
Foto de archivo del cantante Elvis Presley
La trastienda de la cultura
Cuando Elvis regalaba Cadillacs como quien reparte bombones
El rey del rock tenía una debilidad que pocos conocen, los Cadillac. Y no solo para conducirlos, sino para regalarlos
Pocos mitos del siglo XX han sido tan intensos como el de Elvis Presley. Icono musical, estrella cinematográfica y símbolo de una era, su figura ha quedado inmortalizada en discos, películas y teorías conspirativas.
Pero más allá del traje blanco y la voz que encendía multitudes, existía un Elvis más mundano y a la vez más extraño, uno con una sorprendente adicción… a regalar Cadillacs.
La historia comienza en 1955, cuando su fama le permitió comprarle un Cadillac Fleetwood a su madre, Gladys. Lo pintó de rosa y se lo entregó pese a que ella ni siquiera tenía carné de conducir. El gesto era puro Elvis, exagerado y totalmente desinteresado.

Cadillac rosa de Elvis Presley en Las Vegas
La anécdota más llamativa y graciosa vino cuando una empleada de banco llamada Mennie Person, que pasaba por allí, se detuvo a admirar su limusina. Elvis se acercó, le preguntó si le gustaba y, sin pensárselo, le regaló uno.
La lista de beneficiarios es interminable, entre su dentista, su peluquero, sus coristas, su joyero, y hasta un presentador de radio que no le creyó cuando le ofreció un coche por teléfono, donde tuvo que insistir varias veces hasta que aceptó.
Se calcula que, a lo largo de su vida, Elvis llegó a comprar más de 200 Cadillacs. A su manera, fue una forma de agradecer y de celebrar su éxito sin filtros ni cálculo. «Los Cadillacs eran su manera de dar las gracias», explican sus cercanos.
Algunos lo ven como un gesto caprichoso; otros, como una forma impulsiva y muy suya. Regalar Cadillacs se convirtió en uno de los gestos más emblemáticos del Rey del Rock. Y hoy, entre discos de oro y leyendas, queda también ese recuerdo, el que sorprendía con un coche nuevo al primero que se cruzara en su camino.