Ana Rivero, en El Debate
Entrevista
Ana Rivero, extaquígrafa en el Congreso: «El respeto en la Cámara se perdió con Patxi López de presidente»
Ya jubilada, la taquígrafa del Congreso publica su propio libro Luz y Taquígrafa, en el que a través de su experiencia personal como funcionaria narra la evolución del Parlamento en los últimos 50 años
Ana Rivero se ha pasado medio siglo de vida transcribiendo a mano la historia de España. Con un bolígrafo y una hoja en blanco como únicos recursos, ha sido testigo del golpe de estado de Tejero, del ocaso de la dictadura de Franco, del nacimiento de la Constitución, de la coronación de los Reyes Juan Carlos I y Felipe VI y de la investidura de siete presidentes. El Congreso de los diputados ha sido su casa; y su empleo, taquígrafa, –ese que heredó de su padre y que la acogió a la temprana edad de 21 años– llenó su día a día de anécdotas, momentos históricos y nuevos aprendizajes.
Ana se jubiló hace un año, y aunque cientos de tomos de los diarios de sesiones llevan su firma, la taquígrafa ha apostado por contar su historia, la del Congreso y, en definitiva, la de España, en un libro titulado Luz y taquígrafa (Plaza y Janés).
Los tiempos han cambiado, y ahora se cuenta con cámaras de vídeo y audio para ayudar en la tarea, pero antes, en el 1975 cuando ella empezó a trabajar de taquígrafa, solo existía la escucha activa y la rapidez a la hora de anotar lo orado por los diputados. 190 palabras por minuto. Y sin olvidar dejar registrados los gestos o murmullos imprevistos que siempre se dan en el hemiciclo. Un hito que se logra transcribiendo cada palabra con trazos únicos, en un idioma que solo entienden los taquígrafos y que Ana sigue empleando en su día a día para cosas tan nimias como hacer la lista de la compra. Su libro es la historia de España contada en primera persona a través de los diarios de sesiones y ahora, también, en su propio 'diario'.
Ana Rivero, en El Debate
–¿Cómo recuerda su primer día?
–El primer día, el primer año y el segundo año... ¡Horrorosos! Entraba y sudaba. Lo pasaba fatal. Porque claro, era un parlamento lleno de hombres y yo era muy joven: 21 años. No había internet como hay ahora, ni vídeo, ni audio. Entonces, cada vez que surgía una duda tenías que ir a consultar a la biblioteca. Cada compañera llevábamos una especie de archivo documental y yo llevaba todo lo relativo a Exteriores, porque me gusta mucho viajar, y así si salía un nuevo ministro o una palabra que no conocía, la apuntaba por si volvía a salir y saber bien cómo se escribía. Ahora entras en Google y lo tienes.
–Y al tercer año... ¡golpe de Estado!
–Yo vivía con mis padres en Chueca. Ese día me tocaba entrar a las 18:20 horas y me fui para allá con tiempo, sobre las 17:30-17:45 horas. Llegué y me metí al despacho de los taquígrafos, que está justo al lado del hemiciclo y tenía –y sigue teniendo– un reloj que cada cinco minutos hace 'plin' y te avisa del cambio de taquígrafo, que es cada cinco minutos. Entonces yo tenía mis cuartillas en la mano con mi bolígrafo y sonó el reloj y me fui para al pleno. Ya me tocaba entrar. En el recorrido por el pasillo ya vi a muchos guardias civiles corriendo, pero al llegar a la puerta veo que hay un guardia civil plantado que me dice que no puedo entrar. Yo insistí explicándole que tenía que hacerle el relevo a mi compañero y me dice: «Si entra, ya no sale». Me di la vuelta. Llego al despacho y le digo al jefe: «Oye, que no me dejan entrar» y ahí me explica que ya estaba al tanto. Al parecer los guardias civiles habían entrado por el lavabo de los caballeros de nuestro despacho sin saber dónde estaban y diciendo que venían porque había etarras en la tribuna de los oradores del Congreso.
–¿Oyó los disparos?
–Sí, de repente oímos: '¡Pum, pum, pum, pum!. Yo estaba sufriendo por Langa y mis pobres compañeros, que se tuvieron que meter debajo del escritorio. Nos dejaron incomunicados. No nos permitieron llamar a los familiares. A las dos horas aproximadamente nos dijeron que ya nos podíamos marchar. Ya había pasado todo. Pero yo me resistí pensando: ¿y cuando venga la autoridad competente quién va a recoger lo que diga?. Mi jefe me espetó: «Tú estás tonta». Y nada. Me fui a casa. Estaba tranquila. Pero oye, fue llegar a mi casa con mi padre y empecé a llorar y a llorar de la tensión.
Los guardias civiles del golpe de Estado entraron al Congreso por el lavabo de los caballeros de nuestro despacho sin saber dónde estaban
–Inimaginable... ¿qué otros momentos de verdadera tensión recuerda haber vivido?
–La pandemia. Fueron momentos también muy duros. Varios diputados tuvieron covid y pararon el pleno. Nos mandaron a todos para casa, pero yo había estado esa semana enferma con mucha fiebre y pensé que ya lo había pasado. Entonces, pensando que iba a haber muy pocas sesiones, volví para transcribirlas. Eran las de Salvador Illa dando el parte de Sanidad. De repente, empezaron a hacer grupos de trabajo y más grupos de trabajo y la única que estaba para trascribir era yo. Me tiraba fácil 12 o 13 horas diarias sin levantarme de la silla, sin comer. Fue muy duro. Acudía con unos guantes y una mascarilla que lavaba todos los días –los diputados no llevaban nada– hasta que otra compañera que sí había pasado la covid vino también. Luego ya vino la jefa del departamento, Gloria Canencia. Y las tres estuvimos organizándolo todo.
–Ha sido siempre muy responsable en su trabajo...
–Amo la taquigrafía y amo el Parlamento. La figura del taquígrafo o del redactor, como se llama ahora, es imprescindible. Si no estás presente, tu trabajo no vale para nada. La inteligencia artificial nunca sustituirá la labor de un taquígrafo. Hay que estar in situ porque la inteligencia artificial puede transcribir al minuto lo que escucha, pero luego ese texto hay que corregirlo, no está perfecto. Transcribe cosas que deben de omitirse, como titubeos. Y sobre todo porque pasan muchas cosas que la inteligencia artificial no detecta. Hay cantidad de gestos que nosotros recogemos en los textos finales porque tienen importancia. Por ejemplo, un diputado se encoge de hombros y otro le responde: «No, no haga eso, porque con eso no me contesta usted». Si no trascribes que se ha encogido de hombros luego en el papel ¿ese 'eso' qué es para quien lo esté leyendo a futuro?
-¿Recuerda algún ejemplo real en particular?
-Sí, muchos. Por ejemplo, en el debate de investidura de Rajoy, que se va y dijeron algunos cantando y con el gesto de la mano de decir adiós: ¡Adiós, Rajoy, adiós, Mariano!
-Y ¿qué ocurre con las subidas de tono y con los insultos que luego algunos piden retirar?
-Hace 30 años se sustituían los insultos por puntos suspensivos... y claro, cuando ibas a leer el diario de sesiones no entendías nada. Entonces llegó un momento ya con el presidente Posadas, que tanto mi compañera, la jefa de departamento, como yo pensamos: 'esto no puede ser' y iniciamos la batalla para que los insultos también quedaran escritos. ¡Nos costó! Las altas instancias no querían. Pero les hicimos ver que no transcribirlos iba en contra de la transparencia. Tenía que figurar todo. Entonces se decidió que cuando alguien llamaba filoterrorista, rojo, fascista... a otro tenía dos opciones. O se le pide al orador que lo retire, que casi nunca lo retira. O es el presidente del Congreso que tiene la potestad de retirarlo. Pero ya no se evita. Esa palabra se pone entre corchetes, se escribe con la letra tumbada, no redonda y se le pone una llamada a pie de página y ahí se pone: palabras retiradas por la Presidencia, de acuerdo con el artículo tal del Reglamento o si es el propio orador el que lo ha retirado: palabra retirada por el orador.
Ana Rivero, en la redacción de El Debate
- La política actual no es lo que era. Había más respeto... ¿cómo ha vivido el cambio?
- No te equivocas. En noviembre del 76 se aprueba la Ley para la Reforma Política que da paso a la Constitución. Sin esa ley no habría habido Constitución. Lees ese diario, que tiene casi 300 páginas, y no ves ni un insulto, todo lo contrario. Lo único que ves son aplausos, algún rumor. Es más, hay un procurador que incluso pide perdón por si ha expresado de forma muy elocuente su punto de vista. Ya en la Constitución, durante los primeros años de la Transición, Peces-Barba prohibió utilizar la palabra terrorista y rojo. Y a él le respetaban. Para mí Peces-Barba fue el mejor presidente que hemos tenido. Luego ha habido debates encendidos, en la época de Felipe González, por ejemplo, pero siempre con respeto.
-¿En qué momento se perdió el respeto?
-Yo diría que desde que fue presidente del Congreso Patxi López, al que llamo 'el Breve', porque duró muy poco. A Patxi se lo comían con broncas y broncas. Ana Pastor se las vio y se las deseó para que la respetaran. Ella misma puso un cartelito en el que decía: 'Señorías, les ruego que se comporten, porque esto que estamos hablando lo están leyendo ahora, lo van a leer dentro de diez años y lo van a leer dentro de 100 años. Y la imagen que vamos a dar es deplorable'. ¡Y es cierto! No contestan a las preguntas, todo son faltas de respeto...
Peces-Barba fue el mejor presidente que hemos tenido. Decía que había que convencer al rival, no anularlo
-¿A qué cree que se debe?
-Falta de respeto, polarización... que ellos mismos encienden. Peces-Barba decía que había que convencer al rival, que no eran enemigos políticos, que eran rivales y que había que convencerle, no anularlo. Y ahora van a anular al oponente con insultos, con malos modos y eso a la ciudadanía no le gusta, porque crea muy mal ambiente
-¿Con quién se quedaría como mejor orador?
-Todos los padres de la Constitución eran maravillosos. Y luego hay muchísimos: Carlos Solchaga, Garrigues Walker... que, por cierto, se me olvidó mencionarlo en el libro. A Garrigues Walker le sacaron del hospital cuando se estaba muriendo porque si él no votaba a favor de una ley, la ley no se aprobaba. ¡Le hicieron una ovación cuando entró! y al día siguiente se murió. Eran hombres de Estado.
-Ahora no parece que se peleen en la tribuna y después lo arreglen en el bar, como hacían antes...
-No, eso ya no pasa. Entonces había un bar dentro del Congreso que se llamaba el Bar Chicote, que es donde verdaderamente se fraguó la Constitución. Cuando había algún problema, se iban ahí a consensuar el artículo. Carrillo no iba. Fraga tampoco. Pero cuando había un problema, se veía a las primeras espadas que estaban negociando el artículo.
-¿Los peores oradores suelen coincidir con los que hablan más rápido?
-No, lo más importante es que se les entienda, que vocalicen bien, y que no sean confusos con sus ideas. En el libro hay una anécdota de una diputada muy simpática, Cristina Almeida, que para mí es fantástica pero tiene una verborrea que para el taquígrafo es horrorosa, porque es muy dispersa.
-¿La incorporación del pinganillo cómo os ha afectado?
-El pinganillo ya llevaba coleando muchos años en el Senado pero su uso en el Congreso, como fue una imposición política porque si no, no había legislatura, fue una locura. De la noche a la mañana nos llamaron a la jefa de departamento y a mí y nos dijeron que a la semana siguiente se iban a utilizar las lenguas. ¡Pero no había infraestructura! Había que trascribir lo que oyes y luego dejar el hueco para poner la transcripción que te manda el traductor. Es decir, yo estoy recibiendo catalán, vasco y gallego de una persona que me está diciendo que eso es lo que está diciendo el orador. Pero yo no sé si es cierto o no, hay que comprobarlo porque los traductores al igual que los taquígrafos a veces se equivocan y hay que cotejarlo todo. Eso de entrada suponía que ya el diario de sesiones no salía al día siguiente, como es lo estipulado. Además, los oradores te dicen una frase en castellano y dos en catalán... es un lío. Poco a poco se ha ido diseñando la mejor manera de trabajar y ahora sí que se sube a la web en tiempo.
-Entonces considera que en realidad no ha sido una buena decisión...
-Es una decisión política que había que implementar, pero con el cómo se ha llevado a cabo es con lo que no estoy contenta.
-¿Cuál cree que ha sido la mejor época de la política española?
-La transición. Fue una época muy bonita. Lo mejor del parlamentarismo lo hemos vivido nosotras. ¿Tú sabes la ilusión que había en el año 78?. Estábamos construyendo una España nueva y todo había que hacerlo, que cambiarlo. Y más con las mujeres. Ese es uno de los puntos en el que yo quiero hacer hincapié en el libro. Y es que he pretendido que el libro sea un reflejo de mi vida, pero a través de ella se vea la evolución del Parlamento y la evolución de los derechos de las mujeres.
Sufrí dos acosos sexuales en el Congreso
-Y se han logrado muchos...
-Sí. En el año 76 no éramos mayores de edad hasta los 25 años. Los chicos, a los 21 y las chicas, a los 26. A finales de los 70 bajó la edad. Si tú estabas casada, no podías comprar o vender. Necesitabas la ayuda de tu marido... Yo no podía entrar en el pleno con unos pantalones y un verano ¡me llamaron la atención por llevar un escote de lo más discreto! Aquello era un parlamento de hombres, no como ahora que hay equidad. Yo pasé por dos acosos sexuales que cuento en el libro...
-Los denuncia ahora...
-Sí, no me atreví entonces. Yo era funcionaria, no tenía por qué haber tenido miedo, pero me acojoné. Hace 40 años la culpa la tenías tú siempre: por provocar, por tomarte un café con una persona... la culpa era tuya. Yo estaba soltera y tardé muchísimo en superarlo pero lo logré gracias a mi hermano. Uno de mis hermanos me pudo librar de este señor. Y el segundo acoso fue hace 20 años, con una persona muy importante. Uno está muerto, el otro vive. Pero no voy a decir nombres, bastante hago con describir la situación. Por todo esto, cuando a mí me cuentan ahora que alguna amiga de mis hijas no va a ir a votar ¡me pongo histérica! porque pienso: ¿tú sabes lo que nos ha costado conseguir el voto? Pero es que claro, cada legislatura está siendo un peldaño hacia abajo. Y los jóvenes están desencantados.
-¿Y no cree que haya forma de subir de nuevo escaleras arriba?
-Sí, con un pacto de respeto entre los políticos. Por supuesto que cada partido político y cada grupo tendrá sus diferencias. Pero hay muchísimos temas comunes que nos afectan a todos y con los que hoy deberían de ponerse de acuerdo como por ejemplo la vivienda, la educación, la sanidad, las carreteras... Ahí no puede haber ni debería haber partidismo. La Constitución se logró porque todo el mundo cedió. Desde Carrillo hasta Fraga. Todos cedieron.