Chopin y el «terrible Gómez»
La estancia del célebre compositor polaco en Mallorca, «la verde Helvecia bajo el cielo de Calabria, con la solemnidad y el silencio de Oriente», como escribió su amante, George Sand, no resultó todo lo idílica que ambos se habían figurado en un primer instante

El compositor Frederic Chopin
Chopin vino a España por amor. La tuberculosis ya casi la traía de fábrica, y es cierto que esperaba encontrar en el clima mallorquín, del que les habían hablado maravillas, a él y a su novia, entre otros, el ministro Mendizábal (el de las desamortizaciones), un ambiente propicio para sus tareas y el improbable restablecimiento de la quebradiza salud.
Como quiera que fuese, el compositor siguió los pasos de su amante, la escritora que firmaba bajo el pseudónimo de George Sand, de la que se había enamorado profundamente. Era esta aristócrata, la baronesa Dudevant, con su carácter decidido, indómito, aventurero, quien se había propuesto instalarse en el Mediterráneo por ver si mejoraban sus dos hijos, que también andaban pachuchos durante ese tiempo.
Esa mezcla de personalidad cautivadora, ideas combativas y desenvoltura social, disuelta en cálidas oleadas de ternura y encarnada en cuerpo y rostro muy atractivos, en plena efervescencia de sus poderes más urgentes, a sus treinta y cuatro años, determinaron también el traslado del músico, más joven que ella.
Adiós a los lujos de la sociedad parisina
Dejaron atrás la animada sociedad parisina, con sus ritos, lujos y servidumbres para trasladarse a lo que entonces debieron confundir con ese paraíso polinesio al que años más tarde se largaría Gauguin, tras abandonar a la familia y un clima horrible. Pero que en la práctica resultó menos acogedor, mucho más austero y displicente.
Chopin se pegaría a sus faldas, o pantalones, porque la Sand era más bien quien los llevaba en aquella relación, ocupándose hasta de los nimios y grandes detalles más prácticos para que su compañero pudiera crear con total libertad.

Reconstrucción hipotética del cuadro 'Retrato de Frédéric Chopin y George Sand' de Eugène Delacroix
Como tantas otras mujeres, lo resolvía todo sin alarde, y aún le quedaba tiempo para sus propios asuntos que, en su caso, tenían que ver con la escritura de artículos liberales, inflamados por las corrientes políticas más revolucionarias de su tiempo, poemas de honda inspiración y las notas biográficas que luego reuniría, tanto en Un invierno en mallorca como en sus memorias: una valiosa información, adornada con la preceptiva fantasía de su prosa elegante, acerca del autor de una música a la cual, el pianista canario Iván Martín (que dentro de unos día se medirá con su segundo concierto en la temporada madrileña), se ha referido ahora como «tan maravillosa en el papel que cualquier intento de comunicar esa extraordinaria belleza nunca va a estar a la altura».
El descubrimiento mallorquín
Mallorca no era Tahití, ni los nativos que aquí se encontraron les debieron parecer tan acogedores, a juzgar por lo que ambos dejaron en sus escritos. Al principio, la suavidad de los postreros estertores otoñales les inundó de esperanzas. Y hasta puede que el rumor de cantos y guitarras, que ascendía por las noches hasta la modesta habitación de la primera pensión en la que se cobijaron, colmara sus ansias de recién descubierto exotismo.
Al poco tiempo, la ruidosa vecindad se tornaría para ellos del todo incompatible con la naturaleza monacal de sus respectivos oficios. Tampoco el clima los acompañó como se habían figurado en aquella lejana postal de la felicidad que les habían servido sus conocidos.
El inmediato invierno gris, ventoso, frío y húmedo pudo haberle inspirado a Chopin maravillas como su Preludio número 15, el conocido como Gota de lluvia, pero resultaba incluso peor para el cuerpo, y sobre todo el espíritu, que el trajín de deambular sin pausa por los salones franceses, a pesar de los humos, vapores etílicos y malvados cotilleos.
Los problemas de la mudanza a Son Vent
Ahí comenzó el guirigay de mudanzas que, al principio del breve, accidentado periplo dio con los debilitados pulmones de aquel dandy, cuyo espíritu sensible se había curtido en la sofisticación, en las posesiones de uno de esos rudos españoles, sin mayor afecto, inclinación o respeto por las artes, según los distintos testimonios recopilados de la pareja.
La poetisa lo retrataría de refilón, al describir las estancias de la casona que el ruin Gómez les alquiló, la quinta de Son Vent, de donde resultarían expulsados sin miramientos al poco tiempo, «en penosas condiciones», según recogería años más tarde Aurore Sand, nieta de la escritora.
«A guisa de cuadros, en la pieza que llamaba salón, cuatro horribles delanteras de chimenea como las que se ven en nuestros más míseros albergues aldeanos, y que el Sr. Gómez, nuestro propietario, había tenido la candidez de hacer enmarcar cuidadosamente, como si fuesen estampas preciosas, para decorar los muros de su mansión», relató la escritora.

Postal que representa a George Sand escuchando a Frederic Chopin tocar el piano, 1917. Obra de Adolf Karpellus
Pero el desacuerdo con los célebres inquilinos poco tendría que ver con la deplorable decoración. El arrendador pronto se percató, por los crecientes rumores de la vecindad, de que el hombre de aquella pareja se encontraba seriamente enfermo, y que ni siquiera los niños estaban bien del todo. Los síntomas de la tisis pulmonar de Chopin se asimilaron, mediante el juicio apresurado de la calle, a los de la peste.
Ni siquiera la intervención de los médicos acalló a los desaprensivos. La nota descriptiva de Sand tampoco deja en muy buen lugar a los propios facultativos: «Un médico rico, que por la módica suma de 45 francos se dignó a hacernos una visita, declaró sin embargo que no era nada, y nada recetó. Su ayuda-mayor, que habíamos apodado ‘Malvavisco’, debido a ser ésta su prescripción favorita, iba tan sucio que nuestro enfermo no podía decidirse a dejarse tomar el pulso».
Una carta muy poco considerada
En cualquier caso, el «terrible Gómez», como lo apodaron, les remitió una poco amable misiva: «Nos decía, en estilo español, que teníamos una persona, la cual tenía una enfermedad que le repugnaba –ni más ni menos– a él, Don Gómez, el hombre más suciamente feo de las cuatro partes del mundo, y que llevaba el contagio a sus hogares y amenazaba anticipadamente los días de su familia, en virtud de lo cual nos rogaba desalojar su palacio lo más pronto posible».
El casi lanzamiento se produjo en días. Pero antes, les obligó a que costearan la renovación de la pintura de todas las paredes de la casa, temeroso de un contagio «que, en la mente del señor Gómez, alcanzaba proporciones fantásticas».
El cónsul francés en Mallorca acudió en rescate de la familia. Chopin, Sand y los niños se hospedaron en su residencia varios días, hasta que finalmente pudieron trasladarse a la hoy famosa Cartuja de Valldemosa, en cuyo desvencijado piano (aún no había llegado el que le enviaría Pleyel, desde Francia) el músico pudo completar sus célebres Preludios, op.28, retocar la segunda Balada en fa mayor y concebir la Polonesa en do menor opus 40 y la Mazurka en mi menor, op.41 número dos.
A pesar de las penalidades padecidas, junto a los instantes breves de una rara felicidad que le proporcionarían, sobre todo, el contacto con la naturaleza, la belleza del paisaje insular, Sand dejaría una de las descripciones más inspiradas, hermosas y veraces sobre Mallorca: «Es la verde Helvecia bajo el cielo de Calabria, con la solemnidad y el silencio de Oriente».