Fundado en 1910
Diego Garrocho

Diego GarrochoPablo VI

'Moderaditos': el valor político de las buenas maneras

Cuando el radicalismo es lo cómodo y la verdadera audacia está en pensar sin ataduras

Hace no mucho tiempo ser radical era peligroso. Quien hablaba con vehemencia y se enfrentaba al consenso dominante defendiendo sus principios contra viento y marea arriesgaba su reputación, su sustento y, a veces, hasta su vida. Pero hoy el numantinismo arrebatado, la fiereza apasionada, la militancia insobornable, son para muchos un modus vivendi que asegura el canapé cotidiano y el aplauso del entorno. Lo aventurero ahora es no situarse en ningún bando previo y buscar la propia posición en cada asunto, admitiendo la posibilidad de errar y encontrando razones válidas en los diferentes argumentos. Lo valiente en nuestro tiempo es la moderación, entendida no sólo como un tono educado, sino como pensamiento crítico y libre no adscrito férreamente a ninguna facción. Lo es porque va a contracorriente de la tendencia general a cultivar con intensidad retórica los nichos comerciales y electorales. El agradaor de nuestros días habla con verbo radical y, por supuesto, desacomplejado que le garantiza público y patrocinios. Pero el moderado es valeroso porque no tiene quien le quiera: ni recibe likes, ni votos, ni prebendas.

Cubierta de 'Moderaditos'

En Debate (2025). 112 páginas

Moderaditos: Una defensa de la valentía política

Diego Garrocho

Esta idea vertebra el apasionado, lúcido y pesimista libro de Diego Garrocho. Es su reacción, con la brevedad del hartazgo, con la fluidez de quien ya lo lleva pensando largo tiempo, a unos cuantos años de fuego cruzado en que desde un lado y otro se acusa de cobardes, oportunistas, traidores e indecisos a quienes no se alinean con la ortodoxia de derecha o izquierda, es decir, a los «moderaditos». Reo habitual de tales cargos, asume con humor el diminutivo y lo enarbola para reivindicar que la moderación no es centro equidistante ni falta de criterio, sino gusto por la libertad de juicio y el sentido autocrítico, amor por la nitidez pero también por el matiz, afición a la idea razonada y claroscura, y un ansia irrenunciable de participar en la conversación pública de modo activo, independiente y constructivo.

El libro dedica unas pocas páginas a retratar a quienes le acusan, aunque quizá simplifica demasiado en su condescendencia. No todo exaltado lo es por la inseguridad interior de quien necesita un grupo cerrado en el que sentirse acogido. Siempre los ha habido también por convicción profunda, por lealtad sincera, por oportunismo, por egolatría, y quizá por muchas otras causas o mezcla de todas ellas. E igual que con los apocalípticos ocurre con los integrados: también hay aún moderados por cálculo, inercia, apocamiento, narcisismo y muchos otros defectos. Pero las causas del talante e ideas de cada individuo a lo largo de una vida son tan variadas y cambiantes que no cabe reducirlas a un solo diagnóstico. Y a la postre, para juzgar la acción y la opinión de cualquier ciudadano no importa tanto la causa íntima cuanto el resultado público.

Pero no es este un libro de revancha, sino de exhortación a mantener unas actitudes que van a contracorriente: defender con convicción las ideas propias en la contienda civil y mantener el respeto no sólo al contrario, sino también a sus principios; no añorar un consenso autoritario o perezoso en vez de un disenso democrático, en el que los distintos se juntan para debatir y dejar claro el porqué de sus distancias sin que eso impida pactar cuando se pueda; no dejarse arrastrar por la moda de ser sólo militante en vez de periodista, político y ciudadano elector. Y sobre todo, es una arenga, quizá incluso autoarenga, a no resignarse y abandonar, pese a un horizonte que augura tenebroso, un ágora pública donde sólo se oigan eslóganes en vez de argumentos.

En ese pesimismo que no aguarda salvación y que actúa por una mixtura de orgullo y convicción está el germen de la esperanza que, pese al tono fatalista, cabe descubrir implícita en el libro entre tanta amenaza manifiesta. Más aún en España, donde tenemos la suerte (frente a otros países de nuestro entorno) de que aún la gran mayoría tiene amistad, cuando no parentesco, con múltiples gentes de otras ideas políticas, y el ágora está artificialmente incendiada en comparación con las plazas. El fuego se propaga rápido, sin duda, pero la voz del moderado Garrocho no es sólo la de un profesor de filosofía que cita cuando debe a Kant, sino que refleja la realidad cívica española con bastante mayor veracidad que el populismo pirómano.

A todo moderado le ha perseguido siempre el espectro de Ismene, la prudente hermana de Antígona, que comprende las razones de todos, pero como el asno de Buridán, nunca es capaz de decidirse. Su hermana y su tío Creonte, radicales y coherentes hasta el final, son los verdaderos héroes de la tragedia. Nadie quiere ser Ismene, aunque sobreviva, ni ser vomitado de la boca divina, aunque ser engullido tampoco parezca muy apetecible. Pero la antigua Grecia ofrece otra figura que el moderado puede enarbolar sin resignada vocación de martirio sino con ambición de triunfo: Solón, moderado en tiempo de bandos enfrentados, dicen sus propios versos que plantó su escudo entre unos y otros, se volvió como un lobo frente a los perros que lo acosaban, y forjó una paz civil que engrandeció a Atenas y engendró la primera democracia. Este libro es una apología absolutamente radical de una moderación nada isménica en la forma y muy solónica en el fondo.

comentarios
tracking

Compartir

Herramientas