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Francisco Rosell
De lunes a lunesFrancisco Rosell

La implosión sanchista y el peligro de la abeja muerta

Desde que entró en La Moncloa por la gatera, tras acumular dos derrotas seguidas con los peores resultados cosechados nunca por el PSOE, su enfermiza obsesión fue cómo pasaría a los Anales

Actualizada 04:30

Santos Cerdán, Pedro Sánchez y Jose Luis Ábalos

Santos Cerdán, Pedro Sánchez y Jose Luis Ábalos

Aunque Tony Blair, gran dominador de la política británica como primer ministro (1997-2007) y líder laborista (1994 y 2007), anotó en sus Memorias que todos los mandatos acaban mal, siempre hay grados. Y tanto. Así, un impostor como Pedro Sánchez, quien ha hecho del fraude conquista y abuso del poder, desborda esos 451 grados Fahrenheit a los que, según el título de la novela distópica del escritor estadounidense Ray Bradbury, arde el papel de los libros y, por ende, de las leyes. En este sentido, al implosionar el sanchismo como consecuencia de la explosiva corrupción almacenada en el depósito del Peugeot con el que la banda asaltó el PSOE y La Moncloa, su número 1 y primer beneficiario no albergará dudas de cómo le juzgara la Historia.

Desde que entró en La Moncloa por la gatera, tras acumular dos derrotas seguidas con los peores resultados cosechados nunca por el PSOE, su enfermiza obsesión fue cómo pasaría a los Anales. Por eso, el ministro más breve de la democracia, Maxim Huerta, se quedó a cuadros hace siete años cuando se acercó a presentarle su dimisión en la cartera de Cultura y Sánchez le espetó a bote pronto y casi sin mirarle: «¿De mí qué dirá la Historia?». A estas alturas, la calle de la que huye despavorido ha dictado veredicto. En su Retrato de Dorian Gray, Oscar Wilde sentencia que todo exceso conlleva su castigo, aunque se haga de rogar.

Si los romanos ante la depravación de sus Césares glosaban que el pescado comienza a pudrirse por la cabeza, era de cajón que Koldo García, el aizcolari al que Sánchez fio la custodia de los avales de su vuelta a Ferraz, era la cola del escualo cuyo caletre era Sánchez. En este brete, se entiende que, a diferencia de aquel París que era una fiesta para Hemingway, La Moncloa sea un velatorio para Sánchez cuando la férvida corrupción, con sus dos secretarios de Organización, Ábalos y Cerdán, camino del banquillo, junto a su «consuerte» y a su hermano, acecha su despacho y amenaza con el desalojo del complejo presidencial como colofón de una flamígera legislatura. Ciertamente, goza del auxilio de los bomberos-pirómanos que no pueden permitirse perderlo para exprimirle hasta la última gota de su debilidad, y que socorrerán al doliente doncel a fin de que subsista a sus quemaduras de primer grado cuando, al modo de «los diez negritos», de Agatha Christie, ya es «el último de la banda del Peugeot».

«¿De mí qué dirá la Historia?». A estas alturas, la calle de la que huye despavorido ha dictado veredicto

En esta encrucijada, se agrieta la dictadura silenciosa del PSOE. De hecho, se asiste al portento de mudos a los que birló las primarias con alguno de los pucherazos con los que cocinó su irrupción política arrancan a hablar y hay también ciegos que principian a ver entre ese coro de plañideras en las que descuella con desahogo la palmera María Jesús Montero. Después de poner sus manos en el fuego primero por su «tronco» Ábalos y luego por ese ejemplo que era para ella Cerdán, declara este domingo haciendo pucheros como Sánchez que se siente «profundamente traicionada, dolida e indignada». Ella que justificó el fraude milmillonario de los ERE andaluces y loó a sus dos principales condenados, Chaves y Griñán, mientras la sombra del agiotaje se cierne sobre su departamento.

Ahora bien, los psicópatas como Sánchez, aun sabiendo que van a la muerte política segura, pueden resolver hacerlo de una manera que ellos juzgan heroica, pero letal para sus países. Si ya Sánchez se amuralla y bunkeriza como Hitler en la película «El Hundimiento», también intenta sobrevivir manipulando la opinión pública como en el filme «El ministro de propaganda», donde el director alemán Joachim Lang, mediante un híbrido entre imágenes documentales y recreación actoral, disecciona el rol esencial de Joseph Goebbels en el nazismo hasta el punto de que, tras la debacle de Stalingrado, donde se certificó la imposibilidad de mantener dos frente abiertos en paralelo, es en sí mismo la principal división de un Hitler que lo designa sucesor. Con un ejército en retirada, propaganda descarnada por parte de quien desata «un infierno informativo» empujando, agitando y golpeando. Para ocultar la hecatombe contra los rusos, bajo el lema «¡El führer dirige! ¡Nosotros acatamos!», Goebbels logra la movilización total del pueblo alemán con tal éxito que se jacta de que, «si le hubiera pedido a un público tan bien amaestrado que saltaran por la ventana de un tercer piso, lo habrían hecho sin dudarlo». En ese ambiente de deleite, preludio de la catástrofe final, un turiferario le halaga los oídos contando que Aníbal, César y Napoleón se encuentran en el cielo. Allí Aníbal asevera: «Ojalá hubiese tenido un escuadrón de estucas en Italia», César añade «Ojalá en Germania hubiese tenido un par de tanques» y Napoleón remata: «Si hubiese tenido a Goebbels, seguro que a día de hoy nadie sabría que perdí la batalla de Waterloo».

No era para menos para quien -como el sanchismo-, luego de fijar un plan de censura, traslada a sus ayudantes que «hay imágenes que jamás pueden ver la luz» y que hay incrementar la producción de programas de entretenimiento en un 80%. «Pero será -añade- en los noticieros donde daremos el máximo produciendo espectaculares imágenes de combate (…) Mis nuevos propagandistas serán soldados que enviarán tomas llenas de creatividad porque el efecto es el todo». «Hacemos propaganda incluso desde el búnker», le comenta Goebbels a Hitler al entregarle el primer periódico para la defensa de Berlín.

Lo que toca es concentrarse en evitar que el inquilino de La Moncloa demuela el dique judicial para anular la separación de poderes y los jueces sean un apéndice del Ejecutivo

Frente a esta situación término, sólo la miopía o el egoísmo suicida de cierta derecha nubla puede agravarla con el tole tole de que Feijóo promueva una moción de censura condenada al fracaso y que alargaría la agonía al sanchismo a costa de España y de su democracia. Como le voceó Di Stefano, siendo entrenador del Valencia CF, a un guardameta manazas: «Che, los balones que vayan fueran déjalos salir». Empero, hay quienes pugnan porque Feijóo favorezca su estrategia del cuanto peor, mejor.

En «Tener y no tener», en la que Howard Hawks hizo debutar a Lauren Bacall junto a Humphrey Bogart y basada en otra novela de Hemingway, el borrachín que encarna Walter Brennan inquiere a su amigo: «¿Te ha picado alguna vez una abeja muerta?». Perplejo, le responde: «¿Una abeja muerta? Es imposible». «Claro que es posible -replica-. Hay que tener mucho cuidado con las abejas muertas cuando se las pisa descalzo. Pueden pinchar tan fuerte como estando vivas. Más si estaban enfadadas cuando las mataron». Confundiendo valor con sandez, algunos pretenden que Feijóo se descalce y camine sobre el aguijón venenoso de Sánchez cuando lo que toca es, entre otras cosas, concentrarse en evitar que el inquilino de La Moncloa demuela el dique judicial para anular la separación de poderes y los jueces sean un apéndice del Ejecutivo en línea con la perversión del Tribunal Constitucional (hoy «Casa Pumpido») y como obra culmen de los pucherazos con los que se encumbró en el poder partiendo del prostíbulo de su suegro.

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