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César Wonenburger
Historias de la músicaCésar Wonenburger

Chaicovski, ese compositor fascista

Acaba de volver a interpretarse, en Madrid, la célebre Quinta sinfonía del compositor ruso al que su colega Pierre Boulez (del que en estos días se conmemorará su centenario) no dirigía para no ser considerado «un fascista»

Actualizada 04:30

Andrés Orozco Estada dirige la “Quinta” de Chaicovski en el Auditorio nacional

Andrés Orozco Estada dirige la «Quinta» de Chaicovski en el Auditorio nacionalRafa Martín (Cedida)

Durante el mes que ahora empieza se conmemorará el centenario de Pierre Boulez, el último mandarín (no maravilloso), supremo apologeta de las vanguardias musicales.

Además de intentar cercenar la libertad creadora de muchos de sus coetáneos, compositores como él, su influencia pretendía extenderse hasta los gustos de la gente, dictando lo que era lícito y lo que debía ocultarse en el desván de la historia, como hacían algunos de sus distinguidos profetas en otros órdenes (seguramente Mao y por ahí).

En una ocasión, como parte de sus provocadoras declaraciones habituales, afirmó: «No soy un fascista. Odio a Chaicovski y no lo dirigiré». Es una lástima que entre sus bestias negras no incluyera además a Wagner, nos hubiéramos ahorrado aquel Anillo del centenario que ofreció en Bayreuth.

La inquina que Boulez mostraba hacia su colega ruso era hasta cierto modo comprensible. La fama de Chaicovski, la honda impresión que su música suscita aún hoy entre los aficionados, se mantiene incólume.

En cambio, habrá que esperar a los escritos que en las próximas semanas nos inundarán acerca de la determinante influencia del francés en la «música del porvenir» (obviando, por supuesto, su gran habilidad, el despliegue de su espíritu combativo y censor para cerrarle el paso a quienes no comulgaban con sus teorías) para ver si alguien se propone dejarse caer ahora por sus obras; entre las que hay algunas ciertamente interesantes, como El martillo sin dueño, que recibió elogios de Stravinski.

El compositor falleció en 1893, y además era homosexual

Lo que definitivamente escapa a cualquier comprensión humana es la vinculación del fascismo con la misma idea de Chaicovski. Habida cuenta, por ejemplo, de que falleció en 1893, antes de que despegara una ideología que, en algunos casos (particularmente en su versión alemana), se distinguió por perseguir a las minorías.

Como nadie ignora, y una película reciente se encargó de recordarlo, el autor del ballet La bella durmiente era homosexual, una circunstancia que le atormentó durante toda su vida, pues pensaba que de saberse podía poner en peligro su carrera en la escasamente tolerante Rusia.

La ocasión se presentaba propicia para intentar desentrañar el arcano de las supuestas conexiones fascistas de Chaicovski. En cualquier caso, quizá habría resultado más fácil si, tratándose de una orquesta germana, la elección hubiese recaído en Wagner, con cuyos familiares Boulez cultivó una larga y próspera relación para su beneficio.

Desde luego, también resultaría una temeridad hablar del «fascista» Wagner, pero en este caso sus devaneos antisemitas (por escrito) y las relaciones posteriores que llegaron a establecerse entre su sublime música y el nazismo, con los episodios que estos días ha recordado el director israelita Daniel Oren en una reciente entrevista, de judíos desfilando hacia las siniestras duchas de los campos de exterminio al compás de la banda sonora del creador de Parsifal, aún podrían propiciar alguna coartada.

Una Quinta llevada con buen pulso y suficiente brío

Pero aquí se trataba de Chaicovski, dirigido con buen pulso por un antiguo habitante de los miserables barrios de la periferia de Medellín, antiguo alumno del estupendo Alejandro Posada, que lo rescató para la música.

Tras su paso por la Sinfónica de Euskadi, Andrés Orozco Estrada ha repartido su trabajo entre la Orquesta de la RAI, la Sinfónica de Viena, la de Houston y ahora galvaniza la vida sinfónica de la bella Colonia, con los cargos más elevados.

Como se corresponde con la personalidad de este fogoso maestro, y exige la obra en sus momentos álgidos, la máxima energía se desencadenó sobre todo durante la coda triunfal que corona el último de sus movimientos.

Al mostrarse plena de vitalidad y fuerza la orquesta, a partir de una excelente cuerda, mejor que el viento, poniendo énfasis en los instantes de mayor brillantez, la riqueza del color, la adecuación rítmica, ese frenesí de resonancias eslavas que por momentos estalla con todo fulgor, entusiasmo y pasión, pudiera dar la impresión de un empeño colosal, o incluso una magnificencia como la que a veces se atribuye a la arquitectura fascista en su versión más conservadora y monumental.

La riqueza abstracta de la música

¿O quizá alguien pudiera llegar a presentir, en su desbordante conclusión, que parece aplastar definitivamente con arrollador empuje las dudas, tristezas y penumbras sembradas desde el dramático inicio, ecos de pretéritos desfiles victoriosos de legiones, como realizó Respighi en su más célebre poema sinfónico, Pinos de Roma, y con ello establecer algún paralelismo con otras tropas?

Desde luego, si así fuera, como ocurre a menudo con Wagner, el problema estaría solo en la mente de quien establece dichas asociaciones. La abstracción atribuida a la música lleva implícita tal riqueza de matices y significados que cada uno, con su propio bagaje y cultura, puede realizar libremente las conexiones que desee.

Por eso considerar que interpretar, o prestarle oídos, a Chaicovski es propio de fascistas parece tan aventurado como asegurar que todo aquel que elija, por el contrario, El martillo sin dueño (con todas las connotaciones que presentan las poesías que lo sustentan, debidas a René Char, escritor, en este caso, sí alineado en el comunismo) es un fervoroso bolchevique.

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