Fundado en 1910

23 de abril de 2024

«Las gratitudes» de Delphine de Vigan

Portada de «Las gratitudes» de Delphine de ViganAnagrama

«Las gratitudes» de Delphine de Vigan. Vivir es ser agradecido

Una excepcional novela sobre la gratitud y la justicia, un canto a la esperanza.

La escritora francesa Delphine de Vigan (Boulogne-Billancourt, 1966) es autora de una obra prolífica; aunque aún no es muy conocida en España –a pesar del excelente trabajo realizado por la editorial Anagrama para traducir su obra–, es una de las voces literarias que goza ya de pleno reconocimiento en las letras francesas.
Desde que la realizadora francesa publicó Jours sans faim (Grasset 2001; Días sin Hambre, Anagrama 2013) bajo el seudónimo Lou Delvig por temor a la incomprensión paterna, decidió vencer el miedo a morir y comenzó a desvelar algunas de las huellas indelebles de las heridas familiares que había recibido durante la infancia, y lo hizo en otra obra autobiográfica Rien ne s’oppose à la nuit (Jean-Claude Lattès 2011; Nada se opone a la noche, Anagrama 2012), en la que emprende la reconstrucción de la vida de su madre Lucile tras su suicidio, por la que recibió los premios de Novela Fnac, el Premio de Novela de las Televisiones Francesas, el Premio Renaudot de los Institutos de Francia, el Gran Premio de la Heroína Madame Figaro y el Gran Premio de las Lectoras de Elle.
Tras Un soir de décembre (JC Lattès 2005; Una tarde de diciembre, Artime 2005), recibió el Premio Rotary Internacional 2009 y el Prix des libraires por la novela No et moi (JC Lattès 2007; No y yo, Suma de Letras, 2009; Anagrama, 2021), que fue llevada al cine en 2010 por Zabou Breitman); en 2009 publicó The Heures souterraines (JC Lattès; Suma de Letras, 2010), y en 2015 obtuvo los premios Renaudot y el Goncourt des lycéens por D'après une histoire vraie (JC Lattès 2015; Basada en hechos reales, Anagrama 2016), una novela híbrida de tono autoficcional en la que rinde tributo al universo paranoico de Stephen King y que ha sido llevada al cine por Roman Polański.
Poco después Delphie de Vigan publicó Les loyautés (JC Lattès 2018; Las lealtades, Anagrama 2019) y Les Gratitudes (Jean-Claude Lattèx 2019; Las gratitudes, Anagrama 2019), una excepcional novela sobre la gratitud y la justicia, en la que entona un canto a la esperanza.
«Las gratitudes» de Delphine de Vigan

anagrama / 176 págs.

Las gratitudes

Delphine de Vigan

Desde que en 1980 Delphine de Vigan decidió visitar a su madre por vez primera en el hospital y abrir las puertas que habían permanecido clausuradas en su corazón, corrió el cerrojo de la propia intimidad familiar, «el tintineo de los manojos de llaves, los enfermos que erraban por los pasillos, el ruido de los transistores, esa mujer que repetía Dios mío, por qué me has abandonado», ha publicado historias que revisten un carácter universal y que encuentran resonancias y ecos en otras almas humanas. Aunque algunas de sus obras no han sido aún traducidas al castellano, como Les jolis garçons (JC Lattès 2005), Sous le manteau (Flammarion 2008) y Les enfants son roigs –de reciente publicación (Gallimard 2021)– la guionista y cineasta francesa ha mostrado siempre su predilección por temáticas de hondo calado antropológico, que han oscilado desde la anorexia, el amor filial, la amistad y las incertidumbres de la adolescencia, las relaciones familiares, el suicidio y la culpabilidad, el acoso laboral, la verdad de la escritura, la sobreexposición en las redes sociales y la lealtad respecto a lo que debe ser dicho o silenciado.

Una narración salvífica, breve y profunda sobre la vulnerabilidad y la fragilidad humanas y sobre el envejecimiento y la demencia

Las gratitudes se articula en torno a los discursos intercalados que sostienen dos jóvenes, Marie y Jérôme, que visitan por circunstancias distintas, a Michèle Seld, una anciana soltera de origen judío y sin hijos que acaba de ingresar en un geriátrico debido a una afasia incipiente que le impide expresarse. Marie Chapier cuida de su vecina Michka con indecible ternura –como también lo hace la conserje del edificio que le lleva bombones, la señora Danville–, en señal de agradecimiento por los cuidados que esta le prodigaba durante su infancia, cuando su madre se ausentaba y su familia la desatendía; y Jérôme Milloux lo hace por motivos profesionales, pues es un logopeda que trabaja en el asilo en el que se encuentra esta mujer, aficionada a la lectura literaria (Virginia Woolf, Sylvia Plath, Doris Lessing) y periodística (está suscrita al diario Le Monde) y a la palabra escrita, quien, paradójicamente, antes de su jubilación, había trabajado como correctora de estilo en un periódico. Mientras Mitcha recibe estas visitas, puede el lector adentrarse en la intimidad de cada uno de los personajes que acarrean sus traumas y fracturas interiores (la soledad, el divorcio, el rencor), como acertadamente traslada la estructura fragmentaria de la obra.
Con esta breve novela rinde la escritora francesa un pequeño homenaje a su tía Monique, a la que visitó con frecuencia en la residencia geriátrica para devolverle parte de lo que le había dado, pues ella, que acostumbraba a leerle un cuento sobre un oso llamado Michka, había compensado muchas de las carencias familiares sufridas.

Sobre la gratitud, sobre la necesidad de recordar y de conservar en el corazón los acontecimientos vividos que configuran nuestra identidad y nos ayudan a tomar conciencia de los dones recibidos

Tiene el lector entre sus manos una narración salvífica, breve y profunda sobre la vulnerabilidad y la fragilidad humanas y sobre el envejecimiento y la demencia: «Envejecer es aprender a perder. […] Readaptarse. Reorganizarse. Apañárselas. No darle importancia. No tener ya nada que perder»; sobre la insuficiencia de la palabra y de los gestos cuando se trata de mostrar la deuda contraída ante los dones recibidos y sobre la importancia del lenguaje: «Hay que luchar. Palabra a palabra. Sin concesiones. No hay que ceder. Ni una sílaba, ni una consonante. Sin el lenguaje, ¿qué nos queda?». De manera proverbial, con prosa penetrante, concisa, desnuda, sencilla y bella, Delphine de Vigan escribe una narración sobre la gratitud, sobre la necesidad de recordar y de conservar en el corazón los acontecimientos vividos que configuran nuestra identidad y nos ayudan a tomar conciencia de los dones recibidos, a saber que tienen su origen fuera de nosotros mismos y a mantener con apertura cordial una actitud agradecida.
Las gratitudes se abre con una cita del traductor, novelista, poeta y profesor del Instituto Nacional de Lenguas y Civilizaciones Orientales de la Universidad París III, François Cheng, extraída de Enfin le royaume, que condensa con plenitud el alma agradecida que sustenta la narración: «Reímos, brindamos. Desfilan en nosotros los heridos, / Los lastimados; les debemos memoria y vida. Pues vivir, / Es saber que todo instante de vida es un rayo de sol / En un mar de tinieblas, es saber ser agradecido».
Comentarios
tracking