La verónicaAdolfo Ariza

Perder la fe en la política

Actualizada 05:00

No hace mucho tiempo leía, en un informe sobre la juventud española de la Fundación SM, que la religión para un joven español tiene menos importancia que otras dimensiones de la vida cotidiana: familia, salud, amigos, trabajo, bienestar. Sólo la política es lo único que interesa menos. Para más colmo, es posible que ese joven haya sido advertido en un determinado momento o que haya razonado con estas o semejantes palabras: -«Me advirtieron de que perdería mis ideales y empezaría a creer en los métodos prácticos de los políticos». A lo que el hipotético joven se cuestionará: ¿Realmente eso mismo ha podido sucederle a alguien a de día de hoy?
Es obvio que el joven de hoy ha perdido la fe en la política – no entro aquí en la cuestión de la religión –; por lo que se podría hablar de un perder «la antigua fe infantil en la política práctica». Claro que quien llega a reconocer esa pérdida es alguien que sigue «tan preocupado como siempre por la batalla del Día del Juicio y mucho menos por las elecciones generales».
Ahora bien, ¿es recuperable esa fe? También es obvio que en principio no hay precisamente muchos factores favorables y que, si de nadar se trata, es a contracorriente. Para empezar – ante esta pérdida de la fe en la política, tal y como se entiende hoy la política – hay que volver a descubrir un principio no muy evidente también en los tiempos que corren: «[…] las cosas comunes a todos los hombres tienen mayor importancia que las peculiares de cualquier hombre». En una palabra: «Lo ordinario tiene más importancia que lo extraordinario, y lo que es más: es más extraordinario».
Puede que nadie o casi nadie - ningún joven o casi ningún joven – llegue a preguntarse:
«¿De dónde se ha sacado la gente la idea de que la democracia era en cierto sentido opuesta a la tradición?». Y, sin embargo, sin tradición difícilmente se evitará el sometimiento a esa «oligarquía reducida y arrogante que sólo por casualidad sigue hollando la tierra». Es un hecho que «la democracia nos enseña a no despreciar la opinión de un hombre válido, aunque sea nuestro caballerizo»; pero también es un hecho esencial que «la tradición nos pide que no la despreciemos, aunque sea nuestro padre».
Puede que se recupere la fe en la verdadera política cuando se redescubra que «el primer principio de la democracia» dice que «lo esencial en los hombres es lo que tienen en común y no lo que los separa». Se recuperará si alguien, al menos, se da cuenta de que «las cosas más importantes», como «la crianza de los hijos» o «las leyes del Estado», «conviene dejárselas a las personas normales». Que quede claro: «En esto consiste la democracia, y eso es lo que he creído siempre». Además de que hay «tradiciones de libertad muchos más antiguas» que el Socialismo como sería el caso de la familia o el gremio.
Se volverá a creer en la política si se asienta esa «Arcadia» en «la ética del país de los elfos». En esta curiosa ética «cualquier virtud radica en un ‘si’» y la verdad «depende siempre de un veto». Allí «los dones colosales dependen de una pequeña cosa que se niega» y «las cosas más descabelladas dependen de una prohibición». «En el país de los Elfos», la felicidad depende de «no hacer algo que se puede hacer y que, con frecuencia, no está claro por qué no se debe hacer». La clave está en que esto no parezca injusto. De ahí que alguien dijera en su momento: -«Por esa razón (que podemos denominar ‘la filosofía del hada madrina’) nunca pude compartir con la juventud de mi tiempo eso que llamaban el sentimiento general de rebeldía». Además de que los hipotéticos revolucionarios – confiando únicamente en las fuerzas económicas o en la ciencia – se han visto «atrapados por el materialismo».
Se recuperará la fe en la política cuando, ojo avizor, se perciba que «el escepticismo lleva a la mayoría a la alabanza del éxito material, con sus consecuencias, la corrupción y cobardía de la prensa de la política, […] y la parálisis de todo esfuerzo por mejorar». Es triste abandonar «la tarea ardua de hacer que los hombres buenos tengan éxito por la tarea mucho más fácil de convertir a los hombres de éxito en buenos».
Para más señas, véase Gilbert Keith Chesterton – un tipo que llegó a reconocer que el día que dejó los cuentos de hadas en el cuarto de juegos ya no volvió a encontrar libros tan sensatos - en su obra Ortodoxia.
Comentarios

Más de Córdoba - Opinión

Córdoba - Opinión

La celosía

tracking