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‘En la tempestad, Dios’: Fe y razón frente al misterio del dolor

El enigma del sufrimiento humano entre la Biblia, la filosofía y la presencia escondida de Dios

¡En la tempestad está Dios! Es la afirmación lacerante que nos lanza este magnífico libro. Siguiendo la obra de Neher y el libro de Job, nos abre una ventana al sentido del sufrimiento humano, inédita por su pretensión de no darnos una respuesta prefabricada y de abrir la brecha de las preguntas últimas. El sufrimiento nos llama al litigio necesario de la fe: Dios y el hombre, frente a frente.

Cubierta de 'En la tempestad, Dios'

BAC (2024). 256 páginas

En la tempestad, Dios

Francesco G. Voltaggio y Francesco P. Ciglia

Los amigos justifican a los hombres y su lógica, pero no conocen a Dios. El fondo religioso de los intentos de comprensión del sufrimiento es vano. La teodicea es una ciencia fallida. Siempre hacen de Dios un ídolo. Todos los filósofos citados en este texto coinciden en la pertinencia del relato bíblico y la necesidad de hacer de él un modelo para entender nuestras vidas y sufrimientos. Todos ellos coinciden en mostrar el dolor desnudo de los hombres que sufren.

La guerra, la muerte, el terremoto, todo es un escándalo, y los hombres, como siempre, desde su punto de vista mágico-religioso, se preguntan: «¿Dónde está Dios?». Porque «la naturaleza sufre dolores de parto hasta la manifestación gloriosa de los hijos de Dios» (Rom 8, 19-22). En Job, objeto central de este estudio de un biblista y un filósofo, se dice que no hay juicio a Dios. Si Dios existe, y Él es la verdad y el sentido, solo hay que esperar a que se presente a la querella, al litigio.

La historia del profeta Elías… después de 40 días huyendo de Jezabel, escondido en una cueva, tras el triunfo pírrico contra los sacerdotes de Baal, Dios le pide que salga de la cueva porque Él va a pasar… no lo hace con el fuego (las fuerzas de la naturaleza), ni con el terremoto, ni con el viento impetuoso, sino en un susurro de una brisa suave, con la «voz del silencio sutil» («silencio sonoro», San Juan de la Cruz). En 2013, M. Rosensaft, hebreo americano sobreviviente de la Shoah, le pidió al Papa Francisco una interpretación acerca del mal absoluto del holocausto: el Pontífice le respondió con el «icono bíblico» de la «voz del silencio sutil». Afirmando que en aquella enorme tragedia Dios era «una presencia escondida como la de la brisa ligera» de la que habla la Biblia cuando narra la experiencia de Elías en el monte Horeb; tal lógica, añade el Papa, «es la única posible interpretación hermenéutica». Dios estaba donde parecía que no estaba. Como en el caso de Elías.

Es la misma historia que cuenta el libro de Gedeón. Cuando el ángel le dice: «el Señor está contigo», Gedeón le responde cínicamente (Gd 6, 12-13): «Perdóname, si el Señor está conmigo –le dice–, ¿por qué ha pasado todo esto?». O sea, ¿dónde está el Señor en la persecución, en la catástrofe…? Parece como que la historia desmiente la veracidad del nombre de Dios: si es «El que será», ¿por qué no aparece cuando se le necesita? La cruz como misterio insondable. No hay teodicea ni filosofía que lo pueda entender o explicar. Es la pretensión soberbia de entenderlo y no poder hacerlo lo que nos afirma como ateos.

La novedad del cristianismo es que este nombre inefable de Dios, esta ausencia/presencia, ha sido revelada plenamente en Cristo: «el nombre sobre todo nombre» (Fil 2, 9). Aunque el dilema nunca se resuelve porque la divinidad de Cristo siempre estará velada por su total humanidad. Y al revés. Por un lado, nos da acceso total a Dios, desgarrando el velo del sancta sanctorum con su crucifixión (Mateo 27, 51) y, por otro, solo en el cielo se podrá ver a Dios cara a cara y «no en modo confuso como en un espejo» (1 Cor 13, 12).

Levinas capta este hacerse presente/ausente también en la mística cristiana de San Juan de la Cruz, y hasta en el evangelio, en el pasaje de los discípulos de Emaús: en el momento en el que parte el pan dejan de verlo (Lc 24, 13). Desaparece en el preciso instante en el que se presenta como el Cristo. El juego de aparecer y esconderse es el vaivén del amor. La paradoja expresa el respeto absoluto por el ser humano. «De esta manera, estimula la búsqueda por parte del hombre» (p. 236). «No se debe pensar la mística cristiana como intimista [no es mera especulación filosófica, tampoco]: la verdadera mística cristiana es, de hecho, la liturgia, síntesis y culmen de la teología de la vida cristiana, y es en ella en la que la comunidad y, por medio de ella, se puede alcanzar la unión con Dios. Para el cristiano, de hecho, la verdadera unión con Dios llega mediante la Palabra y el Sacramento, y eminentemente la eucaristía, gracias a la cual la plenitud de Dios habita en el creyente y este en Dios. Y no hay Palabra ni Sacramento sino por medio de la Iglesia» (p. 243).

Como dice Fabrice Hadjadj en el maravilloso prólogo del libro, si podemos hablar del mal tan alegremente en este contexto es porque todavía el sufrimiento no nos ha cogido por el cuello. Todos los comentadores del libro de Job, y son infinitos, suscitan siempre la sospecha de parecerse a los amigos de Job: tratan de reducir el problema del mal o de la existencia de Dios a una mera explicación racional. Pero el libro de Job hoy nos acorrala siempre contra la verdad inapelable de lo horrible del sufrimiento humano, nos invita a sumarnos a su grito o a unirnos sobrecogidos por el silencio de Dios… Como dice Fabrice Hadjadj, hoy la enseñanza verdadera comienza cuando el profesor se cae de su cátedra y sufre en su carne: «aferro mi carne entre mis dientes» (Job 13, 14). O «pondré mi mano en mi boca» (Job 40, 4), porque, a lo mejor, lo único que podemos hacer es callar.

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