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27 de abril de 2024

Juan Ramón Rallo es uno de los economistas más seguidos de la actualidad

Juan Ramón Rallo es uno de los economistas más mediáticos del momento

Diez economistas examinan España (X)

Juan Ramón Rallo: «Sánchez va a dejar una hipoteca muy complicada de digerir»

Piensa que lo será tanto o más que la de Zapatero

Juan Ramón Rallo es uno de los economistas más seguidos de los últimos años. Sus más de 300.000 seguidores en Twitter o los 310.000 de su canal de YouTube dejan claro que sus análisis y reflexiones influyen notoriamente en quienes quieren estar bien informados de lo que pasa en la economía española. Licenciado en Derecho y Economía por la Universidad de Valencia, es doctor por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid y profesor en varias instituciones, entre ellas la IE Business School.
–¿Cuál es la mayor virtud de la economía española?
–Estar dentro de un marco institucional más o menos garantista. Nos proporciona una cierta estabilidad y seriedad y el acceso a un área comercial como no hay ninguna otra en el mundo, que es la Unión Europea. Tal como está el entramado institucional ahora mismo, la tutela que establece la UE nos da más credibilidad, aunque también tiene problemas por otro lado. Nos da más credibilidad de la que nos resta, al menos de momento.
–¿Cuál es su mayor pecado?
–Tener una clase política hiperintervencionista, rozando el populismo anti-mercado en muchos casos; no solo en un lado del espectro político, también en el otro. No tenemos a nadie que quiera avanzar hacia instituciones más inclusivas, más libres, menos intervenidas por el Estado. Cuando una parte del espectro político desplaza la economía hacia más regulación, más intervención y más impuestos, el otro nunca deshace todo lo que se ha avanzado. En muchos casos incluso contribuye a profundizar en ese intervencionismo, y eso creo que es una rémora.
–¿Qué hicieron bien y mal en economía Aznar, Zapatero, Rajoy y Sánchez?
–Aznar no incrementó el tamaño del Estado en términos relativos. El tamaño del sector público se mantuvo más o menos constante. Desaprovechó una oportunidad de liberalizar la economía. La reforma laboral de Aznar fue una vergüenza. Su legislación laboral fue la que conservó Zapatero y la que, una vez iniciada la crisis, nos llevó a una destrucción masiva de empleo. Decía que era muy liberal, pero no lo era. No cogió el toro por los cuernos.
Zapatero al principio ondeó la bandera de que se puede ser de izquierdas y bajar impuestos. Eliminó el impuesto de patrimonio, simplificó el de ganancias patrimoniales. Eso estaba bien, pero multiplicó el tamaño del Estado a los lomos de la burbuja inmobiliaria.
Lo mejor de Rajoy fue claramente la reforma laboral. Sin ser perfecta, es un paso adelante en la buena dirección. Lo que hizo mal fue apostar por una salida de la crisis basada en subidas masivas de impuestos.
En cuanto a Sánchez, es complicado decir qué ha hecho bien. En temas económicos, realmente poco. Quizá conservar, hasta ahora, la reforma laboral. Lo que ha hecho mal es entregarse al populismo radical de izquierdas, al intervencionismo; en ocasiones lo ha frenado parcialmente, pero la balanza se ha inclinado claramente hacia el intervencionismo en todos los mercados: vivienda, eléctrico, impuestos, gasto público. Va a dejar una hipoteca muy complicada de digerir, tanto o más que la de Zapatero.
–¿Tiene arreglo lo del recibo de la luz o todas las soluciones que se indican pecan de populismo?
–Si el precio internacional del gas sigue subiendo, no hay remedio. Tenemos un sistema eléctrico básicamente adaptado a producir la electricidad que necesitamos por encima de la disponibilidad renovable a través del gas. Mientras eso no cambie, y no va a cambiar a corto plazo, estamos vendidos al precio internacional del gas. Se pueden rebajar algunos cargos, peajes e impuestos, y se puede compensar así parte de la subida, pero si sigue subiendo después de hacer eso, te comes la subida. Ahí la irresponsabilidad es haber vendido que se tiene control sobre algo sobre lo que no se tiene control. La última derivada en la que podemos acabar cayendo es en establecer controles de precios al consumo, ya sea prohibiendo que la electricidad suba de precio (no creo que se produzca) o creando un nuevo déficit de tarifa, que también está entre las malas prácticas de Aznar: haberlo instituido. Corremos el riesgo de que Sánchez lo reedite.
–¿Quién es el economista español que más admira y por qué?
–Aunque tenemos muchísimas discrepancias en muchos asuntos, mi gran maestro ha sido Jesús Huerta de Soto. Ha sido el continuador de una corriente económica de pensamiento que corría el riesgo de ser abandonada en nuestro país: la escuela austriaca. Con sus pros y contras, él la ha revitalizado en España como no ha sucedido en ningún otro país del mundo.
–¿Cuándo estima que España empezará a dejar atrás con fuerza las heridas del covid?
–Si nos referimos a recuperar el nivel de actividad previo a la pandemia, lo lograremos, si no pasa nada, el año que viene. El problema es que lo habremos logrado con una herencia de endeudamiento muy peligrosa: una deuda superior al 120 % del PIB. Para regresar al nivel previo, para bajar veinticinco puntos la deuda sobre PIB, no va a ser una digestión sencilla, salvo que vayamos a un escenario altamente inflacionista. En ese caso bajaríamos la carga de la deuda pública, pero las heridas y problemas en forma de perspectivas inflacionistas serían otros.
–La inflación ha vuelto, ¿debemos asustarnos?
–Tanto como asustarnos no, pero ocuparnos de ello, sí; básicamente porque esta inflación anómalamente alta no se debe solo a cuellos de botella, sino a su combinación con un gasto alto en la economía, público y privado, fruto de planes de estímulo monetarios y fiscales que buscaban reanimar la economía, pero que han terminado sobreestimulándola en todo el planeta. Si te encuentras con cuellos de botella combinados con inflación de gastos tienes inflación de precios. Todavía no es un problema grave, pero puede convertirse en grave si esta inflación se prolonga en el tiempo y penetra en las expectativas de los agentes. En ese caso se consolida dentro de la economía. Ahí habría que adoptar medidas más serías; por ejemplo, subidas fuertes de los tipos de interés. Es dudoso que los bancos centrales quieran hacer algo así ahora mismo. Si no lo hicieran siendo necesario, el descrédito de la moneda sería aún mayor y la inflación más acusada. No hay que asustarse, pero deberíamos empezar a tomar cartas en el asunto.
–¿Somos buenos trabajadores los españoles?
–El problema no es tanto de la calidad del trabajo como de la calidad del mercado laboral: de la estructura institucional del mercado laboral. Tenemos una legislación laboral terrorífica. Básicamente excluye de un mercado laboral activo y productivo a prácticamente un tercio de la población activa, ya sea porque la condena al paro o a la temporalidad, o porque los va alternando. Eso hace que ese tercio no pueda desplegar sus habilidades productivamente dentro de nuestra economía, aunque no sean malos trabajadores. Es una dilapidación considerable de talento. Es un problema no solo social, sino también económico, porque es crecimiento económico, actividad, riqueza que no llega a crearse por un mal diseño institucional.
–¿Qué opina de que una vicepresidenta del Gobierno de España use el adjetivo «beneficios groseros» para referirse a los beneficios empresariales?
–Los beneficios empresariales pueden ser demasiado altos, pero la forma de combatirlos no es regulándolos: es introduciendo competencia en el mercado. Si cree que hay demasiados beneficios empresariales es porque hay demasiada poca competencia. Si hay demasiada poca competencia, que elimine esa regulación que hay, por ejemplo, en el mercado eléctrico, que impide la entrada de nuevos competidores que mantengan a raya esos beneficios supuestamente groseros.
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