
Leopoldo Calvo-Sotelo jura su cargo de presidente del Gobierno frente a Juan Carlos I en febrero de 1981
'Consolidar la democracia': los importantes éxitos de la poco reconocida presidencia de Calvo-Sotelo
Los catedráticos de Historia José-Vidal Pelaz López y Pablo Pérez López detallan en un libro los hitos del segundo presidente del Gobierno tras la promulgación de la Constitución de 1978; como la entrada de España en la OTAN o la reorganización del proceso autonómico
«Llevarás aquí una vida inhumana». Fue lo que le dijo Adolfo Suárez a su sucesor en la Presidencia del Gobierno, Leopoldo Calvo-Sotelo, cuando el segundo llegó a la Moncloa; frase que se recoge en el libro Consolidar la democracia (Editorial Marcial Pons) —que acaban de publicar los catedráticos de Historia Contemporánea José-Vidal Pelaz López y Pablo Pérez López— y que desmenuza los relevantes hitos del segundo presidente que hubo en España desde que se aprobó la Constitución en 1978.

Portada del libro 'Consolidar la democracia: El Gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo (1981-1982)'
Los autores reconocen en la contraportada y en la introducción que el Ejecutivo de Calvo-Sotelo (26 de febrero de 1981-2 de diciembre de 1982) «es una de las etapas menos conocidas de nuestra historia reciente» y que «en efecto ha sido visto por buena parte de la historiografía como un interludio breve y escasamente relevante entre» los gobiernos de Suárez y Felipe González. No obstante, también subrayan que «el papel desempeñado por Leopoldo Calvo-Sotelo en este trascendental episodio de nuestra historia reciente merecería sin duda ser mejor conocido, comprendido y valorado», algo que se logra con la lectura de esta obra.
El sucesor de Suárez sufrió el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 durante su sesión de investidura, y por eso no fue elegido líder del Gobierno hasta tres días después. Precisamente, las consecuencias del 23F, cuyo objetivo fundamental era deshacer la democracia, fue con lo primero que tuvo que lidiar Calvo-Sotelo cuando desembarcó en la Moncloa, en un proceso que concluyó consolidando el incipiente sistema político.
En este contexto, el político de la Unión de Centro Democrático (UCD) reordenó el sistema autonómico gracias a un histórico pacto con el PSOE de González, consiguió que España se situara políticamente en Occidente con el ingreso en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) el 30 de mayo de 1982, y tomó sustentadas medidas para paliar la crisis económica. Todo ello en medio de un complicado ambiente interno en nuestro país debido al terrorismo de ETA en la etapa justo posterior a los sangrientos Años de Plomo.
La reconducción del proceso autonómico
En uno de sus capítulos más reveladores, Pelaz y Pérez desentrañan lo que fue la Ley Orgánica de Armonización del Proceso Autonómico, (LOAPA), una norma cuyo fin era el de que las normativas estatales primaran sobre las autonómicas en las competencias que la Constitución atribuye al Ejecutivo central. Como aseguran de forma certera los autores, el 'café para todos' de las CC.AA. comenzó «como un intento por buscar acomodo a los nacionalistas vascos y catalanes en la nueva España democrática», aunque en 1981 había derivado en «un auténtico embrollo político y legal» en el que «nadie quería ser menos que nadie».
«La verdad es que los nacionalistas catalanes estaban poniendo en marcha un proyecto que presentaba ya cuanto menos rasgos inquietantes», manifiestan los autores respecto al proceso iniciado por Jordi Pujol y que ha evolucionado en el independentismo del prófugo de la Justicia y socio de Pedro Sánchez, Carles Puigdemont.
Así las cosas, gracias a la LOAPA, Calvo-Sotelo, con el apoyo de los socialistas, buscó desarrollar por primera vez el artículo 150.3 de la Constitución, que dictamina que el Estado puede dictar leyes «que establezcan los principios necesarios para armonizar las disposiciones normativas de las Comunidades Autónomas», incluso en «materias atribuidas» a su competencia.
Sin embargo, en una sentencia histórica —ya gobernando González— el Tribunal Constitucional anuló 14 artículos de la norma. Entre ellos, echó por tierra el precepto más rompedor, que indicaba que «las normas que el Estado dicte en el ejercicio de las competencias que le reconoce» la Carta Magna «prevalecerán sobre las normas de las comunidades autónomas».
A pesar de ello, una vez que dejó la Presidencia, El País recogió el 19 de diciembre de 1982 que tras su etapa había «desaparecido el temor a que las autonomías se desbocaran y a que quedase un Estado residual e insuficiente, que ni siquiera tuviera los resortes que un Estado federal tiene». «Superando enormes dificultades, Calvo-Sotelo se había convertido en el Javier de Burgos de las autonomías, generalizando y racionalizando el modelo territorial apuntado en la Constitución», señala el libro.