Imagen de cubierta de 'Los 38 asesinatos y medio'
Holmes se escribe con hache
Jardiel sustituye a Watson en unas indagaciones cuyo mejor hallazgo acaba siendo el propio talento del autor
Con Jardiel la aritmética es más orientativa que exacta –Tú y yo somos tres, por ejemplo–, de ahí que este libro no sea uno, sino dos. El editor nos informa de que el volumen recoge las Novísimas aventuras de Sherlock Holmes, siete con un prólogo, publicadas en la revista Buen Humor desde abril de 1928; y, por otra parte, Los 38 asesinatos y medio del castillo de Rock –luego de Hull–, relato unitario, también con su prólogo, dado a la imprenta en 1936 para «La Novela Corta» y otras colecciones. Estos títulos fueron recogidos después por Biblioteca Nueva y las Obras completas del autor, pero es un acierto que Reino de Cordelia los haya rescatado y acoplado por su unidad temática. También lo es haber invertido en su publicación el orden cronológico: como en un cocido maragato, se nos ofrece primero el plato más suculento.

Reino de Cordelia (2025). 136 páginas
Los 38 asesinatos y medio del Castillo de Hull
No es espacio este para analizar variantes en los dos prólogos, donde el autor/narrador aclara su encuentro con Holmes, ni los materiales diversos que acarreó de una obra a otra. Porque hay refrito, vaya si lo hay, y muchas veces palabra por palabra. La colación sí ofrece interés para comprobar cómo se densificaron las peripecias y el tempo narrativo. Los 38 asesinatos y medio… es una historia con más vuelo, porque no debía ceñirse a la brevedad acuciante de la revista de humor. Responde mejor al canon del whodunit, y en lo estilístico muestra Jardiel una precisión portentosa –pudo influir su paso previo por Hollywood como guionista– para darnos con certeras pinceladas un ambiente, el de las Trossachs escocesas y ese castillo «tan marcadamente medieval que casi hacía daño a la vista».
Mediada la década de los veinte, Ortega decía que el arte nuevo –literatura incluida– buscaba «crear puerilidad en un mundo viejo», a partir de lo que él denominaba un estado de alma jovial. Con esa lógica se entiende ya de entrada que, desaparecido Watson no se sabe cuándo ni dónde, Holmes elija como ayudante a nuestro autor, porque cumple estos requisitos: es ágil, sabe jugar al ajedrez, mide un metro sesenta y se llama Enrique. ¿Cómo sabe que se llama Enrique, si no se lo ha dicho? Lo ha deducido porque usa calcetines grises. Entonces pasa a ser Harry, claro, cada vez que se lo menciona.
El alma jovial primera de la vanguardia castiza fue Ramón Gómez de la Serna, maestro literario de Jardiel. Las Novísimas aventuras… llevan insuflado el espíritu juguetón de la greguería, sobre todo en codas humorísticas a expresiones habituales. Una serpiente irrumpe sembrando «pánico y cebada». Hay una vieja pipa que tira «peor que un caballo con glosopeda». La tarde cae «sin hacerse daño». Harry le profesa a Holmes un respeto «nacido de la superioridad y de un ingeniero agrónomo», aunque el detective, a ciertas peticiones de información por parte de su ayudante, se niega «tan en redondo como una plaza de toros». Así podríamos seguir.
Poco después de sus narraciones holmesianas iniciales, Jardiel publicó su primera novela extensa, Amor se escribe sin hache. En el prólogo afirmaba, también con aroma a greguería, que definir el humorismo es «como pretender clavar por el ala una mariposa utilizando de aguijón un poste de telégrafo». Y aunque el autor no deba permitirse la aniquilación del encanto, el reseñista está en parte para eso.
El humorismo de Jardiel es multiforme. Aparte lo ya dicho, el texto de estos relatos dialoga con las ilustraciones arbitrarias que le propone el dibujante Joaquín Sama. El narrador toma a rechifla lo consabido: su Holmes vive en el 47 de Baker Street, y todas las expresiones en inglés que aparecen sin ton ni son se traducen invariablemente como El tiempo es oro. Hay irónicas reflexiones metaliterarias, juegos con la cursiva enfática anglosajona, se da relieve a lo nimio, irrumpe lo imposible (un museo conserva tres esqueletos de Nelson a diferentes edades), como también lo inesperado, en las enumeraciones (un arqueólogo de Ceilán conoce a fondo el Alto Egipto, el Bajo Egipto y la provincia de Gerona), o en los usos lingüísticos («se arreó un tiro», aunque suene coloquial, es como se dice en Dublín, y sorprende que Holmes sea ¡laísta!). Súmese un toque slapstick que ya había aplicado Buster Keaton pocos años antes en su película El moderno Sherlock Holmes, aunque el personaje fuese allí mera alusión al perfecto detective genérico.
Muy bien, pero en definitiva, ¿cuánto hay del verdadero Holmes en estos relatos? Está todo él, en caricatura. Su extraordinaria inteligencia y su método deductivo, llevado a veces al extremo de la aporía. Sus murrias cuando no anda ocupado, que lo llevan a ser un tipo «más aburrido que un drama rural». Está su violín, y un violoncelo con el que se arranca a tocar Las Leandras. Están sus inyecciones de cocaína y de morfina, incluso en los dedos, los hombros y un oído. Eso sí, cuando se pone en marcha la actividad indagadora, su talento es inagotable. Una de las aventuras termina con este elogio achulapado: «Y es que Sherlock era un tío hasta allá». Pues Harry Jardiel Poncela, hasta allá y todavía un poco más.