Lección magistral de torería de Morante de la Puebla
Por el descabello, el Presidente le niega los trofeos que sin duda merecía
Morante de la Puebla, con el capote ante el primero de su lote, de nombre Seminarista
Del martes al miércoles, en Las Ventas, vemos dos Fiestas bastante diferentes: de los toros de Dolores Aguirre pasamos a los de Garcigrande; de tres diestros que luchan por abrirse camino, a tres primeras figuras. Cambia también el público, con una actitud lógicamente diferente. El arte de la Tauromaquia es muy amplio y tiene muchas facetas.
Esta tarde, se anuncia un cartel de máxima expectación. Por la mañana, varias personas me preguntan si eso supondrá, también, una gran decepción. Mi respuesta es clara: depende de los toros. Igual que sucede siempre pero, en este caso, quizá más.
Desde hace años, Garcigrande fue la ganadería favorita de El Juli. Su técnica y la confianza que en ellos tenía lograban que acabara saliendo su fondo de bravura. En la reciente Feria de Abril, el resultado no fue bueno. Esta tarde, ha sido encastado y noble el primer toro, con el que Morante de la Puebla ha hecho una faena primorosa. Los otros cinco han valido muy poco: Talavante y Rufo han abreviado, igual que Morante, en su segundo..
Vuelve a Las Ventas Morante, la indiscutible primera figura actual, y eso solo hubiera bastado para el «No hay billetes». Su vuelta a los ruedos y la confesión de sus problemas de salud ha aumentado el carácter de acontecimiento que tienen todas sus actuaciones. Además, está toreando admirablemente (pero no el tipo de reses que se lidian en Madrid). Y, si no ve posibilidades, corta la faena, escucha la consabida bronca de los defraudados y… ¡hasta la próxima!
Morante de la Puebla, visto desde un burladero de Las Ventas, en una tarde de «No hay billetes»
En el primero, de salida, según viene, José Antonio traza verónicas suaves, majestuosas. El toro empuja y acaba derribando, en la primera vara. No lo coloca bien en el caballo para la segunda vara, de muy cerca. El toro, bien armado, astifino, está suelto, incierto. En el segundo par, pone en apuros al banderillero y Morante, a cuerpo limpio, le hace un quite magnífico, por su oportunidad. Comienza la faena sujetándolo con unos ayudados con gran torería. Con la muleta planchada, los derechazos son excelentes aunque el toro flaquea un poco. Los naturales también son magníficos y los remates por bajo ponen al público en pie. Entrando en corto, como se debe, deja una buena estocada. Tarda el toro en caer y necesita tres descabellos: no atiende el Presidente la petición de oreja.
Me pregunta un vecino de localidad si merecía la oreja. Le contesto que, en mi modesta opinión, sin apasionarme, yo le hubiera dado las dos, después de esta magistral lección de torería. Hay que distinguir lo fundamental de lo accesorio. La espada es la suerte suprema; en cambio, el descabello –con permiso de Roberto Domínguez– es sólo suerte de matarifes, no de toreros. A mi amigo Paco, que me decía ser gafe con Morante, le digo: «Ya has visto lo que es torear».
Morante, con la muleta ante ese primer toro, de 582 kilos
El cuarto , algo escurrido, sale suelto, no se emplea. Lidia bien Curro Javier. El toro sale feamente del caballo, es incierto, no le permite a Morante dar ni un lance; en la muleta, queda cortísimo, puntea el engaño, no vale nada. Morante le quita las moscas y, en menos de un minuto, lo caza con la espada. Unos se enfadan; algunos lo entienden y aplauden: ¿para qué perder el tiempo, si el toro no tiene un pase lucido? Según mi amigo Paco, con lo que ha visto en el primer toro, ya tiene de sobra, para recordar mucho tiempo. No le falta razón.
Al comienzo de este San Isidro, Talavante logró abrir la Puerta Grande – de momento, es el único que lo ha conseguido – con su estilo singular, heterodoxo, que sorprende y encanta a muchos.
El segundo toro se duerme en el caballo pero tiene movilidad. Alejandro hace la estatua, dejándolo pasar. Después de lo que hemos visto a Morante, los muletazos de Talavante, con un toro que se para pronto, pasan sin pena ni gloria. Mata de un bajonazo.
Por molestar a Morante, después de lo que no ha hecho en el cuarto, ovacionan los lances de recibo de Talavante, en el quinto, que no son nada especial. El toro cumple en el caballo pero protesta; surgen demasiados enganchones, en la muleta. Talavante se lo quita de en medio a la segunda. Esta tarde, ha «escuchado» dos silencios.
Con un gran toro de Victoriano del Río, Tomás Rufo realizó una gran faena, los mejores naturales de toda la Feria: largos, de mano baja, adelantando la muleta y llevando al toro hasta allá lejos, con mando y con arte. Eso es lo que yo recuerdo, casi he olvidado que pinchó y no cortó las orejas. También triunfó rotundamente en Valencia. Con Víctor Zabala, su nuevo apoderado, está cada vez más cerca de la primera fila.
Recibe con pulcros delantales Rufo al tercero, que cumple en el caballo, lo cuidan, se queda algo corto. El brindis a Isabel Díaz Ayuso levanta aplausos pero también algunos pitos: «¡Hay gente pa tó!», dijo Rafael el Gallo, cuando se enteró de que Ortega y Gasset era Catedrático de Metafísica… Tomás traza suaves muletazos pero le censuran la colocación, al hilo del pitón, sin estrecharse, y el toro flaquea. Logra la estocada a la segunda.
Tomás Rufo brinda su primer toro a Isabel Díaz Ayuso
Queda muy corto de salida el último, huye de los capotes pero se encela en el caballo. Bien Fernando Sánchez con los palos, como siempre. Intenta Rufo llevarlo a media altura, sin molestarlo, pero el toro puntea la muleta, protesta, sin celo alguno. Surgen voces contra el ganadero. Ha demostrado Tomás que no había nada que hacer pero ha debido matar mejor. Habrá que esperar a verlo con los toros del Parralejo, el domingo.
Despiden a Morante con muchos aplausos: ¿cómo no? Su faena al primero ha valido por toda la tarde. Y por muchas tardes. Hemos visto torear como sólo saben hacerlo los grandes maestros. Como escribió el poeta inglés John Keats, «A thing of beauty is a joy for ever»: una cosa hermosa es una alegría para siempre…
Aunque un Presidente se enrede contando los descabellos y no le conceda trofeos –¡qué más da!–, conservaremos en el recuerdo esta faena magistral, impecable, de Morante de la Puebla.