La Scala prohíbe el mal gusto
El principal teatro de Italia, templo internacional de la ópera, advierte a su distinguido público de que ya no podrá acceder a sus espectáculos con chancletas, pantalones cortos ni camisetas de tirantes
Imagen de archivo de La Scala de Milán
En una de mis últimas visitas a La Scala de Milán, me tocó compartir uno de sus incómodos palcos con un par de turistas. Era una joven pareja de esos norteamericanos que aún veneran las antiguas costumbres europeas, en franca extinción, como la de asistir a nuestros históricos coliseos de ópera, otrora centro de la vida social de las ciudades (y países), vestidos como para una ocasión especial.
Al menos ellos mantenían una cierta etiqueta, porque lo más común, hasta ahora, era encontrarse allí, a estas alturas, con turistas, o incluso locales, ataviados como si concurrieran a una de las saunas de Sabiniano, con ropaje menguante: camiseta de tirantes, chancletas y pantalón corto (en algunos casos recientes, como ha llegado a suceder en el Auditorio Nacional madrileño, incluso se han visto bañadores).
Recuerdo que aquel atractivo par de saludables estadounidenses se aburrieron como ostras durante la primera parte del Don Carlo de Verdi. Así que me serví de una inocente triquiñuela para que me dejaran a mí todo el no demasiado amplio espacio del habitáculo (ellos estaban sentados justo delante y molestaban la visión).
Les advertí sobre lo que duraba la ópera entera, unas cinco generosas horas con los descansos. Me lo agradecieron amablemente y se marcharon concluido el entreacto. Ya habían logrado cumplir con el rito, inmortalizado con las pertinentes fotos para Instagram. Y, además, en Milán, los restaurantes cierran temprano: les quedaba aún escaso margen para cumplimentar esa otra regla de oro de las mejores citas galantes.
Yo me quedé como único ocupante del palco, desde el que se podía observar claramente la platea y otros balcones, llenos de una parte de ese público que le habría causado un sarpullido a uno de los antiguos directores asiduos de esta gloriosa casa, el legendario Victor de Sabata.
En agosto de 1953, con un calor de mil demonios, De Sabata se ocupaba de dirigir la célebre grabación de Tosca con Maria Callas, que se llevó a cabo por esos días en la Scala. Hasta el siempre atildado maestro sucumbió, entonces, a los rigores de la canícula, cuando no había aire acondicionado. Por primera vez en su vida, no solo tuvo que prescindir de la chaqueta delante de la orquesta y cantantes, sino que se vio en la tragedia de tener que valerse de una simple camisa de manga corta, anatema para cualquier gentleman que se precie.
Desde luego eran otros tiempos, y, aunque hasta 2015, en el santuario lírico lombardo existía la obligación de acudir a sus representaciones con chaqueta y corbata (pocas veces observada en toda su rigurosidad y menos respetada), desde entonces ya se había impuesto, al menos durante los veranos, entre algunos, esa otra etiqueta «todo a cien» del chancleteo mal combinado con estrafalarias camisetas punkies y pantalones en ocasiones recortados mediante dudosas operaciones caseras, como denota el irregular desparrame de hilos al viento.
Nuevas reglas de vestimenta
Ha ocurrido hasta esta misma semana. Tal como ya les habíamos contado en este mismo periódico, el nuevo intendente de la Scala, Fortunato Ortombina (que viene de otra ciudad aún más turística, Venecia) ha decidido ponerle un parche al mal gusto imperante.
Invocando al decoro que es preciso observar en una institución venerable, templo sagrado del arte más elevado, el funcionario ha publicado un bando, impreso también en las localidades, que advierte al distinguido público sobre las nuevas reglas de vestimenta.
A partir de ahora, nada de dedos del pie al aire, vulgares pantalones recortados ni camisetas con sobaco amenazador. Si alguien decide por su cuenta contravenir el código, o ignorarlo, perderá el precio pagado por la localidad.
Desde este preciso instante, quienes prefieran ver desfilar con la ropa más casual de todas a los que, hasta hace unos días, enfilaban la entrada del teatro (en lugar de admirar las vestimentas más apropiadas de las damas y caballeros milaneses, seguramente los más elegantes de Italia), tendrán que girar hacia la entrada de artistas, por donde acceden al edificio de Piermarini los cantantes, miembros de los cuerpos estables y personal técnico.