La verónicaAdolfo Ariza

El affaire Fiducia supplicans

Actualizada 05:00

La polvareda levantada en torno dos cuestiones concretas de la Declaración Fiducia supplicans del Dicasterio para la Doctrina de la Fe me ha recordado algo de lo que comentaba el joven teólogo Joseph Ratzinger, en su libro Introducción al Cristianismo, con respecto a la dificultad que supone «hablar de la fe cristiana a gente que ni por vocación ni por convicción conoce desde dentro la temática eclesial».
En lo que pueda tener de victoria para algunos y de derrota para otros, en lo que atañe a los dos presumibles y complejos casos de bendiciones (con sus consabidas condiciones) echo en falta alguna que otra consideración – por no decir fundamento o razón última – que brilla por su ausencia.
Entiendo que lo propio que esperaría el que perdiese su tiempo leyendo estas líneas es que me «mojase» tratando de emitir un juicio con respecto a la Declaración o un comentario con respecto a lo que viene siendo su recepción, tratando de abarcar y juzgar todos los pronunciamientos desde el amplio abanico de posturas. -¡Siento defraudar al que espere ese dato preciso! Y, sin embargo me gustaría proponer el pasaje de una novela que en estos días he vuelto a releer y desde la que en el fondo creo que se puede encontrar una cierta parábola aplicable al affaire Fiducia Supplicans. El relato verdaderamente es una conversación entre una joven periodista - Dana Agdala - y un ya curtido sacerdote - el Padre Smith -. Por el mismo desenvolvimiento de la conversación creo que se deja entrever mi postura que, de forma lógica, es fácilmente identificable con la del Padre Smith.
La señorita Dana Agdala, autora de Desnuda y sin vergüenza - doce mil ejemplares en Reino Unido y veinte mil en América – pregunta al Padre Smith: -«¿Cree usted realmente en todos los absurdos del bautismo y la pureza y el parto Virginal? ¡Amigo mío, todo está en contradicción con la ciencia y la obstetricia modernas!».
El Padre Smith: -“Mi querida señorita creo en todos esos absurdos del bautismo y la pureza y el Parto Virginal por la misma razón que creen en ellos todos los católicos del mundo: porque Dios nos lo ha revelado como cosas ciertas y no creerlo equivaldría a llamar embustero a Dios. Y creo en todo eso por los métodos más simples: en primer lugar, por obediencia, porque Dios nos manda creer en esos dogmas; y, en segundo lugar, por lógica, porque nada más lógico que suponer que Aquel que da luz a las estrellas y hace girar a los planetas e impulsa las mareas pueda superar la limitación que él ha impuesto a sus movimientos. Es natural que Aquel que creó el cielo pueda imponer sus propias condiciones para entrar en él, del mismo modo que es natural que el que ideó la matemática de la procreación y reproducción de la especie pueda saltarse el primer escalafón de sus fases si así lo desea. El milagro de la norma y el orden es tan milagro como la suspensión de esos mismos orden y norma. Y, en cuanto a la pureza, mi querida señorita, también es asunto de Dios, desde el momento en que hizo que nacieran así los niños y no las margaritas.
Miss Agdala: -«Mi querido Padre, realmente es usted un perfecto caso de sublimación. ¡Espectros de Freud y espíritus de Jung! Pero ¿cómo resuelve usted el problema sexual? Ya le digo yo que la religión es sólo un sustitutivo de la sexualidad. Además de que de nada sirve luchar contra la naturaleza. La gente ha de ser leal a su composición química. […] Además, he de decirle de un modo categórico que no creo en las inhibiciones».
El Padre Smith: -“Sólo en las inhibiciones, ¿no es eso? Bien, pues permítame que le diga que Cristo vino a este mundo precisamente para enseñar a los hombres cómo luchar contra toda esa química, como usted la llama, del deseo y del amor propio. A través de todos los siglos, la Iglesia de Dios ha trabajado y orado por ese solo fin: persuadir a los hombres de que deben obedecer a Cristo; su misión ha sido, es y será siempre un esfuerzo inmenso a cambio de un pequeño esfuerzo: conmover, amenazar, discutir y suplicar a los hombres para que procuren corresponder a la gracia santificante. Llame usted si quiere inhibición a la práctica de esta disciplina. En tal caso, no hay una sola inhibición sino varias, porque Cristo pide a los hombres que se aparten del crimen y del latrocinio lo mismo que de la impureza. La Iglesia Católica, sin embargo, da otro nombre a esa obediencia, porque es un sacrificio que hace santos.
Miss Agdala: -«Pero ¿quién quiere ser santo hoy en día?».
Padre Smith: -«No se trata de lo que queramos nosotros, sino de lo que quiera Dios. Dios quiere que nosotros queramos ser santos».
Miss Agdala: -“Amigo mío, es usted un masoquista, ni más ni menos. Al igual que las tres cuartas partes de la humanidad, usted está convencido de que un acto ha de ser forzosamente malo si resulta agradable y de que la virtud consiste en torturarse a sí mismo. El paganismo es la única filosofía verdadera, corriendo despreocupadamente a lomos desnudos por las doradas arenas del tiempo, yaciendo con bellas ninfas en los claros del bosque, porque sólo cuando se ha sido impuro se es puro, ya que entonces y solamente entonces puede liberarse uno de sus hormonas.
El Padre Smith: -«¿Ya se da usted cuenta de la enorme cantidad de disparates que está diciendo?».
Miss Agdala: -«No me importa que la gente me tome por una loca adoradora de Pan, además, no soy yo la loca, sino usted, por seguir creyendo en esa trasnochada fábula del cristianismo. Lea a Bertrand Russell […] nosotros, los escritores modernos, hemos desvanecido los viejos mitos».
El Padre Smith: -«Quizá no haya leído usted a sus contemporáneos tan inteligentemente como se figura. […] Le diré por qué. Hay dos clases de agnósticos: los que lamentan no poder creer en la revelación pues comprenden su belleza y su justicia; y los que se alegran de no necesitar creer en ella, porque así pueden matar, robar, oprimir y lujuriar sin temor a ser castigados cuando mueran. A mi entender, la mayoría de los autores modernos dignos de mérito pertenecen al primer grupo».
Miss Agdala: -«Dirá usted lo que quiera, pero el cristianismo ha sobrevivido a su utilidad».
El Padre Smith: -«Por el contrario, el cristianismo aún no ha empezado a vivir su utilidad y dudo que llegue a hacerlo, porque Dios no lo ha prometido nunca – dijo el Padre Smith».
Moraleja:
Mal van las cosas cuando una especie de agnosticismo real pero encubierto prescinde de Dios y su mensaje para el hombre aun contemplando su belleza y su justicia.
Mal van las cosas cuando del cristianismo, única y exclusivamente, hacemos un utilitario en el que basar determinados valores e ideales.
Mal van las cosas si hablamos de pretendidos derechos y de normalización de determinadas prácticas y no hablamos de santidad.
Mal van las cosas cuando de nuestros planteamientos y conversaciones hemos hecho desaparecer la palabra “gracia santificante.
Mal van las cosas cuando se pone en duda «el que un pecador se remonte a la práctica de la virtud es prueba mucho más contundente de la gracia de Dios, que no prueba de la inevitabilidad de la victoria satánica el que un hombre virtuoso caiga una o dos veces en el pecado» (también del Padre Smith el entrecomillado).
Para más señas ver la irrepetible obra de Bruce Marshall, El mundo, la carne y el Padre Smith.
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