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El Puente Triana, en Sevilla

El Puente Triana, en SevillaEuropa Press

Levantar el pie del acelerón reduce hasta en un 33 % las emisiones del turismo

El slow travel favorece un ritmo que permite descubrir regiones con mayor profundidad, reduciendo desplazamientos internos en avión y fomentando transportes alternativos

'La prisa mata' es uno de los lemas marroquís más exclamados y repetidos a lo largo del país vecino. Las revoluciones con las que opera un urbanita español agradecerían aplicarse esta advertencia cultural. Por suerte, hoy en día se trabaja por vivir con más conciencia que antaño; es decir, de una forma más pausada y disfrutando también del tiempo en el que no se es 100 % productivo. Los médicos dicen que es un seguro de vida.

Se respira más conciencia social, pero también medioambiental, y bajo esta nueva lógica surgen nuevas formas de habitar y de viajar mucho más responsables, que conectan con la urgencia climática. Se observa así una mayor apertura hacia el slow travel; una cultura que triunfa principalmente entre los más jóvenes, apuntan desde la plataforma internacional Evaneos. El precio sigue siendo nuestro factor más determinante, pero el grado de sensibilización por no quedarnos sin planeta está creciendo y siguiendo la tendencia de mercados como el francés o el alemán.

Los datos que maneja la compañía señalan que el 75 % de los viajeros internacionales tendría la intención de escaparse de forma más sostenible en los próximos 12 meses. Un 32 % lo hará porque considera que es lo correcto y un 43 % porque siente culpa al tomar decisiones menos amables con la naturaleza. Aseguran que el ser humano es el único animal capaz de tropezarse dos veces con la misma piedra, pero resulta ser también el único animal que se cansa de todo si viene en grandes cantidades. Y sí, nos hemos cansado ya de hacer un turismo de masas que contribuye a casi el 10 % de las emisiones globales de gases de efecto invernadero.

Lo más rocambolesco de este escenario es que la mayor parte de este impacto no proviene de las agencias ni de la actividad directa de las plataformas, sino de la movilidad aérea: los vuelos internacionales representan hasta un 76 % de la huella asociada a un viaje, mientras que la estancia —alojamiento, transporte local, restauración y otras actividades— concentra el 23 %. Es decir, un único viaje de larga distancia, véase Tailandia, por ejemplo, puede generar unas 3,5 toneladas de carbono y el 75 % corresponden exclusivamente al vuelo.

Ahora romantizamos madrugar –y formar parte del club de las cinco de la mañana– y viajar menos veces al año, pero alargando el tiempo fuera. Estudios del sector indican que extender las estancias en destinos lejanos permite reducir las emisiones en un 33 %.

Prolifera un contacto más directo con el territorio que contribuye a la economía local y no solo a la gentrificación. Incrementar el número de noches supone un aumento del gasto en destino: más días de hotel, más consumo en bares y restaurantes, más excursiones y actividades contratadas localmente… Es una victoria tiple. Gana el viajero –que ahora es menos turista–, gana la capa de ozono y se pone cierto freno a la sobreexplotación en sus vertientes tardocapitalistas más crueles.

Los milenial y los zeta son las generaciones en las que más ha triunfado esta tendencia, aunque el perfil del viajero más proclive a este modelo combina conciencia ambiental, poder adquisitivo medio-alto e interés cultural. Lo que coloquialmente (o vulgarmente) catalogamos de «piji progre», que apuesta por partidos con políticas laxas en materia de migración porque vive en barrios sin almas senegalesas.

Los interrogantes sobre cómo evolucionará el modelo turístico global en un contexto de transición climática están sobre la mesa, pero Evaneos ya registra nuevos mínimos de estancia, que suponen de uno, dos a tres días adicionales. «Si en vez de hacer dos viajes largos cada año, inviertes tres semanas lejos y otro más corto cerca de casa, estarías evitando 1,4 toneladas de emisiones. Esa reducción equivale a los 12.000 kilómetros que recorre un conductor medio al año en coche o lo que serían cinco vuelos París-Barcelona ida y vuelta», aclara Aurèlie Sandler, coCEO de Evaneos.

El slow travel favorece un ritmo que permite descubrir regiones con mayor profundidad, reduciendo desplazamientos internos en avión y fomentando transportes alternativos como el tren o la bicicleta. «El flujo masivo de turistas estaba generando frustración y descontento entre la población local, la cual ve deteriorada su calidad de vida con problemas en el suministro de aguas o la subida de los precios de la vivienda y otros bienes esenciales», alerta la coCEO. Todo apunta que el turismo del futuro no será cuestión de velocidad, sino de profundidad.

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