El saber no ocupa lugar
Sin ofrecer mucho a cambio. En los colegios donde más implantadas están las nuevas tecnologías, asombra observar cómo estos nativos digitales ignoran muchos de los más sencillos comandos o mecanismos de un ordenador
Un compañero de fatigas, licenciado en Filología Hispánica y dominador de las lenguas clásicas, ha caído fascinado bajo el influjo de la neurociencia. Hasta el punto, propio de la moral de los conversos, de negar la evidencia. Así, alumno de la extinta EGB, niega que se pueda aprender nada según el sistema que él y yo, allá en los 80, compartimos, porque la neurociencia afirma que el aprendizaje se produce en otras circunstancias. Da igual que él, de memoria desarrollada, sea capaz de recitarte en latín fragmentos completos de la Eneida.
Si bien en estos asuntos se muestra rígido, mi buen colega muestra una cintura prodigiosa para defender este o aquel modelo educativo. Si hace una década lo más era el aprendizaje cooperativo, y un lustro atrás había necesidad de nuevas tecnologías, ahora defiende con vehemencia las bondades de los distintos programas del Bachillerato Internacional. A pesar de sus evidentes contradicciones, goza de enorme prestigio como educador. Tanto que ya no es un simple profesor de Lengua y Literatura, sino coordinador, jefe de Estudios, incluso director pedagógico.
Valga este ejemplo para explicar por qué se incide tanto en los modos de enseñar y tan poco en qué se debe enseñar. En el cómo hay mucho más negocio. Por eso, casi siempre las grandes innovaciones educativas se proponen desde dos ámbitos:
• La universidad, donde diversos psicopedagogos, si suena la flauta, pueden devenir en luminarias, tal que Álvaro Marchesi, perpetrador de la LOGSE -el inicio de todo-, asesor de la LOMLOE y que, reveladoramente, carece de artículo propio en Wikipedia.
• Aquellos colegios que colocan el beneficio empresarial sobre el aprendizaje efectivo y que, a partir de las innovaciones, se venden mejor y, por qué no, cobran más. Esto es especialmente notable en el uso de las nuevas tecnologías. Y explica por qué cada vez más fondos de inversión se están instalando en España, comprando incluso colegios concertados.
Es decir, si yo me limito a hacer lo de siempre, aunque funcione, a ojos del público dará la impresión de inmovilismo, de estar quedándome atrás. Sorprende cómo colegios punteros en la PAU cambien radicalmente sus modos a costa de sus resultados.
Y así, desde hace décadas, se ha prestado mucha atención al cómo y prácticamente ninguna al qué. Con desoladores resultados, por mucho que haya gente que intente quitar hierro al asunto. En mi época, si bien no tuvimos que aprendernos la lista de los reyes godos, hubo que aprenderse las capitales de los principales países del mundo, los principales ríos con sus afluentes, los reyes de España desde Isabel y Fernando hasta nuestros días con los principales sucesos de sus respectivos reinados, las tablas de multiplicar y un eterno etcétera.
Desde la ley Villar Palasí de 1970 en adelante, se han ido eliminando contenidos. Insisto en que hay que hablar con la chavalería para descubrir su dificultad -incluso entre alumnos brillantes- a la hora de situar en el tiempo a Felipe II -lo llevas claro si quieres que te cuenten qué hizo-, diferenciar entre infligir o infringir, hacer un cálculo matemático más o menos sencillo o, incluso entre los de ciencias, refutar la teoría de la Tierra Plana.
Como contrapartida, y ocupando mucho tiempo y espacio, desde hace tres décadas no dejan de implementarse cambios de metodología que priman el desarrollo de procedimientos y competencias. O eso se dice, porque en los exámenes oficiales se siguen pidiendo contenidos a la vieja usanza. Menos contenido, pero de memorieta, no vaya a quedarse nada en el magín.
Sin ofrecer mucho a cambio. En los colegios donde más implantadas están las nuevas tecnologías, asombra observar cómo estos nativos digitales ignoran muchos de los más sencillos comandos o mecanismos de un ordenador. Para algunos Control+V es un autor de música urbana, pero con falta de ortografía. A saber, son nativos digitales en interminable -y poco eficaz- proceso de alfabetización -también digital-.
Por eso, habría que apostar, antes que nada, por reforzar los contenidos. Por llenar el currículo de datos que no tengan una utilidad práctica evidente. En las escuelas, antes que nada, hay que dar datos, fechas, nombres… materia con la que el «disco duro» cerebral pueda trabajar, procesar la información.
Y no hablo de estas ideas que brotan sin cesar, como que hace falta una asignatura de Inteligencia Artificial u otra de Valores para la Ciudadanía. Hay que apostar seriamente por el impulso serio y sostenido, basado en la vieja tecnología del libro, el papel y el boli, de los contenidos de las asignaturas de toda la vida, incluidas las habitualmente olvidadas Educación Física y Educación Artística. Pocas asignaturas -Mates, Lengua, Historia (Humanidades), Ciencias y las susodichas- pero repletas.
Si, además, se pretende que el estudiante piense, recuperemos los viejos comentarios de texto -literarios, históricos, filosóficos- y apostemos por la resolución de problemas, reales o hipotéticos, desde las ciencias. Es decir, recuperemos lo que ya estaba inventado y sí demostraba lo que sabía cada cual.
«El saber no ocupa lugar» era un viejo dicho sobre la importancia de los datos, que nunca están de más en un almacén infinito como es el cerebro humano. Hoy en día ha pasado a cobrar significado literal: no hay saber que ocupe y conecte neuronas – es decir, ahora significa el no saber no ocupa lugar-. Y de este modo, diga lo que diga la neurociencia, es imposible que nuestro cerebro pueda funcionar. Creo sinceramente que lo importante en educación es qué se imparte, y el cómo es algo accesorio que, en todo caso, debería quedar en manos del profesor.