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César Wonenburger
Bocados de realidadCésar Wonenburger

La UE financia a los amigos de Putin

Fondos comunitarios celebran el triunfal regreso de un «enemigo», mientras el principal teatro de Italia impone un código de vestimenta, Trump seduce a un gran rival y el Cigala es tratado peor que los terroristas

Valery Gergiev en una imagen de archivo

Valery Gergiev en una imagen de archivoEuropa Press

Nada más iniciarse la llamada Guerra de Ucrania, varios países, incluida la propia Unión Europea, decidieron imponer sanciones a Rusia como castigo por su osadía.

El correctivo, principalmente destinado a minar la economía del invasor, también llevó aparejadas decisiones individuales que afectaban a la libre contratación de personalidades de la vida cultural de ese país.

Sobre todo, aquellas que mantenían estrechos vínculos personales con Putin y respaldaban sin reparos sus acciones.

Uno de los primeros símbolos en caer fue Valery Gergiev, amigo íntimo del jerarca, factótum del Mariinsky, el gran teatro de San Petersburgo, y director de orquesta de fama internacional, omnipresente en todas las principales programaciones, festivales y orquestas del mundo.

Cuando comenzó el conflicto, Gergiev era el titular musical de la prestigiosa Filarmónica de Munich. Fue cesado casi al instante. Debía encargarse de unas funciones de ‘La dama de picas’ de Chaicovsky, en la Scala de Milán, pero lo relevaron inmediatamente.

Censurado por todos, tuvo que refugiarse en su país, donde Putin le sumó a otros cargos el de nuevo responsable del Bolshoi, en Moscú. Desde entonces, el músico, que casi vivía en un jet, del Met neoyorquino a París, de Viena a Londres, solo había recibido dos invitaciones para actuar fuera de allí: se presentó ante el público de los aliados Irán y China.

Pero tras la llegada de Trump y el deshielo con Putin, a Gergiev le han salido dos nuevas, inesperadas novias. En 2026, el director está invitado a dirigir en Barcelona. Y ahora se ha sabido, además, que el próximo día 27, de este mismo mes, volverá a presentarse, por primera vez desde su caída en desgracia, en Europa. Dirigirá una orquesta de músicos de su propio teatro, el Mariinky, en un festival que se celebrará en Caserta (Italia).

La actuación italiana se financiará, en parte, con cargo a la Unión Europea. La organización del evento napolitano recibe dinero del Fondo de Cohesión 2021-2027, destinado a reducir las disparidades económicas entre las regiones, según han desvelado autoridades comunitarias.

Curiosa coherencia la de esta UE que, por un lado, urge a sus ciudadanos a comprarse linternas y tiritas por lo que pueda pasar, mientras reclama a los países miembros mayor gasto para prevenir la amenaza rusa. Y, al mismo tiempo, destina sus fondos para la convergencia a los amigos e instituciones de Vladimir Putin que, supuestamente, estaban vetados hasta ayer mismo por respaldar la invasión de Ucrania, el país al que Europa pretendería defender con el ardor de sus hueras declaraciones. Von der Leyen en su más pura esencia.

La Scala prohíbe las chancletas

En 2022, cuando Gergiev fue expulsado de la Scala por sus afinidades electivas, al templo sagrado de la lírica aún se podía acudir en pantalones cortos, camiseta de tirantes y sandalias. Desde esta misma semana, ya no más.

El nuevo intendente del teatro lombardo, Fortunato Ortombina, acaba de emitir un bando mediante el cual la entrada a la prestigiosa institución cultural estará prohibida para aquellas personas que no se vistan de manera apropiada. No solo no podrán entrar con alguna de las prendas vetadas, tampoco tendrán derecho a solicitar la devolución del importe de la localidad si se presentan en la puerta sin respetar la nueva normativa.

Al anterior gerente, el francés Dominique Meyer, le preocupaba sobre todo que el teatro estuviera lleno, algo que ya solo ocurre en ocasiones especiales. Pero para Ortombina las formas son al menos tan importantes como la caja, y pretende restablecer unos códigos que permitan observar cierto decoro estético en la sala.

No estaría mal que aquí le surgieran imitadores. En el último concierto del Centro Nacional para la Difusión de la Música, con los cinco conciertos para piano de Beethoven, celebrado en el Auditorio Nacional, había varias personas en bañador en vez de pantalón, un horror para la vista si quien lo porta no es Esther Cañadas, pongamos por caso.

Los defensores de esta forma extrema del vestir casual aseguran que, calores aparte (en todos estos recintos suele funcionar el aire acondicionado), la relajación de las costumbres sociales obedecería a otra conquista de estos tiempos igualitarios, en los que nadie es más que el otro (como proclama Melody) y, por tanto, cualquiera puede acudir a un auditorio como considere oportuno y conveniente, sin etiquetas.

Pues bien, esto puede ocurrir en el Teatro Real madrileño, pero en la Scala ya no será así. Quizá sus nuevos dirigentes hayan encontrado inspiración en el prólogo que para 'Los Dandys' de Jacques Boulenger (publicado en España, en 1944), escribió Marcel Boulenger, compatriotas ambos del anterior responsable del teatro milanés, aquel que validaba las chancletas.

Allí se afirma: «¿Sabéis lo que es el progreso? Con ese nombre se designa a todo cuanto ayuda a la felicidad de la Humanidad y a la fealdad del Universo».

¿Y qué hacemos con los olores…?

Cena íntima con Trump

Bill Maher es un cómico norteamericano con programa de televisión propio en el que practica el análisis político semanal, un poco como Buenafuente pero en bueno. Se declara demócrata, aunque no comulga con el insoportable ideario woke, objeto continuo de sus chanzas y diatribas. Por eso se ha ganado las reprimendas del sector más extremista (que ahora ya es casi todo) del partido de Obama. Aquí, posiblemente, se encontraría más próximo de lo que en su día representaba Ciudadanos.

Durante años, Maher se ha dedicado a atizarle a Trump con saña, combatiendo sus ideas y ridiculizando su puesta en escena, particularmente los improvisados bailes. En este segundo mandato, el presidente norteamericano que, en otro tiempo, llegó a demandar al presentador (cuando comparó a sus padres con un par de simios), tuvo la brillante idea de invitar a su feroz crítico a cenar con él, en la Casa Blanca (¿se imaginan a Sánchez tomando el aperitivo con Antonio Naranjo, por ejemplo?).

Desde entonces, Maher no ha cesado en sus comentarios negativos acerca de las políticas de Trump, cuando lo ha creído oportuno, pero su percepción del hombre ha cambiado bastante. En el trato más cercano, Maher descubrió a un Trump encantador, amable, irónico (capaz de reírse hasta de sí mismo), buen conversador e inclinado a prestarle sus oídos a otras ideas que no sean necesariamente los que validen sus propios pensamientos, solicitando además otros puntos de vista sobre las más variadas cuestiones, como la política internacional.

¿Fingía? Incluso aunque resultase así (para lo cual hay que valer), como estrategia para acercarse al rival, parece más inteligente que la de enrocarse firmemente en el ejercicio del odio y el resentimiento públicos.

De hecho, a partir de entonces, el cómico ha redoblado sus críticas contra el sector más izquierdista de los demócratas que representa la extraña pareja Sanders-Cortez. Les ha dicho que o se moderan, y el partido regresa al centro fijándose en aquellas iniciativas de los republicanos que apuestan por el mero sentido común (todo lo relativo a la ingeniería de los géneros, por ejemplo), o jamás volverán al poder. Las encuestas repiten más o menos los resultados de Trump, incluso ahora mismo.

No deja de representar una interesante paradoja que un demócrata convencido intente hacer que los suyos compren buena parte de la ideología republicana, mientras hoy, en España, el equivalente del republicanismo más templado pretende justo lo contrario: que se tome por moderación dejar intactos los cimientos viciados sobre los que se ha construido el tambaleante edificio del rival. Renunciar a la batalla cultural es claudicar, no mostrarse comprensivo, empático o generoso.

La doble condena del Cigala

Durante todos estos años hemos oído que el sistema penitenciario español no está para administrar castigos, sino más bien para recuperar para la sociedad a aquellos que en su día cometieron un error, por grave que fuere.

De ese modo, han dejado sus celdas, antes incluso de cumplir la totalidad de sus condenas, asesinos de la peor calaña, aquellos que, amparados en el ideal de una supuesta patria ocupada por viles conquistadores, no dudaron en masacrar hasta a niños con sus bombas, como recuerda ahora la serie 'La frontera'.

En estos casos, es cierto, la humana piedad, el reconocimiento del arrepentimiento sincero (que rara vez se ha verificado realmente), poco tiene que ver con los verdaderos motivos de una clemencia que enmascara otros intereses, los de «la mirada de Medusa del poder» que proclamaba Zweig: «Quien ha visto su rostro ya no puede apartar los ojos de él, y queda hechizado y subyugado».

Y mientras, al Cigala, que acaba de ver ratificada su condena por maltratar a una pareja, se le exilia de la vida pública al cancelársele, uno tras otro, los contratos que tenía para intentar rehacer su existencia y mantener a su prole.

Cierto que aún no ha cumplido la condena, pero con la tardanza de la justicia en emitir sus sentencias parece más que razonable que este estupendo artista, capaz de triunfar en el mundo entero con la más elevada muestra de la música popular española, el flamenco, seguramente se ha arrepentido ya de su ignominia, al menos con similar ahínco y fe que los de que aquellos que asesinaron a granel y hoy celebran entre potes y chupinazos, como si tal cosa.

Y no, no se trata de comparar delitos, todos horribles, el maltrato de otro ser y su definitiva eliminación; pero sí la respuesta social de quienes liberan y acogen como héroes devueltos a Ítaca a vulgares terroristas y, a la vez, privan de su medio vida a un bohemio soñador, derrotado y contrito, de la misma estirpe de otros que, antes que él, también flaquearon y no por eso han dejado de ser objeto de tributos diarios (pintores, músicos, poetas, …).

Su desempeño artístico, que tanto bien produce en otras personas, ni lo ampara ni lo justifica, pero el arrepentimiento debería procurarle las mismas condiciones que a aquellos otros a quienes se les han abierto de nuevo todas las puertas, también las laborales.

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