Fundado en 1910
César Wonenburger
Historias de la músicaCésar Wonenburger

En Nueva York ya no gustan los españoles

El principal teatro de EE UU recurrirá a las óperas más populares, las grandes voces y la presencia mayoritaria de artistas de ese país, en su próxima temporada

Actualizada 04:30

Placido Domingo como Simon Boccanegra en la Ópera Metropolitana de Nueva York

Placido Domingo como Simon Boccanegra en la Ópera Metropolitana de Nueva YorkKen Howard / Met Opera

Esta semana acaba de presentarse la nueva temporada, 25/26, del Metropolitan de Nueva York, el gran teatro de ópera de Norteamérica, donde todos los cantantes se mueren por actuar, los directores por empuñar la batuta u ofrecer sus producciones y el público viajero por asistir a sus representaciones.

Aunque conforme con los recintos líricos de Viena (Staatsoper), Milán (Scala), Londres (Covent Garden), París (Bastille) y Múnich (Bayerische Staatosper) el auténtico «Grand Slam» operístico, su prestigio le ha otorgado en ocasiones la categoría de un primus inter pares. Y eso pese a que hoy viva más de las rentas de un pretérito glamour, algo ajado ya, que de sus presentes logros (un mal al que tampoco son ajenos sus rivales).

Su actual director, Peter Gelb, aún no ha logrado su sueño de trabajar como productor en Hollywood. Y mientras sigue al pie del cañón lírico, no parece conformarse con haber vaciado parte de sus butacas (la ocupación media, que en sus buenos tiempos nunca bajó del 90 % e incluso más, ha descendido hasta el 70 % ) mediante el traslado de sus espectadores naturales a las salas de cine, donde hoy se proyectan «en directo» sus producciones más célebres. Por ello comunicó, hace unas semanas, sus nuevos planes para garantizar que la afluencia del público vuelva a fluir con el vigor de antaño.

La receta que anunció en las páginas del New York Times consistía primordialmente en una renovación del repertorio del Met. En su opinión, los nuevos públicos estarían más interesados en conocer las óperas creadas por los compositores de ahora mismo que en asistir a la enésima representación de «Rigoletto».

Títulos de siempre y grandes voces, la reciente apuesta

Pero algo ha debido pasar por el camino, porque el anuncio de la temporada 25/26 se sostiene básicamente sobre dos conocidos pilares fundamentales. El primordial consistirá en cultivar el repertorio de toda la vida: quince de los títulos programados ahora van desde Mozart hasta Gershwin, frente a tres únicos estrenos absolutos. Es decir, menos novedades de lo que era habitual durante la época de oro de Giulio Gatti-Casazza, cuando también se presentaban por primera vez las óperas de los hoy ya olvidados autores norteamericanos Frederick Converse, Horatio Parker o Deems Taylor (Gelb tampoco inventa ahí nada nuevo).

Su otro bastión lo constituirán las grandes voces. Para las obras elegidas, ha contratado a todas la estrellas vocales disponibles (Lise Davidsen, Asmik Grigorian, Roberto Alagna, Piotr Beczala, Sonia Yoncheva, Nadine Sierra, Joyce DiDonato, …). Y no hay muchas más en el circuito principal, al menos mientras Anna Netrebko no logre superar el veto que pesa sobre ella allí mismo por su afinidad con Putin, una situación que seguramente encontrará pronto arreglo por otras vías, y que puede llegar a crear un gran cisma en el seno del Met porque Gelb despidió a la rusa (que demandó al teatro y perdió) de malas maneras, y mantiene aún la peor opinión sobre la soprano.

Los cantantes de allí copan los repartos

En el capítulo de artistas, una de las pautas esenciales del próximo curso neoyorquino será, además, la abrumadora presencia de norteamericanos, algo que tiene que ver con la exigente legislación laboral de ese país, pero también con la apuesta del propio coliseo neoyorquino al promover el talento emergente. El empeño desarrollado en el tiempo por construir a su alrededor una suerte de «sistema de estrellas» locales alcanza desde Lawrence Tibbet o Leontyne Price hasta Jessye Norman, Sherrill Milnes o Neil Schicoff. Y ahora se consolida.

Durante la próxima temporada, habrá en el Lincoln Center numerosos repartos encabezados en los principales roles por cantantes de allí mismo: una Carmen con Isabel Leonard y Michael Fabiano; Turandot (de nuevo Fabiano y Angela Meade), I Puritani y La hija del regimiento (Lawrence Brownlee, Erin Morley, Lisette Oropesa y Christian van Horn), … Además de Madama Butterfly (Ailyn Pérez), Arabella (Rachel Williams-Sorensen), La Sonámbula (Nadine Sierra), La Traviata (Lisette Oropesa y Amanda Woodbury), Don Giovanni (Ryan Speedo-Green, Ben Bliss), Tristán e Isolda (Michael Spyres), La Bohème (Angel Blue, Heidi Stober, Stephen Costello, Sean Michael Plumb), … Una verdadera lluvia de barras y estrellas.

¿Y los artistas españoles, tan reclamados en otros tiempos? Nadie se acuerda ya de cuando, en una misma semana, solían actuar en el Met los tenores históricos Alfredo Kraus, José Carreras y Plácido Domingo, cada uno contratado habitualmente para más de un personaje de su repertorio, por temporada. Y a ellos podían sumarse, entonces, las sopranos Montserrat Caballé y Pilar Lorengar (Mimì al lado de Pavarotti) o el barítono Juan Pons (invitado habitual de la casa durante la mayor parte de su carrera).

La próxima temporada solo aparecerán por allí el magnífico tenor donostiarra Xabier Anduaga y el gran barítono malagueño Carlos Álvarez, en una única producción cada uno: el primero cantará Sonámbula con Nadine Sierra, mientras Álvarez será el primer Diego Rivera en el estreno mundial de El último sueño de Frida y Diego, la ópera de la compositora californiana Gabriela Lena Frank sobre un libreto del dramaturgo de origen cubano, ganador del Premio Pulitzer, Nilo Cruz. Ambas se podrán ver en cines de todo el mundo.

Pocos artistas españoles, agencias irrelevantes

¿Por qué no hay más cantantes y directores españoles en la temporada del principal teatro internacional? Una de las principales causas quizá se encuentre en el pobre papel que en el mundo musical ocupan ahora las agencias artísticas españolas. De hecho, Anduaga llega al Met como resultado de sus incuestionables méritos artísticos, pero no por el empeño de algún empresario español: su primer representante era italiano y ahora trabaja con una empresa londinense.

Aquellos tiempos en los que Carlos Caballé lograba inaugurar la ópera de Viena con sus representados Monserrat Caballé, José Carreras y Juan Pons han pasado definitivamente a la historia. Podría alegarse que así cualquiera, porque ya casi no existen artistas de ese nivel (y es cierto, aunque también que en aquel instante la competencia era mucho mayor que hoy, había más y mejor donde poder escoger).

La realidad es que en el exiguo y algo cateto panorama musical español, donde se observa un incipiente dominio de las técnicas de marketing pero raramente acompañadas de sólidos conocimientos musicales (aquello en lo que eran precisamente fuertes los grandes agentes de otra época, capaces de descubrir y luego orientar a los más jóvenes acerca de cómo se construye una auténtica carrera), la influencia de las empresas locales más allá de sus fronteras resulta, a todas luces, insignificante. Y de eso, Trump, aún no tiene la culpa.

comentarios
tracking