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26 de abril de 2024

Kobe Bryant durante su último partido en la NBA el 13 de abril de 2016

Kobe Bryant, durante su último partido en la NBA el 13 de abril de 2016©GTRESONLINE

Dos años sin Kobe Bryant, el genio que no lo parecía

ya han pasado dos años de la muerte de Kobe Bryant y su hija en un accidente del helicóptero donde viajaban junto a otras siete personas. Tenía 41 años y su hija, Gianna, 13.  Unos días antes habían estado viendo jugar a Luka Doncic, quien se acercó a saludarle en el mismo parqué durante un lance del partido. Kobe, Gianna y Luka sonreían. De la sonrisa al llanto, del todo a la nada sin que nadie pueda darse cuenta. Hoy tendría 44 y el mundo entero no habría llorado por él. Por ellos. Pero así fue.
El pasado verano, Vanessa Bryant, la viuda del jugador, llegó a un acuerdo con la compañía de transportes que gestionaba el helicóptero para retirar la demanda por negligencia en el mortal accidente. La Junta Nacional de Seguridad en el Transporte (NTSB), que fue la encargada de investigar el accidente, había señalado previamente que el piloto se desorientó por culpa de la niebla y que además no siguió las normas al volar bajo entre nubes espesas, a pesar de las advertencias.
La semana pasada, según la revista People, los abogados de Vanessa Bryant aseguraron que imágenes de los cadáveres de Kobe Bryant y de su hija fueron compartidas por agentes del departamento del sheriff y por bomberos del condado, una demanda que sigue su curso.

Clarividencia en el juego

Se nos fue la infancia con Kobe por esa particularidad de la NBA de transportarnos al pasado, a la infancia. Y hoy en el aniversario de su muerte, tan próximo, tan cercano, se nos va un poco más. Hace dos años que Kobe no está y sigue siendo extraño y seguirá siendo extraño cada año que pase. Un extraño para muchos cuando jugaba. La imagen del típico niño que salta del colegio a la liga con vitola de estrella y unas zapatillas impresionantes. Ese niño que hacía mates espectaculares resultó ser mucho más que eso. Un extraño. Un trabajador obsesivo que durante un partido llegó a preguntarle a Michael Jordan, en el ínterin de un tiro libre, por los secretos de su tiro en suspensión.
Kobe Bryant dijo que durante su madurez llegó a sentir clarividencia en su juego. Que podía ver las próximas cuatro o cinco jugadas en un partido y hacer que sucedieran tal y como las había imaginado. Eso no deja lugar a la especulación. El entrenamiento de la clarividencia es un trabajo duro y largo y constante que contrastaba con una imagen que quizá no le hacía justicia, o a lo mejor no le hacían justicia quienes le miraban sin mirarle. Había un sistema en su juego aparentemente intuitivo, en sus lanzamientos sorpresivos, en sus conducciones agachadas, en sus regates imprevisibles, imparables, en los que se hinchaba su camiseta como un globo para volar hacia el aro.
Kobe Bryant y su hija Gianna el 25 de enero de 2020, un día antes de la muerte de ambos

Kobe Bryant y su hija Gianna, el 25 de enero de 2020GTRES

Kobe Bryant parecía a veces altanero, pero era porque se inspiraba en los más grandes, en su trabajo. Quería ser un genio copiando a los mejores, como dijo Picasso. Quería ser como Bird, como Jordan, y conseguir el objetivo imposible y eterno de solo escuchar el sonido de la red al traspasar la pelota el aro sin tocarlo. Ese sonido de perfección era la música que tocaba para tratar de ser un virtuoso, el intérprete de los 81 puntos, la segunda mejor marca de la historia después de los 100 de Chamberlain en la época en el que el pívot estiraba el brazo y anotaba.
Un hombre en busca de la excelencia siempre es una ventana por la que mirar. Bryant fue un deportista, un competidor, que lo ganó todo, hasta un Oscar, y casi se fue antes de poder asimilarlo, de que todos los demás lo asimilásemos y aquí seguimos dos años después sin poder hacerlo al recordarlo, alejándosenos la infancia un poco más cada vez, esa infancia de la NBA y de sus viejos sonidos ocultos en algún lugar de nuestro corazón de niños, como el de Gianna, que hace dos años, y hoy, y así cada 26 de enero, un poco se nos truncó.
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