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Antonio Rivero Taravillo

Antonio Rivero TaravilloEFE

El pulso de Rivero Taravillo

Entre todos los poemas, destacaría «Adiós, afasia». Allí, este escritor incansable y políglota pulido, reconoce que volver a rezar es, en realidad, recuperar el habla. La elemental y originaria, tal vez la única: «Abre la boca y vuelan mariposas doradas»

El viernes de la semana pasada murió Antonio Rivero Taravillo (1963). Fue poeta, traductor, novelista, biógrafo y gestor cultural. Su obra suma decenas de títulos. Publicó, entre otros, dieciséis poemarios, varias novelas, colecciones de aforismos y libros de viaje; su biografía de Luis Cernuda obtuvo el Premio Comillas y la de Juan Eduardo Cirlot recibió el Premio Antonio Domínguez Ortiz. Deja en prensa una biografía de Álvaro Cunqueiro.

Amigo de sus amigos… y de sus lectores, lega un monumento de cariño y admiración que emerge con los obituarios y homenajes con que le está despidiendo el mundo literario. Yo, estos días, le he rendido tributo leyendo su último libro de poemas, Un invierno en otoño (Bajamar, 2025); y sentí, con John Donne, como a él —tan anglófono (sic)— le habría gustado recordar, la impotencia última de la muerte. Es un libro sobre la enfermedad y, sobre todo y sobre ella, sobre la esperanza.

Hay un breve poema esencial –recogido íntegramente en la selección del barbero– que cuenta cómo un prosaico gorrión se posa en la barandilla de la ventana y, cuando recibe un rayo de luz, resulta que era un lírico petirrojo, y levanta el vuelo. Esa transfiguración resume el alma del poemario.

Fiel a sí mismo, el culturalista que fue Rivero Taravillo recurre a citas constantes. Son maravillosas y, lo que es mucho más difícil, pertinentes. En una de ellas, Álvaro Cunqueiro confiesa: «Y creo sobre todo en el poder de la oración. Creo que cuando un hombre reza convoca fuerzas de las que no tenemos ni idea. No hay hombre más feliz ni más dueño de sí mismo y del mundo que el hombre que humildemente se arrodilla y reza. Yo soy un rezador». La cita de dos versos de Auden no se queda atrás: «La vida sigue siendo bendición / aunque tú ya no puedas bendecirla». Lo mismo puede decirse de las intertextualidades y de las referencias implícitas. La huella de T. S. Eliot es ubicua. Por ejemplo, así despierta Rivero de la anestesia de la biopsia: eliotianamente «deshecho como una cama al amanecer». Emociona su variación de los Cuatro cuartetos donde coincide con el maestro angloamericano en que la oración es arrodillarse donde otros ya lo hicieron, creando una comunidad de fe. Y de telón, la Biblia: «Y Job al fondo, / observándolo todo».

Entre todos los poemas, destacaría «Adiós, afasia». Allí, este escritor incansable y políglota pulido, reconoce que volver a rezar es, en realidad, recuperar el habla. La elemental y originaria, tal vez la única: «Abre la boca y vuelan mariposas doradas».

José Mateos dijo que poesía sólo es aquello que puede recitarse junto a la cama de un moribundo. Todavía con más motivo es aquello que puede escribirse desde la cama. Y allí cabe, nos demuestra Antonio Rivero Taravillo, un vitalismo inasequible al desaliento. ¡Cuánto gozo de vivir, por ejemplo, en este dístico: «Las plantas de los pies sobre la hierba, / descalzo como un cedro que camina», que tiene resonancias evangélicas (Mc 8, 24) y corteja al milagro entrevisto. Rivero Taravillo sabe que la muerte será un abrazo con la madre muerta demasiado pronto de la misma enfermedad, pero no tiene prisa: «También quiero abrazarte, pero espera / te debo esta victoria: / sigo vivo por ti. Mientras yo viva, / tú no habrás muerto». Nada le ha hurtado la victoria debida a su madre, porque está en sus versos. Mientras nosotros los leamos tampoco ella habrá muerto. El poema «Penélope», en el que imagina a su mujer cuando él no esté, lo aúna todo: culturalismo, humor, resignación, belleza y, más que nada, amor: un amor más fuerte que la muerte.

Me va a temblar el pulso y tendré miedo.
Me va a temblar el pulso y tendré miedo
pero, también,
el miedo va a temblar y tendré pulso.
*
La candente mano
que el sol pone benéfico en mi hombro.
*
Cuando otras cosas fallan, la conciencia
acrecienta su fuerza.
*
La enfermedad no es
nunca lo contrario de la salud,
sino el lugar desde el que ésta más se aprecia.
*
Decir una oración con quien la dijo
nos funde en nueva unión. De la plegaria
salgo más yo, más ellos, más nosotros.
*
Hay una madurez en la enfermedad
que tiñe de lección lo que es lesión.
*
Cada instante me cuesta una fortuna,
y aunque lo pago sin regatear
el precio me parece regalado.
*
Y aprendo, al traducir,
no solo inglés, no solo poesía:
también a renunciar y a conformarme,
plegado a la esencial y decisivo.
*
[No puede subirse a un avión para un viaje programado por el que tenía una gran ilusión]
Como en ese avión en que no voy
me elevo en vuelo, en este caso íntimo
de una orilla a otra de mi conciencia.
*
Son las pastillas
las cuentas de un rosario con que reza
mi vida por su vida.
*
Un gorrión se posa
sobre la barandilla de la terraza.
Da sobre él un rayo de sol.

Alza el vuelo el petirrojo.
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