La poco filosófica Filosofía del bachillerato español
El gran problema de la enseñanza de la Filosofía en los colegios es cómo narices evaluarla. Son muchísimos, probablemente mayoría, los profesores que optan por mandar memorizar y, a partir de ahí, tener un mínimo de objetividad con la que puntuar
Hace más de diez años tuve la suerte de llevar a mis sobrinos en coche, camino de Cantabria. Mi sobrina, a la sazón, cursaba 1º de Bachillerato y aprovechó el viaje para estudiar un examen de Filosofía. De ahí que, por una vez en la vida, pudiese sacar el tema de Kant en familia, pues del ilustre filósofo de Königsberg (actual Kaliningrado, Rusia, hecho no del todo conocido por el gran público) versaba el examen.
Así, durante el viaje hablamos y pensamos mucho y bien. Mi sobrina, abierta a la reflexión, incluyó en el examen mis consideraciones sobre el alemán, lo que le valió un sonoro suspenso. Servidor lleva año dando clases de filosofía, con buenos resultados en Selectividad, pero se ve que mi visión de Kant no era lo suficiente cercana a la de la examinadora. O, como luego se confirmó, mi sobrina suspendió por no poner palabra por palabra lo que había dictado su profesora de (NO)filosofía. Tras aquella mala experiencia, mi sobrina cambió de método: a partir de entonces vomitó mecánicamente y sacó sobresalientes durante el resto del curso.
El gran problema de la enseñanza de la Filosofía en los colegios es cómo narices evaluarla. Son muchísimos, probablemente mayoría, los profesores que optan por mandar memorizar y, a partir de ahí, tener un mínimo de objetividad con la que puntuar. Incluso así me cuesta concebir la diferencia entre un examen de 8 y otro de 8,25. El asunto es tan escandalosa y escasamente filosófico que, si hoy viviese, hasta Sócrates dejaría de hacer preguntas en el ágora.
Estamos de enhorabuena porque Historia de la Filosofía ha vuelto a ser obligatoria en 2º de Bachillerato. Durante varios cursos no lo fue. Solo lo era en 1º la asignatura de Filosofía y ciudadanía, que mezcla temas enjundiosos con menudencias woke y/o bienintencionadas sin mayor trascendencia. Apenas se trabajan los comentarios de textos y, casi nunca, se trabaja la creación de textos reflexivos por parte del alumno. Los alumnos conocerán a pensadores (?) como Judith Butler, pero en muchos centros jamás se abrirán al enigma de la existencia, esa «esfinge» a la que, según Unamuno, había que mirar a los ojos si uno quería considerarse humano.
De esta manera, el coto vedado para filósofos se mantiene en los colegios, pero manteniendo la filosofía fuera de las aulas, porque la asignatura muy rara vez tiene que ver con el pensar, con el reflexionar, con el «conócete a ti mismo» fundacional de la filosofía. Después de todo, eso es prácticamente imposible de evaluar, y ya hemos dicho que en educación impera la máxima «lo que no se evalúa se devalúa».
En lugar de una apuesta por una educación filosófica más exigente, más elevada, más reflexiva, sí se escuchan voces exigiendo que se imponga Ética como asignatura obligatoria en 4º ESO. Esto se traduce en, simplemente, más horas de clase para los profesores de filosofía, muchas veces poco filósofos por mucho que tengan el Grado o la Licenciatura. Si eso se tradujese en la posibilidad de reflexionar sobre la ética, bien; si no, no dejaría de ser una maría más.
A todo esto se une que Historia de la Filosofía no es obligatoria en Selectividad. Cada alumno debe elegir entre esta asignatura e Historia de España. Y si muchos apuestan por aquella es simplemente porque implica menos temario. En algunas comunidades autónomas, como Castilla y León, la asignatura sí requiere un esfuerzo «filosófico» por parte del alumno, que tendrá que demostrar que entiende al autor del que habla. Pero en muchas otras, como en Madrid, importará muchísimo más la memorización.
Por otro lado, no olvidemos que la inmensa mayoría de los alumnos que cursan el cada vez más habitual Bachillerato Internacional no sabrá siquiera qué significa la palabra Filosofía – a lo que se une que muchos tampoco estudian nada de Historia; ¿por qué entonces goza de tanta consideración el dichoso BI?-.
Presentado el problema, no podemos sorprendernos ante la incapacidad para la reflexión y el análisis de los nuevos universitarios. Poco a poco las teorías de la conspiración —hay una nueva que niega que el español venga del latín— ganarán adeptos porque, en un mundo sin filosofía, todas las opiniones valen lo mismo, como si esto fuese una Atenas plagada de sofistas con Sócrates en un rincón condenado a estar callado, ignorado y/o cancelado. Sin filosofía, los extremismos crecerán, como de hecho lo están haciendo, incluso entre los mejores alumnos.
Cuando Kant, con su sapere aude, invitaba a la reflexión, al aprender, al saber, pecaba de ingenuidad al creer que con el desarrollo del espíritu crítico se acabaría con la superstición, la ignorancia, la estupidez, la locura. El siglo XVIII, en general, pecó de optimismo, como se demostró cuando Robespierre y los suyos comenzaron a desbarrar. Pero de ahí a que hayamos olvidado la vieja pretensión de llegar a la verdad, hay un abismo.
Una cosa es no confiar ciegamente en el espíritu crítico. Otra cosa es haberlo enterrado o, quizás, proscrito, junto a su hermano del alma, el sentido común.