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25 de abril de 2024

Excursiones de Manuel de Falla y Federico García Lorca en Granada

Excursiones de Manuel de Falla y Federico García Lorca en Granada

La historia de una amistad. El centenario del concurso de cante jondo de Granada

De la amistad entre Manuel de Falla, Federico García Lorca, Andrés Segovia y tantos otros artistas de una generación nació una de las historias más bellas de nuestro arte

Cuando una ideología se apropia de un símbolo suele apropiarse al mismo tiempo de su espíritu, con el riesgo de empobrecer, cuando no de agotar su significado y su belleza. Sin embargo, más allá de cualquier ideología, la generación artística del 27 está atravesada por una trama de relaciones en las que la amistad entre artistas de distintas disciplinas confluye en una corriente cultural de primer orden, que los odios de la guerra disgregó, pero que no ha podido agotar.

Vínculos creativos

Los vínculos artísticos entre Federico García Lorca, Luis Buñuel, Salvador Dalí, o Maruja Mallo y Concha Méndez; Manuel de Falla, Gerardo Diego, Luis Cernuda y de nuevo Lorca, como foco de relaciones entre unos y otros, fue la razón de una fructífera vida artística, llena de hitos alrededor de una pasión por la belleza. Y como en toda vida humana, si el encuentro es verdadero, brota la creatividad y, con ella, miles de historias que la ideología, con su mirada obtusa, no alcanza a ver.
Una de esas historias es el relato de un acontecimiento de amistad que cambió para siempre el mundo del Flamenco.
Carmen Ave María. Casa-Museo de Manuel de  Falla

Carmen Ave María. Casa-Museo de Manuel de Falla

A la búsqueda del cante puro

Manuel de Falla se había trasladado a Granada, muy cerca de la Alhambra. Y Federico García Lorca iba a visitarle, convirtiéndose en asiduo a la casa del compositor gaditano. De aquellas conversaciones sobre música, poesía y folclore andaluz, brotó la amistad. Lorca admiraba en Falla su altura intelectual, y empezó a ver en el compositor no sólo a un maestro, sino alguien capaz de romper la separación elitista de la música culta y la popular.
Por su parte, Manuel de Falla, como Bela Bartók o Zoltán Kodály, buscaba sonidos y cadencias nuevas; y buscaba inspiración allí donde se encontrara, llegando a la convicción de que en el Arte Jondo había una riqueza misteriosa y profundísima Pero, ¿qué quedaba de la musicalidad de ese misterio? Los cantes antiguos dependían de la memoria de cantaores que atesoraban en su garganta aquellos «sonidos negros» tan atrayentes. Y, al mismo tiempo, esos sonidos se estaban perdiendo entre la mistificación superficial del cuplé y del teatro de variedades.
Manuel de Falla

Manuel de Falla

Por las tabernas, por los pueblos y los cortijos

Se pusieron manos a la obra en sus paseos por la vieja Granada y juntaron a todos, sin importar mucho que pensaba el uno o el otro, pues había que sacar adelante una idea que habían ido barruntado a propósito de encontrar al cantaor sublime; al sonido jondo primigenio. El grito andaluz que había brotado de la tierra del deseo. Y, así, empezaron las batidas en busca de aficionados cabales y anónimos por tabernas, pueblos y cortijos. Manuel Ángeles Ortiz y Federico García Lorca formaron una de aquellas expediciones que seguían alguna pista más o menos vaga sobre el paradero de ese viejo en una plaza, o alguna anciana que llevara en sí los dichosos sonidos negros» que el poeta había descubierto en los rapsodas gitanos.
Mientras tanto, pensaban en un concurso; un certamen de cante, en el que los candidatos pudieran batirse en duelo con la seguiriya y la soleá. Por eso, Manuel de Falla pidió a sus amigos más influyentes la firma de una petición al ayuntamiento para celebrar ese encuentro jondo.
Nunca llegaría al ayuntamiento una petición más laureada: desde los Duques de Alba, Joaquín Turina, Santiago Rusiñol, Ramón Gómez de la Serna, Andrés Segovia o Juan Ramón Jiménez, entre muchos otros, de dentro y fuera de España, aparecían en el papel.

En el patio de los aljibes de la Alhambra

Contra viento y marea, y envidias y prejuicios contra lo tabernario o lo marginal, consiguieron las 12.000 pesetas del consistorio; y el patio de los Aljibes de la Alhambra y muchas sillas para el respetable que vino de tantos sitios. Vinieron las vísperas del día grande y alguna juerga con la Niña de los Peines y Don Antonio Chacón, junto a Manuel Torre, el faraón del cante y los dichosos «soníos negros»; porque hacía falta alguna voz profesional que juzgara a los mejores aficionados batiéndose el cobre del fuego jondo.
Después de las muchas peripecias inimaginables y que no  caben en este breve artículo cultural, un cantaor aficionado, El Tenazas de Puente Genil ganó el concurso del cante jondo de Granada de 1922 junto a un niño, todavía desconocido, hijo de un mozo de espadas sevillano, que se rajaba cantando la seguiriya y será recordado para siempre como Manolo Caracol.
Lola Flores y Manolo Caracol

Lola Flores y Manolo Caracol

Muchos años después, se siguen celebrando los festivales y concursos que nacieron de aquel embrión granadino. Y algunos años después, en la mesa de trabajo de Manuel de Falla en su exilio, entre alguna partitura de La Atlántida y algún tachón de su pluma, sobresalía el disco de El Tenazas, con algunos cantes de esa fuente de tristeza y anhelo que es el Flamenco. Podemos terminar, y ya lo hacemos, reivindicando esa amistad creadora, cuyo origen lo describió más tarde Dámaso Alonso como:
«Lo más hermoso de aquel grupo generacional, lo verdaderamente unitivo (mucho más que esa pureza», casi sólo una bandera, un mero símbolo) fue la amistad, una amistad amplia, humana, generosa, sin sombras y sin rencores. Era un querer estar siempre juntos, intercambiándonos proyectos, ideas, sentimientos, alegrarnos cada vez que uno de los amigos ausentes pasaba por Madrid. El cariño y la mutua admiración borró siempre todo roce y todo chisme».
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