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Cubierta de 'Los diablos'

Cubierta de 'Los diablos'Alianza

Dos es compañía, tres es multitud, y más… `Los diablos'

La nueva novela de fantasía oscura de Joe Abercrombie, con un pulso narrativo frenético, toques de humor y una buena ración de tradición literaria: la compañía en misión

La literatura fantástica está viviendo una nueva edad dorada, no está muy claro si la segunda, la tercera o la cuarta, pero la está viviendo. Tanto para los editores como para los autores, a escala global. Aunque los ejemplos a seguir ya no son George MacDonald, o J. R. R. Tolkien, C. S. Lewis y Robert E. Howard. La rueda ya ha avanzado mucho. Las inmensas colecciones (ahora en acelerada reedición) de la Dragonlance, Los Reinos Olvidados o el Mundodisco de Pratchett ya se han establecido como terminus post quem para muchos de los actuales escritores de fantasía. Pero hay cosas que, por mucho tiempo que pase, por muchas influencias contemporáneas que se reciban, siguen emanando de las historias. Y el actual volumen que a continuación trataremos destila por todas sus páginas esas emanaciones presentes desde los inicios de la literatura hasta nuestros días.

Cubierta de 'Los diablos'

Traducido por Manu Viciano
Alianza Editorial (2025). 808 páginas

Los diablos

Joe Abercrombie

Joseph Edward Abercrombie (Lancaster, 1974), más conocido por los amantes del género como Lord Grimdark, es el pionero de un nuevo subgénero literario: el grimdark, o fantasía oscura, como decimos en nuestra piel de toro. Esta oscuridad, propagada por la afamada trilogía La Primera Ley (2006-2008) o por novelas independientes posteriores como Los héroes (2011), han marcado de manera indeleble el desarrollo del género (hasta el punto de crear algo nuevo) y ha entusiasmado a una nueva generación de lectores mientras se congracia con otra generación de amantes de la fantasía que ya peina canas. La característica principal de este subgénero, en el que la huella de George R. R. Martin es patente, es la de presentar mundos y personajes que, pudiendo nutrirse de una policromía de emociones, desarrollos y finales, y donde los tópicos literarios pueden dar rienda suelta cierto tipo de relatos, beben, principalmente, del pesimismo existencial, la desafección de las convenciones sociales y, en general, la presencia constante del mal (oscuridad) generalizado en los principios de acción de la mayoría de los personajes. Esto, que a priori parece terrible, a la hora del desarrollo narrativo no lo es tanto. Y la razón es que, en el fondo, Abercrombie –el ser humano en general– no puede evitar desear un final feliz, por muy descarnado que este quiera mostrarse.

A las novelas de Abercrombie se las ha catalogado (positivamente, para escándalo de quien escribe) de cínicas, pero lo cierto es que no tienen nada esto. En Los diablos, de hecho, los personajes puramente cínicos (en el sentido más utilizado del término, no los discípulos de la escuela filosófica fundada por el griego Antístenes en el s. IV a.C.), es decir, aquellos que obran con «desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables», son marcadamente malos. Los dos personajes más vituperables de la novela (magistralmente construidos por Abercrombie, hay que decir), cuyos nombres, evidentemente, no desvelaremos, representan el paroxismo del cinismo, y no tienen ningún reparo en utilizar todos los medios a su alcance para alcanzar sus fines. Los protagonistas, sin embargo, son muy humanos, más o menos sinceros, con dudas, pero nobles de corazón y, en general, podemos decir que buenos. Por tanto, aquí vamos a señalar que no, Abercrombie no es cínico, sino que considera que existen el bien y el mal, y las acciones que acercan más a uno o a otro.

Lo primero que hay que señalar de Los diablos es que no es un libro para todos los públicos. O, mejor dicho, no está hecho para todos los públicos que no quieran recibirlo. Y esto no es malo. Aunque tampoco está destinado a todos los públicos –esto podrá escandalizar a algunos– El Señor de los Anillos. La nueva novela de Abercrombie requiere una mente con voluntad de ir más allá para poder disfrutar de la historia tan divertida que nos propone, e interprete los recursos narrativos y de la historia interna del libro como lo que son: recursos. Por lo demás, el lector acompañará a una genial banda de antihéroes cuyo violento y glorioso viaje a través de una Europa contrafactual desatará todos los infiernos habidos y por haber. Punto extra a la imaginación de Abercrombie, que consigue construir un universo paralelo coherente y creíble (hasta cierto punto), en el que Roma nunca venció a Cartago y lo elfos (antropófagos), como si fueran los otomanos a las puertas de Constantinopla, amenazan la estabilidad de Occidente.

Y dicho lo cual, toca apuntar la característica que –para quien escribe– convierte esta novela en genial: la compañía en misión. Este topos lleva enriqueciendo la literatura desde las tablillas de arcilla con el Poema de Gilgamesh hasta los cómics de la Liga de los Hombres Extraordinarios de Alan Moore y Kevin O'Neill, o los de la Agencia de Investigación y Defensa de lo Paranormal, de Mike Mignola y Guy Davis. Y si hay que señalar a un maestro contemporáneo en el uso de este topos, ese es Tolkien, y lo evidencia en El hobbit y El Señor de los Anillos.

La compañía es fundamental, con las distintas características de cada uno de los personajes del grupo (la magia, la fuerza, la destreza, la inteligencia…). Es lo que ha hecho funcionar el rol, y a Dungeons & Dragons desde sus comienzos. Y si a esto añadimos el ingrediente explosivo (fundamental en esta obra) de que casi todos los personajes son impenitentes renegados dedicados al empleo de la fuerza y a operaciones encubiertas (vamos, Black Ops en toda regla), el cóctel está servido. Por lo demás, la narrativa de Abercrombie es agilísima, y se devora como si de ver una película se tratara. Escenarios descritos con un detalle extremo, y una evocación de los sentimientos y emociones de los personajes que saltan de las mismas páginas al lector. Veremos cómo lleva todo esto James Cameron a la gran pantalla.

En definitiva, se trata de una novela redonda y que asegura el disfrute de la imaginación. Aunque, en opinión de quien escribe, la épica está ausente. Pero bueno, no se puede tener todo. Como dijo un medievalista cargado de razón: «nuestros tiempos están huérfanos de épica, y ya no encontramos esos discursos y arengas grandiosos de los historiadores romanos».

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