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27 de abril de 2024

Escena de 'La Gran Belleza' (2013), de Paolo Sorrentino

Escena de La Gran Belleza (2013), de Paolo Sorrentino

El feminismo que quiere «revertir los cánones masculinos» en el arte

Sus representantes, conservadoras, historiadoras y periodistas, persiguen dejar espacio por cuota a las mujeres artistas, en lugar de darles uno propio, quitándoselo a los hombres

La historiadora estadounidense Maura Reilly, de la revista ArtNews, asegura que hay que terminar con «la cantinela» de que las mujeres están representadas igualitariamente en el arte. Es casi una llamada a la revolución por una paridad históricamente imposible, aunque sí probablemente reducible. Katy Hessel, la autora de un libro con tan sugestivo título como La Historia del Arte sin Hombres, abunda en la dirección de Reilly: una sugerencia inocultable de supresión, de «cancelación» del hombre para dejar espacio por cuota a las mujeres.
Afirma Reilly que el 87 % de las obras que se encuentran en los grandes museos estadounidenses fueron realizadas por hombres, y que un 85 % de ellos son blancos. ¿Se puede cambiar el pasado, por poco paritario que este pueda parecer? Una de las «cantinelas», empleando el mismo término que la historiadora, es que antiguamente las mujeres quedaban encasilladas como «mujer de», y, si era sí, ¿qué se puede hacer más allá de restituir a las artistas que verdaderamente fueron silenciadas? ¿Se habla de calidad o de cantidad?

Atención a la paridad

Nadie tiene la culpa de esto. Pero para el feminismo radical sí. De hecho, su existencia se debe a la búsqueda del enemigo, la confrontación sobre la que erigirse, por mucho que ese sustento real no exista. Otra guerra cultural. O la misma. Una rama. Una no existencia que no es impedimento alguno para un feminismo radical que ve como todos los museos están prestando atención a la paridad y se multiplican las exposiciones dedicadas a mujeres artistas, simplemente por el hecho de ser mujeres, como la Tate Gallery de Londres, que consagra a ellas su programación anual.
La Tate está «comprometida desde hace tiempo en mejorar la representación de artistas femeninas en su programación y en sus colecciones permanentes», aseguró Polly Staple, directora de la colección Arte Británico. La Real Academia de Arte de Londres ofrecerá en 2023 y por primera vez en su historia todo su espacio a una mujer: la artista de performance serbia Marina Abramovic, tan (poco) sutilmente parodiada en La Gran Belleza, de Paolo Sorrentino.

Imaginar que una mujer podía inventar algo fue durante mucho tiempo un tabú antropológicoCamille MorineauPresidenta del Consejo de Administración de la Escuela del Louvre

«Revertir los cánones masculinos que dominan la historia del arte es una tarea desalentadora, pero pienso que los museos asumen el desafío», añade Staple, quien reconoce que queda «mucho trabajo por hacer». Dicen que de las más de 35.000 obras que atesora el Museo del Prado, solo unas 300 pertenecen a artistas mujeres, y que en el Louvre apenas hay 25 mujeres entre más de 3.000 pinturas. Datos inservibles porque no se pueden crear obras de períodos históricos donde incluso sencillamente puede que no existieran o fuesen una minoría aumentada por el cariz de los tiempos.
Esto es lo que Invitadas, la exposición comisariada por Carlos Navarro en el Prado en 2020, nombró «misoginia histórica», una dudosa discriminación en el sentido del objeto y de la idea. Revisionismos de un pasado al que se le aplica un ideológico propósito de enmienda que nada tiene que ver con el arte y con las artistas femeninas que sí fueron discriminadas, porque las hubo, en gran medida, sin que este hecho tenga que ver con «revertir los cánones masculinos», ¿Por qué se ha de revertir y no añadir? Quizá porque lo que se busca es confrontar (la ideología y no el arte) y no sumar o incluso reconciliar.

La perversión de la reversión

Un sectarismo reflejado en acciones como la de Camille Morineau, responsable del Centro Pompidou en 2009 (y actual presidenta del Consejo de Administración de la Escuela del Louvre), quien afirmaba que «Imaginar que una mujer podía inventar algo fue durante mucho tiempo un tabú antropológico», una más que segura realidad que se invalida con un absurdo sentimiento de venganza, como el de decidir, durante dos años, exponer solo a mujeres en la muestra parisina. Un gran éxito de público que no justificó de ningún modo la exclusión de los artistas masculinos por ser masculinos, haciendo precisamente lo que denunciaba, en la paradójica perversión de la reversión.
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