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Portada Aquí entre nosotros

El barbero del rey de Suecia

Cotta de Altísimo

Otro atractivo es el prólogo de Jesús Cotta, hermano de Daniel y tan poeta como él, monta tanto, tanto monta, un Cotta como otro Cotta

Daniel Cotta (Málaga, 1974) es un escritor de altura y total. Ha publicado poesía, novela, ensayo y teatro. O sea, los cuatro géneros básicos. En todos, ha dado títulos de interés y relevancia. Sin embargo, no es tan conocido en los ambientes culturales como entre sus lectores. Esta desproporción es una peculiaridad. Ha roto una barrera: la de la endogamia literaria, especialmente claustrofóbica en el mundo de la poesía. Su libro Alumbramiento (Adonáis, 2021) encontró un público amplio, joven, entusiasta y devoto que ha rezado con sus poemas y los ha compartido en redes sociales y encuentros de oración. Su auto sacramental Effetá (BAC, 2023), audaz movimiento, vanguardista por vintage, también encontró su eco.

Su última entrega de poesía, Aquí entre nosotros, reincide en el tema religioso. El libro se publica en la minoritaria «Númenor, Cuadernos de poesía», emblemática colección sevillana que dirige desde hace más de treinta años Fidel Villegas. El poeta Rodrigo Olay la introducía así en una reciente reseña en la revista Anáfora: «Los cuadernos de poesía Númenor, iniciados en 1991, gozan hoy por hoy, recién alcanzados los 38 números, de una salud que no habían disfrutado en sus casi 35 años de andadura. Los títulos se acumulan en los últimos meses, en series de hasta tres o cuatro por temporada […] lejos del goteo de sus primeros tiempos. […] Abel Feu, con exquisita mano de nieve cuida ahora de la publicación de la serie y ha asentado un canon limpísimo y clásico en la presentación de los textos, en consonancia con el perfil estilístico de la colección».

Otro atractivo es el prólogo de Jesús Cotta, hermano de Daniel y tan poeta como él, monta tanto, tanto monta, un Cotta como otro Cotta. No disimula la fraternidad, sino que la celebra: «Cuando un poeta me gusta mucho, estoy deseando conocer cosas de él, de su infancia, de sus primeros versos, y de todo aquello que lo movía a escribir. Pues con este poeta tengo la suerte de haber vivido todo eso. Y lo mejor es que sigo sin conocerlo del todo, como ocurre con los poetas inspirados». Tras lo cual, señala los valores objetivos del libro. Hace hincapié en la originalidad de las perspectivas. Con razón.

Miguel d’Ors, un maestro cuya huella es muy palpable en los poemas de Daniel Cotta, siempre ha insistido en que la poesía religiosa ha de ser sustantivamente poesía, esto es, buena, creativa, de su tiempo, con tensión lingüística y afán artístico. La piedad no puede ser una excusa. Un texto anacrónico transmite la sensación de que la fe es cosa de otro tiempo. Cotta se esfuerza, como detecta su hermano, en enfocar los poemas desde ópticas insólitas, con frecuencia insuflando un aliento cósmico entre las cosas cotidianas: «El Dios astrofísico / dejó el telescopio, / se encogió en un cuerpo / y entró en nuestros ojos, / respiró este aire, / se mareó a bordo / de la rotación, perenne del globo». La Encarnación es la encarnadura de esta poesía, como subraya el título del libro: Aquí, entre nosotros.

Si Miguel d’Ors concentró su potencia poética en las «Tres cantigas» para darnos ejemplo de hasta qué extremos la exigencia literaria tenía que ir a la par de la devoción católica, Daniel Cotta hace lo propio en su «Ave», otro poema mariano. Es un prodigio de superlativos, una letanía de esdrújulas marianas que termina con este endecasílabo redondo: «ísima de los ísimos del cielo». Hay una minuciosa elección de los títulos, como «Teo-algia», para hablar de que Dios sintió, en el Hijo, por supuesto, «y a través de los vasos / comunicantes de la Trinidad», el dolor que sentimos.

Ni la lírica ni la mística roban espacio a la ascética, y Cotta también empedra el poemario de buenos propósitos. Hace llamadas a la conversión, a la introspección y a la acción. Parte de un arrebato clásico: el de entregar a Dios su libertad. «Si quisieras quitarme el corazón / y volver a forjarlo…», arranca un poema que parece tópico. Sin embargo, lo remata: «Pero en vez de otro yo, Maestro Herrero, / has puesto entre mis manos / una fragua y un yunque y un martillo». La exigencia viene envuelta en humor, que es un humor con Dios. A la vuelta de un viaje por Noruega, el poeta se confiesa algo cansado de aquellos cielos nórdicos de zinc o de cobalto y celebra el reencuentro con «el azul / católico apostólico del cielo, / el azahar y un par de golondrinas», que le «han conseguido sacudir la pena, / la pena escandinava que traía» A renglón seguido, al pensar lo poco que aprovecha este don del cielo azul, remata de nuevo en la exigencia personal: «Me vas a pedir más por tanto cielo / tirado. Mucho más que a los noruegos».

Otro maestro, Aquilino Duque, comentaba que la manera moderna de escribir poemas religiosos es mirar por el rabillo del ojo al lector que no tiene fe, no perderlo jamás de vista. Esto no lo hace Cotta, sino que no aparta la mirada de Dios, o si acaso, a veces mira por el rabillo del ojo al lector que va a rezar con sus poemas. Se permite así a veces una despreocupada ingenuidad o, más allá, cierta complicidad en la ternura, como cuando celebra que Jesús escogiese el vino para la transubstanciación. Eso tiene el peligro de lo devocional, pero la ventaja, que ya señalábamos, de encontrar nuevos ámbitos de lectura. Entre los jóvenes de Hakuna, por ejemplo, como demuestra el guiño de una dedicatoria a José Pedro Manglano. Da lugar a una audacia muy de poeta místico, que no sé si pasaría el examen de un teólogo ortodoxo en cada verso, aunque en conjunto, sí, desde luego. Cotta es ignaciano a la inversa. Ignaciano, porque muchos poemas consisten en meterse en las situaciones como testigo. A la inversa, porque más que meterse él en el Evangelio se trae a Cristo de testigo de sus escenas cotidianas.

Al barbero del rey de Suecia estos fragmentos que ofrece cada semana de una obra le adquieren con frecuencia el perfil de aforismos. Hoy, no. Hoy parecerán jaculatorias. O lo son. Es todo un signo:

***
He aquí mi tuyo corazón, tu exceso.
*
Su paleta de genio [de Dios creador] / no considera terminado nunca / un cuadro: a todas horas lo está haciendo.
*
En el sonoro atardecer, tu palma / toca y toca las cuerdas del ocaso / y el ocaso, Señor, toca mi alma.
*
[Pide al Señor de todos los tiempos de su biografía] Quédate sólo con mis buenas horas.
*
Ahora que he dejado de no ser, / de no existir, ¿qué hago / para no defraudar el universo?
*
Cristo ha venido a verse en mis pupilas.
*
Señor de mis adverbios, [sus adverbios de tiempo y frecuencia que denotan que no siempre está a la altura] descansan en la palma de tu siempre.
*
Por donde el sol —por don del sol—…
*
[Jesús, que dijo que se iba, pero que se quedó —escondido— tras la cortina de la Eucaristía] «¿No sabes que te asoman / los pies, la sombra, el rebullir, la risa?
*
Aquel ladrón… / echó su petición fuera de plazo / sin el modelo B ni el C ni el D, / saltándoselo todo / como se saltan todos los ladrones.
*
[Jesús tiene] sed de Él.
*
[Los fracasos] Los das para crecer, como la fiebre / estira la estatura de los niños.
*
La torre restaurada de mi alma.

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