Manual de Redacción
El barbero del rey de Suecia
Doy fe
Viviríamos, pues, menos si no escuchásemos esta poesía tan humilde que parece contentarse nada más que con existir. No nos pide nada. No nos agarra de la solapa. No rebusca el relumbrón
Luis Ramoneda (Cervera de Segarra, Lérida, 1954) es poeta, narrador —con incursiones en la literatura infantil y juvenil— y crítico literario. Entre otros muchos libros, es autor del Manual de redacción (Rialp, 2011), una guía práctica para escribir con claridad, que destaco para constatar que estamos ante un hombre que conoce profundamente el oficio.
No sólo conoce el oficio; tiene —más por dentro— el don de la emoción y la luz de la mirada. En Libro de los Paisajes (Ideas y libros, 2024) lo demuestra. Sin alharacas, como en toda su obra, con una discreción extrema, lindante con el silencio, pero con una belleza sobria e indiscutible. Predica con el ejemplo: «Vivir: la escucha atenta».
Viviríamos, pues, menos si no escuchásemos esta poesía tan humilde que parece contentarse nada más que con existir. No nos pide nada. No nos agarra de la solapa. No rebusca el relumbrón. Le horrorizaría ser original. Leerla no nos hará pasar por entendidos ni actuales en los círculos de moda. Hemos de ser nosotros los que agucemos el oído y afilemos la mirada. Hemos de llegar a ella parejos en falta de pretensiones.
Entonces, los poemas de Libro de los paisajes son preciosos. Se siente la tentación de llamar «poeta japonés» a nuestro autor por su finura en la observación delicada, dedicada y demorada de los detalles de la naturaleza; pero sería un tópico. Con toda reverencia a los poetas japoneses, la devoción ferviente por el paisaje de Ramoneda es netamente hispánica, como españoles son los paisajes que describe, de Ceuta al Pirineo. Igualmente nuestros son los metros que utiliza: romances, sonetos, canciones… Hay algún epigrama de empaque clásico, como virgiliano. Nada es impostado, sino que arranca de sus raíces biográficas y él, tan remiso a hablar de sí, lo indica: «Pero quedó aquel rescoldo / de haber nacido en áridas llanuras / con el trigo, la vida y los olivos».
Como la autenticidad es evidente, el poeta se puede permitir acoger en su voz los ecos mejores, como los de la poesía de Antonio Machado. ¿O no suenan a él estos versos? «Cae el agua de la fuente, / sola allá en el hontanar. / Cae el agua de la fuente, / sola allá en el peñascal: / nunca deja la canción, / largo poema hasta el mar». Otras veces cruza errante la sombra de Unamuno, palpable en la delectación de Ramoneda por la vieja toponimia. Y el largo río del romancero riega los versos de este libro. No sólo en la vieja forma estrófica, sino en su espíritu de flor nueva: «…abril será un ruiseñor /… / Nieve niña, nieve niña, / de invierno la dulce flor. /… / los hielos de los alcores, / en la mar espumas son».
Para que no pase desapercibida, daré dos ejemplos de la subterránea sabiduría técnica del poeta. Encuentra un hueco para la prosa poética, siempre tan difícil de encajar, que en este libro hace su aparición con una naturalidad prácticamente versal. El segundo detalle: la elegía a su madre se escribe en un bellísimo catalán, lengua materna, vaso de agua clara.
Una vez escuché al padre José Granados recordarnos que Jesús nos invitó a estar en el mundo, sí, pero sin ser mundanos; y advertía de que hoy estamos haciendo todo lo contario: somos, ay, mundanos y no estamos, ay, ay, entre lo virtual y la prisa, en el mundo. La poesía de Luis Ramoneda sana ambas heridas: está absolutamente arraigada en el mundo a través de una contemplación encarnada y no es nada mundana gracias a su humildad literaria. Y gracias a que lo hermoso, como dice el poema inicial —titulado, con sus mayúsculas sabiamente cambiadas, «Belleza que nos dice otra belleza»—, nos transparenta la trascendencia.
«¡Y todo es a la vez tanto y tan poco!», dice un verso que es tal cual es y viceversa: «¡Que todo es a la vez tan poco y tanto!». Tanto y poco, poco y tanto, como estas muestras:
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[Ávila] Sigue golpeándome el silencio / de una noche lejana entre tus calles.
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[Un templo teresiano inacabado a las orillas del Tormes, en Alba] Dejadlo así y que nadie lo remate, / es camino a la última morada.
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…pisar donde pisaron los que fueron.
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…la niebla gatea en los prados.
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…seis bellísimos lirios muy azules: / doy fe.
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Se han ido las nieves de la altura, / su huella en la flor de las praderas.
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El topónimo / descarga de golpe lo pasado /…/ con una intensidad que sobrecoge.
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Si de mí dependiera, dedicaría en los pueblos y ciudades de España una plaza a Federico García Lorca y a Joaquín Amigo, muy juntos.
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[La lluvia en el parque natural de Hornachuelos es descrita como] plateado bisturí de los barrancos.
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¡A las frías nieves vamos, / espumas de un alto mar!
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Mi sobrino de trece años me habla con pasión de los pájaros. No olvidaré este paseo entre los abedules del prado alto, aunque pasen los días.
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[De guardia en el Hacho de Ceuta, se describe en precioso neologismo, porque uno es también lo contempla:] hombremar.
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[Oye el trino de un mirlo] No veo al cantor, / nos basta su voz.
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Algo querrá decirnos / la llama de tres cipreses / en la cima del pinar.
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[Obsérvese la adjetivación mediterránea en el arranque del poema «Mare Nostrum III»] Jardín junto al mar de los antiguos: / los pinos doctos / con las juguetonas buganvillas.
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Hayas que de la luz sois celosía / o rosetón cuando el otoño os hiere; / álamos que dais rumbo al agua fría…
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Avui és el dia en el què realmente/ comencem a estar sols: / la mare es morta.
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Los vientos atigrados del pinar /… / los rizos de la lluvia
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Una flor rosada cae de un prunus, / ha cumplido su misión.
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Con amor que no sabe decir basta.