Desde la retaguardiaMiquel Segura

Margalida Socías Cañellas

El hombre, con su dolor a cuestas, ha tenido que luchar durante años con burócratas y politicuchos de tres al cuarto

Margalida Socías Cañellas era el prototipo de la mujer poblera - de Sa Pobla- que sustentó el tejido familiar, social y económico de un pueblo al que diversas circunstancias asomaron al abismo tras haber sido la despensa de Mallorca en los oscuros años de la posguerra. Margalida, como tantas mujeres fuertes de su generación, trabajaba en el campo con el vigor de sus brazos, vestida con la típica bata azul de las marjaleres. Su esposo, agricultor cooperativista y, más tarde, empresario de éxito, supo siempre que aquella mujer era el pilar de su hogar y sus negocios. Yo la recuerdo, callada y discreta, recia como un roble, siempre al lado de su marido para lo bueno y para lo malo, que de todo hubo.

En la segunda década de este siglo, cuando el matrimonio Caldés-Socías tenía ante sí el horizonte de una espléndida y fructífera madurez, Margalida enfermó de cáncer. Luchó contra el mal con la determinación con la que había hecho frente a tantos avatares. Y con fe. Pero no pudo vencer a la terrible enfermedad y murió un triste día del año 2014. Desde entonces, su esposo ha vivido solo con la ilusión de perpetuar su memoria. Por eso proyectó donar un solar al ayuntamiento para que allí se construyera un centro escolar. Sólo puso una condición: que llevara el nombre de Margalida.

Contrariamente a lo que pueda parecer, su empeño chocó con mil dificultades. Surgieron las envidias, los rencores y las maniobras políticas en la oscuridad. El hombre, con su dolor a cuestas, ha tenido que luchar durante años con políticos y politicuchos de tres al cuarto que, con buenas palabras, invocaban la lentitud de la Administración para prolongar el proyecto, que quedaba una y otra vez en el aire. Los avances fueron lentos y las zancadillas muy frecuentes.

Ahora resulta que la «comunidad educativa de Sa Pobla» pone en cuestión la «idoneidad» de la denominación elegida, que fue condición 'sine qua non' del generoso donante desde el principio

Finalmente, llegó el día de la colocación de la primera piedra, que marca el inicio de las obras de un centro escolar a la altura de las aspiraciones de las familias de sa Pobla, que veían como sus hijos e hijas eran escolarizados curso tras curso en barracones provisionales.

El alcalde del lugar parecía satisfecho, como si el hito que marcaba el acto hubiese surgido de la tenacidad, entusiasmo y capacidad de trabajo de su grupo político. Estaban ahí la presidenta Prohens y el conseller Vera, que son quienes de verdad han dado el empuje decisivo a un proyecto que hasta esta legislatura dormía en los oscuros cajones de los burócratas.

Siendo benévolo, escribiré que la presencia de los mandamases socialistas y meseros, revoloteando como moscas en torno a las autoridades, me pareció patética. El donante del solar lo explica a quien se le ponga por delante: «al menos Prohens ha cumplido su promesa, antes no hubo más que palabras». El centro escolar será una pronta realidad y llevará el nombre de Margalida Socías.

Pero la lucha no ha acabado. Ahora resulta que la «comunidad educativa de sa Pobla» -¿qué será eso?- pone en cuestión la «idoneidad» de la denominación elegida, que fue condición sine qua non del generoso donante desde el principio. Alguien sigue moviendo los hilos para destrozar la ilusión de esta familia. ¿Los motivos? La ruindad de siempre, el río de rencor que discurre todavía por el subsuelo pobler.

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