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28 de abril de 2024

El ministro de Cultura francés ha anunciado importantes hallazgos en la catedral de Notre Dame de París

El ministerio de Cultura francés ha anunciado importantes hallazgos en los cimientos de la catedral de Notre Dame de París

El misterioso sarcófago aparecido en Notre Dame y los cimientos de Europa

Las excavaciones realizadas para la reconstrucción de la catedral incendiada en 2019 han sacado a la luz unas catacumbas del siglo XIII y un sarcófago de plomo en el que, de momento, no se sabe quién descansa

Las obras de reconstrucción de la catedral de Notre Dame de París tras el incendio de 2019 están deparando más de una sorpresa, al desvelar en las excavaciones para colocar el andamiaje, algunos descubrimientos olvidados bajo los cascotes del tiempo y del olvido.
En dichas excavaciones del crucero de la catedral parisina, se ha encontrado una parte de la antigua tribuna que separaba el coro de la nave; parte que habría sido construida hacia 1230 y destruida a comienzos del siglo XVIII, tal y como ha anunciado el Ministerio de Cultura francés.

Catacumbas y un sarcófago de plomo

Según este anuncio, se trata de partes de esa tribuna que ya había sido descubierta durante la amplia reforma de la catedral realizada en el siglo XIX por el arquitecto Eugène Viollet-le-Duc.
Dichos fragmentos se han encontrado en una fosa a la que se habían arrojado los restos de esa construcción, y su hallazgo ha supuesto «un descubrimiento del mayor interés», tal y como ha explicado Roselyne Bachelot, insistiendo en la importancia del hallazgo y que esas partes descubiertas son «vestigios de una calidad científica destacable», que «ayudarán a conocer mejor la historia de Notre Dame».
Grabado de Alfred-Alexandre Delauney

Grabado de Alfred-Alexandre Delauney, a finales del siglo XIX

La excavación también ha desvelado un basamento empedrado que data, como muy tarde, del siglo XVIII. Pero más abajo, han aparecido numerosas sepulturas, situadas a su vez sobre suelos que datan del siglo XIII, cuando comenzó a utilizarse el templo. Y entre esas sepulturas, el misterioso sarcófago de plomo que, por sus características y localización, debe albergar los restos de algún alto mandatario de la ciudad.

Asistir al nacimiento de una ciudad como se asiste al nacimiento de un niño

Como ha sucedido tantas veces, la casualidad parece desvelar lo escondido, y el asombro hace el resto. Ricardo III de Inglaterra apareció en las excavaciones para construir un garaje en Leicester. En otra excavación en 1965 para construir otro aparcamiento, aparecieron las catacumbas con ruinas romanas, restos de la catedral merovingia del siglo VI y las estancias medievales que sustentan el templo francés. Y ahora, de nuevo, tras el incendio y su necesaria rehabilitación, pueden encontrarse los orígenes olvidados de un pueblo en los cimientos de Notre Dame.
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Incendio de Notre Dame de París en 2019

Según el gran filósofo y poeta francés Charles Péguy, el descubrimiento de estas tumbas es como «asistir a la fundación de una ciudad, no sin cierta congoja, no sin cierto encogimiento misterioso, como una advertencia secreta; esa advertencia, y ese encogimiento, y esa congoja misteriosa del corazón, que es como asistir al nacimiento de un niño», que nos recuerda, –justo ahora–, cuando se tambalean por olvido o por costumbre, las razones del nacimiento de una civilización y su materialización en la vida y en el arte.
Todavía no podemos saber quién descansa en ese misterioso sarcófago. Pero este descubrimiento puede ser una nueva oportunidad para volver a saber; para redescubrir excavando en los hechos y en la tierra de la historia las razones y la entrega de otros hombres como nosotros, ahora que, como el mismo Péguy escribe sorprendido en Verónica:
«Hemos visto surgir un mundo nuevo; formarse una sociedad nueva, una ciudad; la sociedad moderna, el mundo moderno; un mundo, una sociedad constituirse, o al menos fundarse, nacer y crecer, después de Jesús, sin Jesús. Y lo que es más terrible, amigo mío, no hace falta negarlo, es que lo han logrado».
Y ahora que, aparentemente, «ya no hay nada más que ruinas sin nombre, materiales sin forma, escombros, demoliciones, montones y cascotes, infames parodias, imitaciones escandalosas. Porque ya no existe esa historia maravillosa, única, extraordinaria, inverosímil, eterna y temporal. Porque ya no hay cristianismo». ¿O sí?
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