Cubierta de 'Personaje secundario'
‘Personaje secundario’: el ocaso de la edad dorada de la edición
Memorias de un editor poco complaciente que muestra las vergüenzas y las glorias de la edición en España
La autobiografía de Enrique Murillo, Personaje secundario, constituye una ventana privilegiada hacia las entrañas de la industria editorial española, un territorio donde convergen –no siempre pacíficamente– la búsqueda del beneficio económico, la pasión literaria y el aura de prestigio cultural. Al editor, por lo tanto, se le exige lo que no se pide a otros empresarios. Si se mueve por el beneficio puro es despreciado por quien le demanda una contribución al patrimonio cultural. También consigue un rédito social que otros emprendedores no logran. Su condición es, al mismo tiempo, un lujo y una condena. Si no existiera un beneficio intangible, siendo un sector con bajo margen de ganancia, no arriesgarían su patrimonio tantos inocentes.

Trama (2025). 544 páginas
Personaje secundario
Murillo, editor de amplia trayectoria en editoriales literarias y comerciales, construye un relato que oscila entre la confesión profesional, la crónica de una época dorada de la edición en España y el ajuste de cuentas, siempre comedido pero no exento de afiladas precisiones. No califica a sus enemigos, se limita a exponer hechos de dudosa ética, cuya valoración deja al lector. Personaje secundario es también, y sobre todo, el testimonio de un mundo que cada día existe menos, no solo por la omnipresencia de las redes sociales, también por el mando absoluto de los grandes grupos dirigidos por gestores. Un mundo cada vez más objetivado, donde lo puramente literario pinta cada vez menos.
El título del libro no es casual. Murillo se presenta como «personaje secundario», aceptando ese papel con la humildad de quien comprende que en el teatro editorial algunas figuras ocupan el centro del escenario. Durante años trabajó bajo la sombra del mítico Jorge Herralde en Anagrama, editorial que se convirtió en sinónimo de excelencia literaria y buen olfato para detectar talentos. En estas páginas se invierten los roles: el protagonista indiscutible es el propio Murillo mientras que Herralde, paradójicamente, se convierte en secundario de su propia leyenda. Es en ese desplazamiento donde el libro encuentra uno de sus hilos narrativos más interesantes y, a la vez, más incómodos.
El retrato que Murillo traza de Jorge Herralde resulta complejo y ambivalente. Reconoce sin fisuras su brillantez editorial, su capacidad para construir un catálogo coherente y prestigioso y su mérito empresarial en un mercado difícil. Pero, al mismo tiempo, el relato deja entrever roces, tensiones y episodios discutibles que matizan la imagen mitificada del editor barcelonés. No hay escándalos rotundos ni revelaciones que dinamiten reputaciones, pero sí ciertas arbitrariedades. Son desencuentros que en otro contexto podrían pasar desapercibidos, pero que aquí, en un universo editorial donde los nombres propios tienen rostro conocido –Javier Marías aparece como uno de esos nombres que añaden tensión y cotilleo– adquieren un peso específico.
Las páginas de Personaje secundario están pobladas por cientos de figuras que trazan un mapa del poder cultural de varias décadas, un Who's Who de la literatura y la edición internacional. Aparecen las casas míticas –Farrar, Straus and Giroux, Barral– y los editores legendarios que las construyeron. Y con ellos, inevitablemente, emerge también el alcohol, la fiesta, las cenas interminables, los excesos que formaban parte indisociable de ese glamour ya muy tocado. Murillo describe un mundo donde se firmaban contratos en cócteles, donde las decisiones editoriales se cocinaban en veladas etílicas, donde la frontera entre lo profesional y lo personal se difuminaba en una nube de humo y gin-tonics. Era una época en la que el editor era también anfitrión, confidente y animador cultural. Una época que ya apenas existe, pero que constituye la épica del oficio.
Uno de los grandes méritos de Enrique Murillo, tanto en su trayectoria profesional como en este libro, es su convicción inquebrantable en la convergencia entre lo literario y lo empresarial. Para él, ambas dimensiones no solo pueden coexistir, sino que deben hacerlo. Frente a la tentación de sacralizar la literatura como un territorio ajeno a las lógicas del mercado, o de reducir la edición a mera ingeniería financiera, Murillo defiende una posición intermedia: la calidad literaria puede vender y lo valioso puede ser rentable. Esta filosofía, que guía toda su carrera, cobra especial relevancia cuando narra su etapa en Plaza & Janés, donde asume el protagonismo absoluto que le negó su papel secundario en Anagrama. Allí se enfrenta al desafío de remontar una editorial en ruinas, y lo hace aplicando estrategias empresariales sin renunciar al criterio literario. Es una lección de trabajo en equipo, de gestión cultural, de liderazgo en tiempos de crisis.
El libro también funciona como manual de estrategia empresarial aplicada al mundo de los libros. Murillo desgrana decisiones, fracasos, aciertos, negociaciones. Muestra sin pudor la importancia del dinero, ese factor que muchos prefieren ignorar cuando hablan de literatura. Personaje secundario es, sin duda, un libro fascinante para los amantes de la edición, pero también para cualquiera interesado en comprender cómo se construye y se destruye un ecosistema cultural. Está escrito con agilidad, sin pretensiones estilísticas, pero sin renunciar a la buena prosa. Murillo no busca deslumbrar con su escritura, sino contar su historia con honestidad y claridad.