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24 de abril de 2024

Antonio de Nebrija o el rastro de la verdad de José Antonio Millán

Portada de «Antonio de Nebrija o el rastro de la verdad» de José Antonio MillánGalaxia Gutenberg

Nebrija: ¿la lengua compañera de Imperio?

La biografía de Nebrija de José Antonio Millán llena un vacío en la esfera de la divulgación histórica. Una obra potencialmente atractiva para aquel que sienta curiosidad por este gran humanista, amena sin que por ello deje de ser una obra rigurosa.

Antonio de Nebrija o el rastro de la verdad de José Antonio Millán

galaxia gutenberg / 208 págs.

Antonio de Nebrija o el rastro de la verdad

José Antonio Millán

Esta biografía de uno de los más grandes humanistas españoles, Elio Antonio de Nebrija, debida al lingüista José Antonio Millán (Antonio de Nebrija o el rastro de la verdad, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2022), llena un vacío en la esfera de la divulgación histórica, ya que la reciente obra de Pedro Martín Baños (La pasión de saber. Vida de Antonio de Nebrija, Universidad de Huelva, 2019), monumental por su erudición, rigor y exhaustividad en el estudio de las fuentes, probablemente es demasiado compleja y voluminosa para el lector común.
Ciertamente, el libro de Millán no puede hacer sombra a la biografía de Martín Baños, que será la obra de referencia sobre Nebrija durante mucho tiempo. Sin embargo, resulta potencialmente atractiva para aquel que sienta curiosidad por este gran humanista, tanto por lo bien escrita que está como por su amenidad, sin que por ello deje de ser una obra rigurosa que refleja un perfecto conocimiento del personaje y su época.
Y lo cierto es que Millán no lo tenía fácil para conseguir un texto que no fuera aburrido. Como él mismo reconoce, estamos ante «una biografía intelectual», en la que apenas hay drama o aventura: «Si los corsarios hubieran hecho cautivo a Nebrija cuando volvía de Italia, si en Salamanca hubiera tenido pendencias amorosas pro dedicar unos hexámetros a la mujer de un colega, si en Burgos la hubiera emprendido ‘a coces y puñaladas’ con el dominico provocador, o si la Inquisición hubiera dado con sus huesos en la cárcel, tal podría haber resultado una vida más animada, pero nada de eso ocurrió».

Un aspecto de la figura de Nebrija que ha quedado oscurecido por su brillante carrera como gramático es la de su condición de humanista cristiano

En suma, es la vida de un profesor de la temprana Edad Moderna, muy parecida a la de los profesores universitarios del siglo XXI. Resulta curioso constatarlo al hilo del retorno en 1475 a la Universidad de Salamanca de Nebrija como profesor de poesía y oratoria tras diez años de ausencia (incluidos cinco años italianos que le cambiarían, como colegial del Colegio Español de Bolonia). Al comentar la obtención por Nebrija de la cátedra de gramática de Salamanca, Millán apunta lo siguiente: «Por supuesto, ayer como hoy, los simples méritos intelectuales o docentes no bastaban para conseguir una cátedra, porque quienes las detentaban con frecuencia maniobraban para que pasaran a alguien de la familia (hay casos en que el hijo heredaba la cátedra del padre) o a quienes le pudieran devolver el favor. Igualmente, el hecho de haber estudiado en la misma Salamanca era un mérito frente a los candidatos ‘de fuera’. Como se ve, todas ellas cuestiones que seguirían siendo típicas de la Universidad andando el tiempo».
Un aspecto de la figura de Nebrija que ha quedado oscurecido por su brillante carrera como gramático es la de su condición de humanista cristiano. Al igual que sucedía con Erasmo y otros humanistas de su tiempo, su pasión por el estudio de las lenguas clásicas estaba íntimamente relacionada con su anhelo por comprender el significado de la Sagrada Escritura en sus lenguas originales. Los humanistas italianos veían no solo lenguas de la época clásica en la triada formada por el hebreo, el griego y el latín, veían la lengua de la Torah, la Septuaginta y la Vulgata.
El propio Nebrija, Bachiller en Teología, lo expresaba así, según lo cita Millán: «La religión cristiana está contenida sobre todo en aquellas tres lenguas que quedaron consagradas en el Título de la Cruz (…) desde la hebrea, en la que por vez primera fue anunciada nuestra salvación, pasando por la griega, en la que fue escrita la cultura humana, hasta la latina, que tuvo la dominación de todo el orbe».

La lengua compañera del Imperio

Un último aspecto de la obra de Nebrija que aborda Millán de forma sugerente, aunque a nuestro juicio no termina de profundizar en la cuestión, es la de la polémica vinculación del gramático con la gestación de la idea de Imperio en la España de 1492. Como es bien sabido, en el Prólogo de la Gramática de Nebrija dedicado a Isabel la Católica se lee: «Cuando bien conmigo pienso, muy esclarecida Reina, y pongo delante los ojos el antigüedad de todas las cosas, que para nuestra recordación y memoria quedaron escriptas, una cosa hallo y: saco por conclusión muy cierta: que siempre la lengua fue compañera del Imperio; y de tal manera lo siguió, que juntamente començaron, crecieron y florecieron, y después junta fue la caída de entrambos».
Millán trae a colación la utilización por el franquismo de este famoso párrafo de Nebrija y comenta lo siguiente: «¿Qué le gustaba al franquismo de la figura de Antonio de Nebrija? Tal vez su famosa frase ‘la lengua compañera del Imperio’; al régimen que había cogido como lema ‘Por el Imperio hacia Dios’ sólo podía complacerle. La idea imperial en pleno siglo XX tenía aires fascistas: podemos rastrear su origen en la Italia mussoliniana. En España aparece formulada en 1934, dentro de los Puntos Programáticos de Falange: ‘Tenemos voluntad de Imperio. Afirmamos que la plenitud histórica de España es el Imperio’ (…) Un gran lingüista, muy próximo a la Falange, Antonio Tovar (al que podemos considerar sucesor de Nebrija, porque ocupó la cátedra de Latín de la Universidad de Salamanca), había declarado en su libro de 1941 El Imperio de España que la nuestra ‘era una nación hecha para mandar’».
Ahora bien, se da la paradoja de que es precisamente esta fórmula de «la lengua es compañera de Imperio», tan querida para el falangismo, la que catapultó a la fama a Nebrija, «cuyas hazañas en la enseñanza del latín y en la filología bíblica pocos recordaban. Sí, Ramón Menéndez Pidal había creado en la Segunda República el Instituto de Filología Antonio de Nebrija (dentro del institucionista Centro de Estudios Históricos), pero ¿habría bastado la fama filológica para catapultar a Nebrija al estrellato que alcanzó en el franquismo? Probablemente no…», concluye Millán.

Más allá de apuntar su manipulación franquista en un sentido anacrónico, cabría preguntarse en qué medida el humanismo aprendido en Bolonia por Nebrija puede explicar su idea de Imperio.

La cuestión que queda sin dilucidar en la obra de Millán es la realidad histórica o no de la idea de Imperio de Nebrija. Más allá de apuntar su manipulación franquista en un sentido anacrónico (el de un nacionalismo lingüístico centralista que, además, hizo de la Gramática de Nebrija la ‘primera gramática de un idioma europeo moderno’, lo que no era), cabría preguntarse en qué medida el humanismo aprendido en Bolonia por Nebrija puede explicar su idea de Imperio.
Como apunta el propio Millán, «La relación entre la lengua latina y el Imperio Romano era un lugar común del humanismo». De hecho, como han demostrado Lee y Nederman, a pesar de que se ha venido poniendo el acento en la dimensión ‘republicana’ de defensa de las libertades cívicas de los humanistas (Kristeller, Pocock, Skinner…), lo cierto es que muchos humanistas italianos fueron acérrimos defensores del Imperio, desde Dante a Gattinara, incluyendo a Petrarca o Piccolomini. Y esta es la tradición política de la que probablemente se hace eco Nebrija.
En efecto, aunque Nebrija en 1492 todavía no podía entrever las dimensiones universales del futuro «Imperio Español», sí se hizo eco de un discurso «imperial» en el cual la Monarquía Hispánica, como nueva Roma, se enseñoreaba de una multitud de pueblos, vinculando así Imperio con civilización, y la multitud de pueblos sometidos con «la barbarie». No en vano, Nebrija vincula en su célebre prólogo el dominio de una multitud de pueblos bárbaros con la imposición de una lengua, al estilo de lo que hizo la Roma imperial: «Después que vuestra Alteza metiesse debaxo de su iugo muchos pueblos bárbaros y naciones de peregrinas lenguas, y con el vencimiento aquellos ternían necesidad de recebir las leyes quel vencedor pone al vencido, y con ellas nuestra lengua».
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