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Cubierta de 'Lo que no se ve'

Cubierta de 'Lo que no se ve'Tusquets

'Lo que no se ve': un espejo incómodo

El esperado regreso de una de las mejores cuentistas españolas nos regala un inquietante universo plagado de extrañeza y verdades ocultas

No creo que a estas alturas siga siendo necesario defender que el relato –o cuento, lo que se prefiera, en el andar por casa de una reseña se pueden usar como sinónimos– no es un «género menor», un mero ejercicio literario preparatorio para la novela. Los relatos son complejos artefactos de comunicación. Involucran directamente al lector, lo interpelan para que complete el significado y sea él quien cierre el círculo.

Cubierta de 'Lo que no se ve'

Tusquets (2025). 168 páginas

Lo que no se ve

Cristina Fernández Cubas

La propia Fernández Cubas lo declara en varias entrevistas: «el cuento requiere un lector especial, poco vago», «al lector de cuentos no le gusta que le den las cosas machacadas, le gusta intervenir, es tu cómplice. Es un lector inteligente que, simplemente con tener las bases, entra en una historia y saca sus conclusiones, a menudo muy diferentes de lo que tú querías hacer». Esto mismo ocurre en las novelas, por supuesto, pero los relatos nos piden siempre ese poquito más que atrapa, pues exigen que resolvamos el misterio. Uno que, en los buenos relatos, acabamos descubriendo que nos es propio. Los relatos, los buenos relatos, tienen mucho de espejo.

Esa cualidad especular está muy presente en los seis cuentos que componen Lo que no se ve (Tusquets, 2025), el libro con el que, tras diez años desde la publicación de La habitación de Nona, Cristina Fernández Cubas regresa a este género tan querido. Sus personajes se someten al escrutinio de su propio reflejo pero invariablemente parecen necesitar de otro que sostenga el azogue ante sus ojos para verse. En «Tú Joan, yo Bette» una voz misteriosa hace evidente lo que perdieron dos hermanas al decidir convertirse en las actrices de la película ¿Qué fue de Baby Jane?; «¿De qué se habla en las fiestas?» retrata el momento en que, a través del juicio que hace de una compañera de instituto, una adolescente descubre que es igual de cruel que el resto; en «Momonio» se invita al Otro –en mayúsculas, entidad oscura y corpórea, maligna– a comparecer durante una reunión entre cinco amigos y esto hace aflorar en cada uno de ellos sus propios demonios; «La hermana china», otro relato de hermanas –contexto especular por naturaleza–, habla de cómo para que una de ellas brille la otra debe sentirse inferior; el matrimonio en «Il Buco» necesita del concurso de un indefinido ellos y un muy definido plazo («cuarenta y cinco horas, cuarenta y cinco minutos y cuarenta y cinco segundos») para que el protagonista perciba que la unión está rota y actúe en consecuencia; y, por último, en «Candela Viva» es la confesión ante una extraña lo que permite que Jana haga recuento de su vida y pueda sentirse, al fin, satisfecha.

El territorio en el que le gusta situarse a la autora en sus narraciones es el de lo extraño, el del duermevela donde no se tiene claro si se está soñando o despierto, la frontera entre lo que se sabe y lo que no, por eso dudan personajes y lector: ¿ha sucedido? ¿Qué ha pasado en realidad? Cuando, en el universo de Fernández Cubas, la realidad entendida como certeza tangible no aplica, supondría una pantalla opaca que impediría que trasluciese la mirada del otro y en ella los personajes encontrasen «lo que no se ve» –como ilustrativamente reza el título–, lo que para ellos permanece oculto o preferirían que no saliese a la luz. De ahí bebe también la inquietud que generan sus cuentos: son los demás los que desvelan cómo y qué somos. ¿Existe algo más inquietante que eso?

En Lo que no se ve, Fernández Cubas delinea con trazo fino –en ocasiones no exento de humor– la circularidad del acto de comunicación plena que se observa en todos los buenos relatos: hay preguntas que debemos resolver y al hacerlo resulta inevitable preguntarnos qué no vemos nosotros, de qué nos defendemos, qué somos en realidad. El espejo en el que nos miramos lo sostienen ahora los personajes, ellos se transforman en ese otro que nos mira. Y causa mucha inquietud –si no abiertamente terror– pensar que otro, aunque sea en la ficción, pueda llegar a descubrirnos.

Ni la inquietud ni el terror provienen nunca de algo externo, sino de eso que sospechamos y tememos que sea cierto respecto a nosotros mismos.

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