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25 de abril de 2024

Portada de «Sorolla o la pintura como felicidad» de Carlos Reyero

Portada de «Sorolla o la pintura como felicidad» de Carlos ReyeroCátedra

'Sorolla o la pintura como felicidad': una serena contemplación de la felicidad

Carlos Reyero nos descubre la intrínseca unidad entre la vida y la obra de Sorolla, quien hizo de su pintura el modo de expresar sus propias vivencias y de éstas una fuente inagotable de inspiración

Carlos Reyero, uno de los grandes especialistas en la pintura española del siglo XIX, nos pone ante la obra de Sorolla con una mirada renovada, donde el color y la luz, propios de los lienzos del maestro, son instrumento para adentrarnos en la búsqueda de felicidad del pintor a lo largo de los años. El indudable reconocimiento del que Sorolla gozó en vida, convirtiéndose en referente de la cultura española de su época, no sació la sed pictórica del maestro, que pintaba para vivir y vivía para pintar.
No fue ajeno a las vivencias de sus coetáneos, pero tampoco estuvo supeditado a los dictados académicos o vanguardistas que pudieran alejarle de su propia concepción de la pintura, que iba mucho más allá de los ejercicios técnicos necesarios en su época de aprendizaje. El autor va desgranando a modo de decálogo el camino de Sorolla, desde su temprana orfandad hasta su triunfo pictórico en los círculos internacionales, plasmado en la exposición realizada en los meses de febrero y marzo de 1909 en The Hispanic Society of America (Nueva York).
En las obras allí presentadas Sorolla parecía desafiar las incipientes propuestas vanguardistas por no renunciar a la esencia española, traducida en una versión colorista de las distintas regiones, diferenciadas por fisonomías, vestimentas y escenografías. Sorolla fue un hombre de su tiempo, amigo de literatos como Blasco Ibáñez, quien lo situó en la estela de Velázquez y de Goya, y, a la vez, cuestionado por otros, como Valle Inclán, que criticaba que los pintores solo trabajaran para vender.
Portada de «Sorolla o la pintura como felicidad» de Carlos Reyero

cátedra / 290 págs.

Sorolla o la pintura como felicidad

Carlos Reyero

Carlos Reyero muestra su profundo conocimiento de la vida y obra de Sorolla, planteando un entramado unitario perfectamente documentado, con pinturas muy representativas y con numerosas fuentes documentales, ya que todo el texto está jalonado de críticas de arte, testimonios de amigos del pintor y, sobre todo, de las revelaciones del propio Sorolla.
Todo ello va conformando la realidad del maestro, en la que conviven salones académicos, exposiciones, tertulias y galerías, con momentos de intimidad y preocupación por los suyos, que a menudo le servían de modelos en su constante interés por pintar desde el natural. Y esto dejó huella en su amplio repertorio, pues Sorolla atrapó con sus pinceles desde un realismo social de hondo dramatismo, hasta detalles cotidianos de aparente banalidad, «fáciles de mirar». Probablemente esta mirada atenta a la realidad, que le sorprende en el día a día, es lo que sigue despertando la admiración del público por la obra del maestro valenciano, quien estaba convencido de que «los premios no hacen a los buenos pintores».
Su dominio técnico es innegable, como atestiguan los galardones obtenidos en los certámenes nacionales de la última década del siglo XIX, pero la renovación iconográfica desvela la esencia de Sorolla: la dureza de vida de los pescadores, la inocencia de los niños, el tiempo de ocio, la familia, el dolor, la enfermedad, el mar, la playa, son únicamente algunos de los motivos que se abren paso en sus lienzos en una incansable y versátil productividad.
Reyero nos muestra al pintor y, a la vez, al esposo, padre, maestro y amigo, un hombre de profunda humanidad que no rehúye el mal, ni las dificultades, pero que no se recrea en el sufrimiento, tal como se deduce de sus escritos a sus más allegados. Generoso con todos ellos, vivió con dolor las largas temporadas de separación de su mujer, Clotilde, y de sus hijos, María, Joaquín y Elena, especialmente en las épocas en que los dos mayores enfermaron. Pero su dedicación en cuerpo y alma a la pintura exigía largos viajes «como un estudioso de la población, de sus características físicas, de su entorno, de sus expresiones materiales y espirituales». Como observa Reyero, en la distancia seguían presentes los suyos, ya que el hogar fue para el pintor un ámbito esencial de su existencia, que lo alejaba de la bohemia dominante en los círculos artísticos.
Al concluir este libro, crece en el lector el deseo de seguir conociendo a Sorolla y a su época, tarea que facilita el valioso elenco bibliográfico aportado por Carlos Reyero al final de su obra, cuya lectura resulta tan placentera como la contemplación de las pinturas del maestro valenciano. Para Sorolla la pintura fue, en sus propias palabras, «un placer inmenso» y esto se transmite a los espectadores, trasladados por el pintor «a momentos y lugares en los que uno desearía permanecer para siempre».
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