muchísimo. Tenía una capacidad de escritura impresionante y escribía en cualquier sitio, también en la taberna. Pero luego tiene una vida familiar, que es lo que he intentado abordar: cómo fue su vida familiar, cómo fueron los hogares donde vivió, primero con sus padres y luego con la que es su gran arraigo, su mujer, Frances Blogg. La vida de Chesterton en el hogar de sus padres tiene cosas muy interesantes. Por ejemplo, Chesterton no fue nunca a un internado, y esto es algo que le marca mucho. Por otro lado, la vida en el hogar de sus padres era de que viniera mucha gente a casa sin mucho ceremonial. Luego él repite el mismo patrón ya casado con Frances. Belloc, por ejemplo, se dejaba caer casi sin avisar antes. Su casa era muy abierta, no era para nada aquello que se dice de «mi casa es mi castillo».

O a lo mejor el sentido de tener un castillo es poder invitar a gente a disfrutar del mismo. Un castillo sin invitados puede ser un lugar solitario y lóbrego.

Sí, claro. Me refiero a que su casa no la vivía como una fortaleza donde no entra nadie. Reflexionando después de la pandemia y de todo lo que supuso, uno se da cuenta de la necesidad que tenemos de los demás, de la importancia de lo presencial. Que nos podamos tomar un vino juntos y nos podamos mirar a los ojos es una cosa fundamental. Como lo es que le puedas dar un abrazo a tu abuelo. Las nuevas tecnologías nos facilitan muchas cosas, pero somos seres encarnados, o sea, un espíritu encarnado, y necesitamos lo visible, lo audible, los sentidos.

¿Qué importancia tiene el comer juntos, el compartir ese momento en el marco de la vida de hogar?

Es que la comida y nuestra relación con ella tienen un significado muy profundo. Primero habla de nuestra dependencia de la naturaleza y de los demás, pero además el comer humano no es un comer puramente biológico, es comer con otros, algo también específicamente humano. Los seres humanos tenemos una relación con la comida muy sofisticada: desde todas las actividades para la obtención de alimentos (caza, pesca, agricultura, conservar y transportar, etc.) hasta todas las técnicas de cocina, un mundo apasionante. Chesterton, que era un gran comedor y un gran bebedor, nos hace ver que comer juntos es algo magnífico y que comer solos, por el contrario, es muy triste.

Y sin embargo, cada vez hay más gente que, incluso en sus casas, comen cualquier cosa, cada uno por su lado.

Una de las cosas que yo creo que es más importante recuperar es el comer con otros. A veces no se podrá, pero por lo menos hay que luchar por tener la cena familiar. También creo que es importante que las personas que viven solas no coman solas siempre. La comida tiene mucho que ver no solamente con nuestro cuerpo, sino con nuestro espíritu. Nos muestra que somos seres radicalmente dependientes. Necesitamos que alguien haya pescado un pez, necesitamos que alguien haya hecho mantequilla…

¿En qué sentido Chesterton veía el hogar como un espacio de la sacralidad?

Chesterton era muy consciente de la sacramentalidad del mundo. Esto lo ve en la naturaleza, pero también en el hogar. En realidad nosotros estamos creados para la gran casa, que es la casa del Padre, y nuestro hogar es en cierta medida un signo de esa gran casa para la que estamos hechos. Chesterton, que es filósofo sin ser filósofo profesional y tiene unas intuiciones teológicas muy potentes sin ser teólogo profesional, veía este significado teológico de la casa. Me acuerdo de un sacerdote que nos dijo a las catequistas cuando íbamos a explicar el cielo a niños de siete años: «no os liéis mucho, decidles que el cielo es como cuando ellos llegan a casa del colegio y hay alguien en casa». Me pareció muy profundo. Por eso es tan importante estar en casa. Es lo que le dice a su mujer a Chesterton en la conocida anécdota que recojo cuando éste le llama y le pregunta que dónde tendría que estar, pues Frances le llevaba la agenda. Y para no liarla más, para que no tuviera que coger otro tren que seguramente iba a perder, Frances le dice que en casa. Esa es la idea del libro, que en casa hay que estar.

Eso de estar en casa choca en un mundo en el que hacemos de todo fuera de ella: los adultos trabajando o en el gimnasio, los niños apuntados a mil extraescolares. Luego creemos resolverlo con aquello del tiempo de calidad… pero resulta que sin cantidad, la calidad no aflora.

Evidentemente vivimos en el tiempo que nos ha tocado vivir y hacemos lo que buenamente podemos con él, pero yo sí creo que hay que reconocer que los maridos necesitan tiempo, las mujeres necesitan tiempo, los hijos necesitan muchísimo tiempo y que el tiempo es el recurso más evidente que tenemos pero también a veces el más limitado. Lo decíamos antes, hay que estar presencialmente. Todo lo que Chesterton dice del trabajo de la casa tiene que ver con un estar que no es para que estén las cosas perfectas, sino para dedicar tiempo a las personas.

Chesterton consideraba que cada casa tenía un color especial y tú insistes mucho en la importancia de que cada hogar posea su propio color. ¿Por qué es tan relevante?

Chesterton es muy divertido y muy observador (para ser un buen escritor hay que ser observador), y defiende que cada casa tiene un color propio, producto de ese difícil equilibrio entre el color de procedencia de él y el color de procedencia de ella. Y añade que suele tirar más hacia el color de ella, algo que cualquiera que tiene hijos sabe. Este color se refiere tanto a lo material, la decoración, por ejemplo, como a ese estilo propio que se imprime en cada casa. Esto del color de cada casa tiene mucha enjundia porque Chesterton, que era un gran amante de la libertad, ve el hogar no como un lugar impoluto, una foto de Instagram al estilo tradwife (dicho sea de paso, este movimiento tiene algunas propuestas muy interesantes, pero otras son absolutamente anecdóticas y tontas, porque una no es mejor madre por hacer la salsa de tomate a mano), sino como ese lugar donde dos personas, con todas sus imperfecciones y debilidades, han formado una familia que hay que respetar en el modo propio en que viven y se organizan. Cuando uno tiene hijos casados a veces se tiene la tentación, no ya de intervenir, sino simplemente de juzgar. Y hay que dejarles que hagan las cosas a su manera, con su propio color.

Una de las cosas que a mí más me gustan Chesterton es su confianza en el hombre corriente, justo ahora en que se confía mucho en los expertos, que me parece a mí que lanzan unos fardos absolutamente insoportables sobre las espaldas de los jóvenes padres y madres. Yo creo que habría que confiar más en la tradición, en lo que han hecho tus padres y tus abuelos, que en la multitud de expertos.

Esos expertos que hablan para las superwoman, cuyos consejos solamente están al alcance de seres de luz excepcionales, y que Chesterton no tragaba.

Sí, vivimos rodeados de expertos y además el mundo de las redes lo empeora y nos creemos que nuestra casa debería ser como la de fulanita, que sale maravillosa en las fotos. O también lo vemos en esas teoría de que hay que dormir con los niños hasta no sé qué edad. Abrumamos a los padres con numerosas obligaciones y métodos. Tendríamos que confiar más en que el niño saldrá adelante. Hay que dejar al niño jugar en el parque a su aire, no estar todos los adultos mirando al niño. No me extraña que luego el niño salga un tirano absoluto.

Gregorio Luri siempre dice que le preocupa mucho cuando va a un colegio y ve que los niños no tienen heridas en las rodillas.

Eso es, efectivamente. Chesterton era muy juguetón con los niños, le encantaba hacerles teatrillos y jugar y reírse con ellos. Es una actitud que a mí me parece muy sana. Es verdad que vivimos un mundo muy complicado y que hay que proteger a los hijos, pero también hay que dejar a Dios hacer su labor. Yo creo que hay que confiar más en el instinto, en la intuición, en tus padres y en tus abuelos y en Dios, que en los expertos.

Hablando de niños, citas el artículo que Chesterton escribió tras visitar Tarragona y en el que señala que le llamó la atención cómo los españoles tratábamos a los niños.

Esa anécdota es preciosa: un camarero está trabajando mientras su hijo está jugando entre las mesas del bar; el niño está tirando flechas y todo el mundo sigue con su vida normal, sin hacerle mucho caso. Es la normalidad de estar con niños sin que sean el centro de atención y a la vez haciéndoles partícipes de tu vida. Chesterton, que tiene mucha gracia, comenta que a él le alcanzaban las flechas porque por sus dimensiones era un blanco bastante fácil. Es una cosa preciosa.

¿Qué pensaba Chesterton de la educación en el hogar?

Frances Blogg trabajó antes de casarse para la Parents' National Educational Union, fundada por Charlotte Mason, que fue una de las promotoras de la educación en casa y Chesterton siempre colaboró con esa organización. Chesterton se preguntó: si la mujer sale a trabajar fuera de casa, ¿quién educará a los hijos? Porque considera que la labor fundamental de la familia es ésta: educar a los hijos, y que para eso hay que estar en casa. Chesterton considera que el centro de la educación es el hogar; la educación formal en la escuela es una educación de tipo menor, porque donde realmente se aprenden las cosas importantes es en la casa.

Sobre lo que opina Chesterton acerca del papel de la mujer en el hogar y en el trabajo ¿qué te parece nuclear y acertado y qué puede estar condicionado por su momento histórico y su contexto?

En el libro he tratado de distinguir entre lo que pudo estar prendido de su época y lo que es realmente atemporal. Yo creo que en gran medida Chesterton fue profético al adivinar que íbamos a acabar siendo esclavos los dos, marido y mujer. Si los dos tenemos que depender de un sueldo, vamos a acabar siendo esclavos y descuidando la labor que se hacía en casa. Entonces los niños van a estar solos y los va a educar el Estado o la Corporación. Hoy en día es complicado renunciar a uno de los dos sueldos, pero es que ni siquiera podemos expresar el deseo en público de que a una le gustaría quedarse en casa mientras los niños son pequeños. Tememos que nos tachen de anticuadas, de aprovechadas que quieren vivir del dinero de su marido. Hoy en día el gran problema es que tenemos una sociedad en la que con un solo sueldo no basta en muchos casos, pero también hay que estar dispuestos, especialmente cuando los niños son pequeños, a hacer sacrificios. Y luego tenemos el elefante en la habitación, el tema la vivienda, la imposibilidad para la mayoría de jóvenes de acceder a una vivienda de propiedad en unos años razonables.

¿En qué medida Chesterton veía que la imposibilidad de tener casa propia merma la libertad?

Chesterton vive ya cuando ha sucedido la gran migración de las masas obreras a las ciudades, y es precisamente entonces cuando reivindica lo de una casa, tres acres de tierra y una vaca. Puede haber aquí también cuestiones propias de la época, pero es verdad que la propiedad nos da libertad. Creo que hay una profunda sabiduría en quien considera que para formar una familia uno tiene que tener cierto control sobre una posesión, un lugar que puede considerar como realmente suyo. Eso de que no tendrás nada y serás feliz es absolutamente diabólico. Es verdad que los niños tienen que aprender a compartir y que en una casa se comparte casi todo, empezando por el cuarto, pero también los niños necesitan saber que tienen un estante que es suyo, donde están sus libros, sus cosas.

Es esa imagen tan chestertoniana de que tu casa es donde mandas tú y puedes, si así lo deseas, comer sentado en el suelo.

Chesterton ve muy claro que la casa es ese espacio donde nos permitimos cierto grado de anarquía, donde establecemos nuestras propias normas y así le damos su propio color. En ese espacio un hombre reconoce a una mujer y a sus hijos como suyos y los protege, y a su vez esa mujer considera a ese hombre y a esos niños como suyos. Pero a la vez hay un aspecto de Chesterton que a mí me encanta: en el hogar nos peleamos, hay platos sucios, hay gente que no hace lo que tiene que hacer. Chesterton reconoce el ideal, pero también la carne, hay un juego entre romanticismo y realidad interesantísimo. Y además, la realidad tiene muchos velos y detrás de ellos hay otra cosa, que es la sacramentalidad, el signo del mundo que realmente nos espera y para el que estamos creados, que es el vivir eternamente con Dios. Pero mientras tanto tenemos pecado y si construimos un hogar pensando en Hollywood la cosa va a salir mal.

Citas en el libro al magnífico Niños apocalípticos de José María Contreras, donde se retrata a una familia que no encaja en el estilo hollywoodiense actual, pero ¿qué te parecen las familias al estilo screwball comedy?

Me encanta «Niños apocalípticos». Y sí, la vida familiar es como una alocada comedia de Capra, o en el ámbito español una de aquellas películas maravillosas de los años 60, con Fernando Fernán Gómez y la guapísima Analía Gadé. Las familias somos un conjunto de locos fascinantes, diferentes y a ratos exasperantes. Esto también lo refleja la literatura: cualquier autor un poquito sensato sabe que la vida es una novela en la que uno no tiene control sobre los demás, en la que hay roces y conflicto, que es lo que la hace interesante, porque como me decía un profesor de guión, sin conflicto no hay guión.

Dices que el hogar es lo contrario de lo cursi, ¿puede explicarnos qué entiendes por cursi y por qué te parece que vivimos en una época horriblemente cursi?

Lo cursi es pretender ser lo que uno no es. Hoy en día vivimos en una negación constante de lo que somos. Por eso yo identifico lo cursi con una idealización del hogar como si no existiera el pecado original. Lo vemos en las redes sociales, donde se muestra solamente la parte perfecta, la parte irreal, las poses. Esto está relacionado con que negamos la mayor, que nuestra vida es finita aquí, luego es eterna, pero aquí es finita y somos débiles e imperfectos. Lo cursi está, para empezar, en negar la muerte, ocultarla, vivir como si no existiera. Hoy, además, lo cursi se ha infiltrado hasta en las cosas más trascendentes. Cuando en una boda intentamos sustituir esa promesa tan bestial de que yo, Aurora, prometo serte fiel en las alegrías y en las tristezas, en la salud y en la enfermedad…, por otras fórmulas, nos salen unas cursiladas terribles.

Nos ha quedado claro que eres contraria a esos decálogos que son fardos que se imponen sobre los matrimonios jóvenes, pero tú lanzas una tríada (sé romántico, dale tu color a tu hogar y acoge la vida). ¿La ves asumible?

Hay que aclarar a lo que me refiero por romanticismo, porque hay palabras con diversos significados. Chesterton decía que lo mejor que se le puede llamar a una chica a los 19 años es que es una chica romántica. A eso me refiero cuando hablo del romanticismo. Esto choca con esta especie de sospecha permanente sobre los hombres en la que vivimos hoy. Creo que tenemos que recuperar lo que los ingleses llaman flirteo, el cortejo en español. Mi romanticismo es ese de que hombres y mujeres nos gustemos los unos a los otros, que nos hagamos gracia y que nos quedemos fascinados ante el otro. Esa fascinación hay que fomentarla. Y luego ese romanticismo hay que mantenerlo con tu marido o tu esposa, se trata de alimentar esa fascinación que se produce junto a la exasperación, porque la vida matrimonial lo abarca todo. Y luego hay otro romanticismo, que es ver que el mundo está encantado, que la naturaleza, una mariposa, una lombriz, son fascinantes.

Luego propongo lo de darle color a cada casa, de lo que ya hablé antes, nuestra casa no es la de mi hermano y su mujer, como la de mi hijo y su mujer no es la nuestra. Y lo completo con acoger la vida, la vida de un bebé y la vida de la ancianidad. Esto último es de las cosas que más me impresionan ahora mismo: no se puede ser anciano hoy, la ancianidad que hoy se promueve, la que se muestra, es la de un tipo fundamentalmente dedicado a su salud, no podemos mirar nuestra decadencia física o mental y el hecho de que tenemos más cerca la muerte, pero también la vida eterna. Si los hogares no están para acoger la vida, sino para mostrarse como un lugar perfecto en las redes sociales, ¿para qué estamos? Yo creo que estamos para otra cosa.

comentarios
tracking