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Algunos políticos a los que les cuesta asumir responsabilidades

Algunos políticos a los que les cuesta asumir responsabilidadesImagen generada con IA

Filosofía para todos

El retrato de los políticos que jamás piden perdón

Max Weber supo definir a la perfección a aquellos que no asumen responsabilidades en la vida pública

De un tiempo a esta parte se ha generalizado entre la clase política la negativa a asumir ningún tipo de responsabilidad ante los propios errores. Aunque los más exigentes alzan la voz una y otra vez pidiendo dimisiones, la realidad es que ya ni siquiera es común el gesto humilde de pedir disculpas públicas.

La actualidad más reciente nos ofrece casos concretos como los problemas en las pulseras que deben proteger a las mujeres víctimas de violencia de género, las innumerables incidencias en la red ferroviaria española, un apagón masivo del que no se confirman las causas o la terrible DANA de hace un año. Son solo algunos ejemplos y el lector podrá aportar tantos cuanto quiera.

En la mayoría de las ocasiones, los políticos optan por apuntar hacia otro lado y buscar causas ajenas para justificar sus fallos. Para ellos, siempre hay un motivo al margen de su control que provoca que las cosas no salgan como les gustaría. Así, sus convicciones ideológicas más profundas quedan salvadas.

Esta descripción sigue en buena medida la que realizó el pensador Max Weber en una célebre conferencia pronunciada en Múnich en 1919. En el marco de una breve revolución surgida en Baviera tras el final de la Primera Guerra Mundial, el sociólogo disertó sobre La política como vocación y dejó para la posteridad una serie de reflexiones que todavía hoy parecen seguir vigentes.

El discurso de Weber, que después se publicó ampliado en forma de ensayo, señala algunos de los males políticos del mundo contemporáneo: habla de quienes viven «de» y no «para» el servicio público, tilda de «borregos votantes» a una gran mayoría de los parlamentarios que solo hacen lo que les pide su líder o apunta el modo en el que los partidos se han convertido en «empresas» en las que las lealtades se pagan con «cargos de todo género».

Respecto a las acciones concretas de los dirigentes, Weber considera que existen dos «máximas» o éticas que pueden guiar esas decisiones: la ética de la convicción o la ética de la responsabilidad. En nuestros días, a la vista de los acontecimientos, todo hace indicar que es la primera de ellas la que se ha impuesto con claridad.

Explica el alemán que la ética de la responsabilidad tiene en cuenta «las consecuencias previsibles de la propia acción», mientras que «cuando las consecuencias de una acción realizada conforme a una ética de la convicción son malas, quien la ejecutó no se siente responsable de ellas». Este grupo de políticos que descartan pedir perdón «responsabiliza al mundo, a la estupidez de los hombres o a la voluntad de Dios que los hizo así», en palabras de Weber.

Las justificaciones que se aducían en 1919 han variado de forma con el paso del tiempo, pero la finalidad siempre es la misma: la culpa nunca es del político de turno y mirar hacia otro lado parece una buena solución.

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