El último boomer
« Del odio al anciano con coartada intelectual se dio paso al etiquetado de todo aquel que no piense como uno mismo»
Hasta hace poquito, quizá dos o tres años, el término ‘boomer’ se utilizaba de vez en cuando, casi siempre en aisladas noticias estadísticas o de opinión sobre algún asunto, describiendo sencillamente al segmento de población nacido con la explosión demográfica que en España tuvo lugar años después de la guerra civil, y cuyo fin se suele determinar a finales de los 60, aun con ciertas oscilaciones. En aquellas informaciones, tal denominación aparecía de forma neutra. Es entonces, poco después de la pandemia, cuando en la red social X (antes Twitter) comienza a usarse el término de forma despectiva.
‘Boomer’, junto a la expresión ‘ok boomer’ pasa a equivaler a un desprecio hacia las actitudes de personas mayores hacia la política. Pero también hacia el hecho de que, por su edad y características, suelan tener un piso en propiedad y una pensión. El término denota anquilosamiento, como si estos ancianos fueran la causa primera y final del estado de las cosas de forma intencionada, impidiendo el paso de una renovación social y económica con sus ardides, fruto de un plan preconcebido. Si ya teníamos la guerra de sexos, o la guerra de la anti-España contra España, aparecía otro nuevo campo de batalla: la guerra intergeneracional.
En ella aparecen rasgos de las anteriores, ya que el boomer siempre es un hombre mayor, y su modo de vida remite a la burguesía tardofranquista, última reminiscencia de la unidad de España en el campo económico y social. El titulillo tuvo tal éxito que ‘boomer’ dejó de llamar a la generación concreta en exclusiva, para pasar a concebirse como una disposición o talante ante la vida que también podía englobar a gente nacida en los 70 u 80, es decir, a los agrupados como ‘Generación X’ y ‘Generación Y’. Al poco, el término ya se usaba como crítica a cualquier cosa que hiciera alguien de más de 30 años. Hoy día se dirige hacia su vacuidad, como otras palabras comodín, al estilo de ‘fascista’, ‘machista’ o ‘negacionista’, propias para el señalamiento. La pueden emplear jóvenes contra mayores, pero también un cincuentón o sesentón contra alguien más joven que él. Lo ‘boomer’, al parecer, se lleva en el corazón.
De esta forma, del odio al anciano con coartada intelectual se dio paso al etiquetado de todo aquel que no piense como uno mismo. Este vocablo woke ha triunfando donde no lo han hecho otros, pues traspasó las fronteras de derecha a izquierda, y es usado indistintamente por unos y otros. Aquellos que advertían sobre la corrección política, pasaron a emplearla también en este caso, sin percatarse de que daban el salto al lado oscuro. La expresión siempre remite, de una forma u otra, al aborrecimiento a las personas de cierta edad mental o física, que tienen la mala costumbre de desear una vida tranquila con piso o pensión.
Con la religión demolida, la familia destruida y la unidad de la patria hecha ciscos, faltaba dar la puntilla a un modo de concebir el país como posibilidad de crear un hogar, llegar a viejo, tener una tercera edad apacible y dejar una herencia a tus hijos. Y a semejante golpe se han abonado todos, izquierdistas y derechistas liberales, mostrando, una vez más, que son la cara de la misma moneda.
Con el último ‘boomer’ se nos irá el recuerdo de que fue posible una España unida, tranquila y próspera. Con pensión y piso propio, quizá incluso más de uno. Tras su adiós, otra palabra nos enfrentará a unos con otros. ¿Cuál será? Seguramente aquella que denoste a los españoles autóctonos, siguiente trinchera para desguazar el sistema ante la mirada impávida y cobarde de sus propios habitantes.