De este agua no beberéRafael González

Más que 192 muertos

Actualizada 18:15

En la reflexión que la mayoría de los analistas realizan sobre el atentando del 11-M hay un punto de coincidencia provenga esta del periodismo o de la observación netamente política: España se rompió, y de manera definitiva, hace 20 años. No solo porque ese atentado aupó en el Gobierno a unos verdaderos enemigos de la nación que han seguido desde entonces picando la piedra de los cimientos de la convivencia y la democracia hasta el actual escenario de nefanda amnistía, sino porque los españoles comenzaron a tirar la toalla desde que cambiaron su voto en aquel aciago mes de marzo de 2004 y prefirieron no pensar y abrazar la posmodernidad mefistofélica que impulsó Zapatero, el de la Champions League. Un país que, desde una mitad, prefirió criminalizar a la otra mitad en vez de exigir explicaciones y responsabilidades de por qué le habían robado su soberanía con las bombas de aquellos trenes. Achantados en sus complejos y miedos los unos, embravecidos y con todos los altavoces los otros.
España, desde entonces, ha vivido cada vez más encanallada, más perdida, más polarizada. La clase política vio en esa renuncia a exigir la verdad la oportunidad para ampliar sus privilegios. Total, los españoles lo soportan todo. No hace mucho, durante la pandemia los políticos refrendaron esa actitud cuando nos encerraron inconstitucionalmente y nos vacunaron sin las garantías sanitarias suficientes, instaurando un carné de acceso a los establecimientos públicos y a la libre circulación que ríase usted de la inconstitucionalidad de la ley de amnistía. Y tragamos, vaya si tragamos.
Ha habido disidentes, sí. Pero también están criminalizados o tachados de locos. Ayer mismo, sin ir más lejos, se volvía a insistir en ridiculizar a los que no tragaron nunca la versión oficial sobre el atentado como se señala aún a los que no quisieron vacunarse contra el virus de marras. España es un relato único narrado por sicofantes, lleno de chivatos y acusicas, de ofendiditos y vividores. Tanto vale para la mayor masacre terrorista como para saltarse a la torera la Constitución.
Lo que más recuerdo de hace 20 años es la indignación que sentí por la cobardía mostrada ante las urnas y por la sumisa actitud de tanto miedoso ante la manipulación política de los hechos. Yo era entonces un padre recién estrenado y temía que mi hijo creciera en un país muy diferente al que yo disfruté.
Ahora lo que más me indigna es saber que llevaba razón. Y que aquel día hubo mucho más que 192 muertos. El destrozo aún se padece.
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