Claves éticas en la financiación del desarrollo
Sevilla se convertirá en la capital mundial de la cooperación al desarrollo. Después de las anteriores cumbres de Monterrey (2002), Doha (2008) y Adis Abeba (2015), todos los agentes internacionales e intergubernamentales que intervienen en la cooperación al desarrollo han sido convocados para reflexionar sobre la gobernanza ética de la financiación para el desarrollo
España acogerá por vez primera una de las cumbres más importantes en cooperación al desarrollo. A pesar del bochorno ambiental y el clima de tensión militar que está condicionando la agenda, Sevilla se convertirá en la capital mundial de la cooperación al desarrollo. Después de las anteriores cumbres de Monterrey (2002), Doha (2008) y Adis Abeba (2015), todos los agentes internacionales e intergubernamentales que intervienen en la cooperación al desarrollo han sido convocados para reflexionar sobre la gobernanza ética de la financiación para el desarrollo. No se trata de un acontecimiento rutinario en tiempos de desconfianza del multilateralismo, donde los responsables de la cooperación analizarán la situación dramática en la que se encuentra la deuda que tienen muchos países empobrecidos, sino de un acontecimiento histórico que condicionará el futuro de 732 millones de personas en pobreza severa y 3.300 millones afectadas por esta financiación.
Además de acoger a los líderes políticos y económicos, Sevilla acogerá también a representantes de una sociedad civil activa que ha decidido participar significativamente en la cumbre. Aunque nuestra responsabilidad política será más limitada que la de los negociadores gubernamentales o financieros, no será menor como responsabilidad cívica porque nos sentimos herederos del empuje moral con el que Pablo VI revolucionó las relaciones internacionales cuando redactó la Populorum Progressio, y afirmó: «el desarrollo es el nuevo nombre de la paz». Desde aquella primavera de 1967, las relaciones internacionales y la geopolítica global pueden analizarse desde un punto de vista ético porque se sientan las bases de una Ética del desarrollo, la cooperación, los derechos humanos y las prácticas de humanización que resultan de intercambios comerciales globales.
Desde los primeros trabajos del profesor Denis Goulet, que diseña las bases antropológicas concediendo primacía a las necesidades sobre los deseos y deslindando la justicia exigible de la caridad posible, hasta Amartya Sen que define el desarrollo como capacitación para la libertad, ya contamos con criterios claros para tejer una ética mínima global que nos permita diagnosticar el nivel ético de la «ayuda oficial al desarrollo» (AoD).
Es probable que ninguna tradición ideológica pueda atribuirse tanta responsabilidad moral en el diseño, creación y aplicación de una Ética del desarrollo (ED) como la judeocristiana. Por eso, estamos llamados a continuar aquellas inquietudes con las que nació la ED y afrontar los retos que nos presenta esta conferencia. Lejos de nosotros cualquier planteamiento paternalista, colonizador o clerical porque buscamos, como quiso aquellos años Pablo VI, despertar a la sociedad civil global para que se mantenga vigilante por la gravedad de las desigualdades y active iniciativas locales que tejan los mimbres de una justicia global con los hilos de prácticas virtuosas de religación solidaria.
León XIV ha señalado la importancia del discurso con el que, con ocasión de la LVIII Jornada Mundial de la Paz y redactado por el Papa Francisco, arrancábamos el año 2025: «La deuda externa se ha convertido en un instrumento de control, a través del cual algunos gobiernos e instituciones financieras privadas de los países más ricos no tienen escrúpulos de explotar de manera indiscriminada los recursos humanos y naturales de los países más pobres, a fin de satisfacer las exigencias de los mercados».
En sus inicios, la ED buscaba la armonización del progreso técnico con el progreso social, y se llegó a plantear una clasificación de los países según los «niveles de desarrollo». Con el paso del tiempo, el desarrollo se planteó en términos ecológicos y llegó a llamarse «sostenible». Del antropocentrismo industrialista se pasó al cosmocentrismo ecológico, arrinconando el creacionismo samaritano de la Iglesia Católica. Ha tenido que ser en tiempos del Acuerdo de París sobre el cambio climático cuando el Papa Francisco se distancia del ambientalismo y promulga la encíclica Laudato Si’ (2015), promoviendo un «desarrollo integral» inspirado en el «cuidado integral de la creación».
Cuando hoy hablamos de «desarrollo humano integral» no lo hacemos como marco de análisis que ha resultado del individualismo liberal moderno, del materialismo socialista estatalmente planificado o de la pasión por la mano invisible. Lo importante para una ED no está solo en el progreso técnico, sino el criterio moral del mismo y, sobre todo, en algo tan obvio y olvidado como el humanismo integral: la centralidad descentrada del «ser humano-en-relación». Un criterio para reclamar un eco-desarrollo justo y, por tanto, una estrategia de financiación condicionada por horizontes de dignidad, subsidiariedad y solidaridad.. ¿Cómo plantear este horizonte para influir en la conferencia de financiación? ¿En qué medida la comunidad católica puede facilitar criterios, argumentos y propuestas para afrontar con responsabilidad solidaria la deuda? ¿Es una irresponsabilidad pedir la refinanciación o condonación? ¿Acaso una obligación de perdón ante el Jubileo de la esperanza?
- Agustín Domingo Moratalla es Catedrático de Filosofía Moral y Política y presidente de European Business Ethic Network (EBEN-España)