Restaurantes y bares de tapas: morir de éxito
¿Cómo es posible que pueblos de Mallorca en los que había una auténtica chef en cada casa vayan a convertirse en consumidores de alimentos pre cocinados para llevar?
El pasado domingo cerró por fin de temporada un templo de la gastronomía mallorquina. Me refiero al restaurante Los Patos, sito en s’Albufera, que volverá a abrir sus puertas el próximo 1 de marzo, tras unas importantes obras de reforma. La jornada dominical de despedida -temporal, claro está- fue una fiesta de parroquianos, amigos y conocidos de la familia Font que no quisieron desaprovechar la última oportunidad que les deparaba el declinante 2025 de saborear unos platos típicamente mallorquines -incluso locales- que difícilmente podrán encontrar en otros establecimientos.
Pero Los Patos -cómo algunos otros esparcidos por la Part Forana- es un caso aislado. Al finalizar una temporada que ha sido buena -aunque no tanto como la del 2024, debido, entre otras cosas, al alza de los precios- no son pocos los restauradores y, especialmente, los que regentan bares de tapas y casas de comidas, que te confiesan con la boca pequeña que no saben si, tras el parón invernal, volverán a abrir sus establecimientos. «Nos estamos muriendo de éxito», te dicen, con una amarga sonrisa en el semblante.
En Sineu, por ejemplo, han cerrado unos cinco establecimientos de este tipo y otros se han traspasado. Este año -te cuentan- han tenido que bregar duro debido a la falta de personal cualificado. Camareros y cocineros se les iban en plena temporada seducidos por ofertas de la competencia o- simplemente- porque se confesaban incapaces de aguantar el ritmo de trabajo trepidante que exigía el momento. Esa presión la han notado también los propios empresarios, especialmente en aquellos establecimientos regentados en modo familiar.
«Un empresario del sector me dijo que las grandes superficies dedican un espacio preferente a la sección de comidas preparadas. ¿Por qué? 'Porque es el futuro que viene'»
El aumento de impuestos por parte del gobierno central, así como las trabas burocráticas y las dificultades de gestión que imponen las últimas directrices de Hacienda, están actuando asimismo como un factor negativo a la hora de decidir si realmente vale la pena continuar con un negocio que te convierte prácticamente en un esclavo para que, al echar cuentas, resulte que la tajada del león de los beneficios se la lleva un Estado en exceso voraz con una política fiscal casi confiscatoria, padecida de manera muy especial por empresarios pequeños y medianos.
Hay otros con mentes especialmente lúcidas que te hablan de levantar el pie del acelerador ante las expectativas que vislumbran a corto y medio plazo. Un empresario del sector con el que almorcé el pasado fin de semana me dibujo una visión del futuro que yo, sinceramente, no hubiese sido capaz de atisbar. «Fíjate -me dijo- que las grandes superficies que abren en distintos pueblos y ciudades dedican un espacio preferente a la sección de comidas preparadas. ¿Por qué? Pues, sencillamente porque es el futuro que viene».
Es un dato muy importante y revelador. ¿Cómo es posible -se pregunta uno- que en pueblos de Mallorca en los que en cada casa había una auténtica chef, vayan a convertirse en consumidores de alimentos pre cocinados? Pues, sencillamente, porque se nos va la generación de madres y abuelas que eran capaces, todos los domingos y fiestas de guardar, de preparar una gran comida para toda la familia, cargando ellas solas con los trabajos previos y posteriores que comporta un banquete para doce, quince personas, o más.
Y las -o los, no vayamos a liarla- que deberían sustituir a esta generación no están por la labor. Se añorará el sabor de la paella o los escaldums de la abuelita, e irán a buscarlos a las grandes superficies o establecimientos especializados. Es lo que habrá, y bien que lo siento.