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03 de mayo de 2024

Arsenio Iglesias celebra la Copa del Rey de 1995 a hombros de sus jugadores

Arsenio Iglesias celebra la Copa del Rey de 1995 a hombros de sus jugadoresEFE

Muere Arsenio Iglesias, el apóstol del orden y el talento

Sería inexacto medir su legado en números. Sí, jugó 146 partidos y dirigió al equipo en 568, más que nadie en la historia de la entidad. Pero era, simplemente, la encarnación del deportivismo, ese sentimiento contra viento y marea

Ha muerto El Zorro de Arteixo y toda Galicia llora. En realidad, todo el fútbol nacional, y podría decirse que España entera, porque, como escribió en su día Manolo Rivas, «Arsenio está hecho con la mejor madera de la humanidad». Por eso fue una figura que trascendió al fútbol y se convirtió en un ejemplo de vida y obra, en un referente moral, incluso para aquellos que sentían otros colores y para personas sin apego al balompié.
Como se destaca en obituarios deportivos, Arsenio, también conocido como O Bruxo de Arteixo, jugó en un puñado de equipos y entrenó a otros tantos. Fue un futbolista y un técnico de élite. Aunque su corazón era gigante, en él solo cupo un club. «No hay Dépor sin Arsenio», cantan Os Diplomáticos de Monte Alto, la banda del barrio más coruñés de la ciudad. Dépor lo hubo antes y lo habrá después –gracias precisamente a genios como Arsenio–, pero es sin duda la figura más trascendente que el club ha tenido a ras de césped en sus casi 117 años de historia.
Arsenio Iglesias, homenajeado en Riazor

Arsenio Iglesias, homenajeado en RiazorEFE

Sería inexacto medir el legado de Arsenio en el Deportivo en números. Sí, jugó 146 partidos y dirigió al equipo en 568, más que nadie en la historia de la entidad. Fue el entrenador que más veces ascendió al Dépor –también el que más veces estuvo cerca de ascenderlo–, el que más veces lo salvó del descenso, el que casi le da su primera Liga, el primero que lo llevó a Europa y el que le dio su primera Copa del Rey. Pero su impacto trasciende las estadísticas y llega a lo emocional. Era, simplemente, la encarnación del deportivismo, ese sentimiento contra viento y marea, por muy fuerte que sea el viento y muy alta que esté la marea, y esto es fundamental recordarlo ahora que el club es cuarto en uno de los dos grupos de la tercera categoría del fútbol español. Era su factor humano (Bieito Rubido dixit) el que lo hacía diferencial y referencial. Por ello el momento más emotivo que se ha vivido en Riazor desde que el Dépor dejó de ser Súper fue la salida al verde de Arsenio Iglesias para recibir, en el mismísimo círculo central, la medalla de oro y brillantes, la máxima distinción del club. Ocurrió siete años atrás, en mayo de 2016. Por los videomarcadores emitieron el vídeo que se reproduce a continuación.
Al acabar el pase del vídeo, no quedaba en Riazor una sola persona mayor de treinta años que no estuviese llorando. No las conté, pero sé que ni una. Yo mismo era un mar de lágrimas junto al nieto pequeño del Zorro, Pedro, quien, atónito, me preguntó qué me pasaba: «Estoy viendo pasar la felicidad», contesté en plan trascendental, y el chaval puso cara de no entender nada. «Ya lo entenderás», le dije. Ahora, cuando cada dos domingos vamos a Riazor a sufrir, vaya si lo entiende.
La única foto de tipo futbolístico que Arsenio tenía colgada en su casa era una de un jugador rematando a puerta de cabeza en Riazor. El futbolista se llama Beci y la foto fue tomada el 6 de junio de 1971 en el estadio municipal coruñés. Ese día, gracias a ese cabezazo, el Dépor dirigido por O Bruxo ascendió a Primera frente al Rayo Vallecano. Su primer gran éxito, recién estrenado en los banquillos.
Como en la vida siempre hay partidos de vuelta, en 1983, también en Riazor y también ante el Rayo, Arsenio vivió el segundo hecho más doloroso que sufrió en un banquillo: al Dépor le valía con un empate para subir a Primera, pero perdió y se quedó en Segunda. Aquella herida sangró durante años. Se empezó a cerrar en 1988, cuando el Dépor estaba en una situación desesperada y en peligro de bajar a Segunda B, lo que iba a implicar su desaparición. No había un duro en caja, y un hábil directivo recurrió a Amancio Ortega para que pagase las nóminas, a lo que el dueño de Zara accedió siempre y cuando no trascendiese su donación. Al tiempo, Arsenio fue reclutado de urgencia –por entonces estaba ya de vuelta de todo, entrenando en Tercera, al Compostela– y el equipo se salvó en el último minuto gracias a un gol de Vicente ante el Racing de Santander. Ese día nació un nuevo Dépor. Poco después llegaría Lendoiro a la presidencia.
Arsenio Iglesias en el homenaje que la comitiva del Real Madrid le tributó en La Coruña

Arsenio Iglesias en el homenaje que la comitiva del Real Madrid le tributó en La Coruña

El equipo fue mejorando año a año y al fin en 1991 regresó a Primera tras 18 años de frustraciones al vencer al Murcia en Riazor. Antes del partido, ardió una grada de Riazor. «Se quemó el meigallo», sentenció Lendoiro. Arsenio volvía a colocar a su Dépor en la máxima categoría. Decidió entonces dar un paso atrás y pasó a ser asesor del presidente deportivista, pero meses después tuvo que regresar, pues el equipo iba camino de Segunda. Enderezó el rumbo y el Dépor se salvó en una agónica promoción contra el Betis, disputada en plenos fastos de la Expo 1992. Ese día, abrazado a su central Martín Lasarte, Arsenio legó sobre el césped del Villamarín una de sus frases más célebres. «Qué alegría, Martín, qué alegría. Cuánto sufrimos, Dios mío». Junto a «estoy muy exigido» –que usaba en momentos de presión máxima– y otras dos que recordaremos a continuación son sus salidas verbales más recordadas.
Arsenio Iglesias, ídolo de Riazor

Arsenio Iglesias, ídolo de RiazorEFE

Arsenio se caracterizaba por exprimir el potencial de sus plantillas, por convertir buenos jugadores en equipos competitivos: «Orden y talento», era su máxima. Cuando su carrera parecía encarar su último tramo, a los 61 años, cuando la esperanza de dirigir a un grande ya se había desvanecido, el Dépor, su Dépor, se convirtió en un grande. Quién se lo iba a decir. Para ello fue imprescindible la presencia de dos brasileños, traídos por Lendoiro, a los que trató como si fuesen sus hijos: Mauro Silva y Bebeto. El delantero añadió al orden y talento de Arsenio una máxima que casaba perfectamente con la filosofía del Zorro: «Con mucho trabajo y mucha humildad», repetía una y otra vez en ruedas de prensa.
Así que con orden y talento, mucho trabajo y mucha humildad, el Dépor escaló al éxito y se hizo Súper. El 14 de mayo de 1994 se quedó a solo once metros de una Liga que se llevó el Barça de Cruyff. Esta decepción, la del famoso penalti de Djukic, dio pie a la rueda de prensa más emotiva que un entrenador haya dado jamás. «Mucho que decir y poco que contar», empezó Arsenio, y esa frase pasó a la posteridad: el tuit con el que lo despidió este viernes la alcaldesa de la ciudad empezaba con esas palabras.
Al año siguiente, el destino dijo sí. Una tromba de agua obligó a suspender la final de Copa del Rey, precisamente contra el Valencia. De nuevo una circunstancia excepcional, de tono casi bíblico. Si en 1991 fue el fuego, en 1995 fue el agua. En la reanudación del partido, Alfredo Santaelena se elevó al cielo de Madrid y su cabezazo superó la salida de Zubizarreta. El Dépor era por primera vez campeón de Copa. Y Arsenio era grande de España: «¿A dónde iba Zubi?», le preguntó don Juan Carlos I, mientras lo abrazaba, en la posterior recepción real.
Arsenio Iglesias ofrece la Copa del Rey de 1995 a los deportivistas

Arsenio Iglesias ofrece la Copa del Rey de 1995 a los deportivistasEFE

En ese punto álgido, se fue, pues sus relaciones con Lendoiro estaban rotas. Regresó a los banquillos, pero no en Riazor. El Real Madrid lo reclutó, en la que fue una experiencia frustrante para él, especialmente por su choque con cierta estrella madridista de cuyo nombre jamás prefería acordarse. La selección gallega fue el punto final definitivo.
Arsenio llevaba unos años con la salud renqueante. Tuvo que dejar de hacer deporte, de subir al trote las cuestas del monte de Santa Margarita. Tuvo que dejar de jugar al fútbol con sus nietos. Una enfermedad neurodegenerativa lo fue minando. Cuando alguien lo paraba, y le preguntaba cómo iba, él enseguida explicaba «tengo párkinson». «Es que no quiero que piensen que estoy tonto», justificaba su transparencia. Fuerte como un roble, había superado hasta el covid, y los análisis le daban unos resultados que envidiaría un treintañero. Pero la enfermedad lo fue apagando y en los últimos tiempos salía a pasear en silla de ruedas, empujado por sus hijos, y ante las miradas de devoción de los coruñeses, para los que Arsenio es lo más parecido que hay a un apóstol.
Pero hoy no solo llora Coruña, la que en 2020 lo honró con una calle, lo nombró hijo adoptivo y puso su nombre a su ciudad deportiva, al pie de la torre de Hércules. No. Es toda Galicia la que llora. Cómo no recordar aquella vez en que Arsenio iba a comentar un partido en Balaídos y el coche en el que viajaba quedó atrapado en un atasco. El redactor que lo acompañaba decidió que la mejor manera de asegurar que llegasen a tiempo era bajarse del vehículo e ir andando. Una vez salieron del coche, pensó que hizo no era buena idea pasearse con el entrenador del Súper Dépor por los aledaños del estadio del eterno rival blanquiazul. Pero no había nada que temer. Todo lo contrario. Lo que ocurrió fue asombroso: Arsenio casi no llega a la cabina de prensa, pero porque cada dos pasos un celtista lo paraba para mostrarle su admiración.
Un ramo de flores, este 5 de mayo de 2023, junto al busto de Arsenio Iglesias

Un ramo de flores, este 5 de mayo de 2023, junto al busto de Arsenio IglesiasEFE

Y es esta anécdota la que mejor nos habla de la calidad humana del hoy fallecido, admirado hasta por el eterno rival, el Celta, que fue el primer club cuya delegación se presentó este viernes en Riazor para mostrar sus respetos. Él se ha ido, pero sus lecciones permanecerán. La torre de Hércules lleva casi dos milenios iluminando la ciudad coruñesa: anoche sus paredes de granito lucieron los colores azul y blanco en honor de O Bruxo. La luz de Arsenio, igual que la del faro, nunca se apagará: guiará al deportivismo para siempre. Esté seguro de ello, maestro: nunca dejaremos que su legado se extinga. Sabemos que cuanto más se parezca el Dépor a usted, mejor será.
  • Rubén Ventureira es articulista de El Debate e insignia de oro y brillantes del Real Club Deportivo de La Coruña
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