El rodadero de los lobosJesús Cabrera

Tristes casitas tristes

Han proliferado como hongos para tranquilizar la conciencia de quienes dicen vivir la Navidad pero sin intentar siquiera adentrarse en la misma

Actualizada 04:30

La tradición manda que en este puente de la Inmaculada se rescaten las cajas del altillo o del trastero para decorar las casas, para poner el Belén, para llevar a cada hogar el auténtico espíritu de la Navidad. Los comercios romperán los plazos establecidos, los ayuntamientos competirán por ver quién absurdamente le da antes al botón del alumbrado, pero las fiestas navideñas arrancan cuando cada uno quiere que arranquen, no cuando lo ordenen otros.

El consumismo que tanto daña los valores de toda sociedad ha implantado también sus modas para que cada año se celebre la navidad con una decoración distinta y pasando antes por caja, claro. Un año se llevan los dorados y al siguiente los plateados, también forzarán la moda de los cuadros verdes y rojos o los estampados más inverosímiles.

Como estamos inmersos en una inercia que nos lleva de un lado a otro y a la que respondemos con obediencia lanar, no percibimos los cambios que nos cuelan en lo que otros entienden que es la Navidad. Con observar sólo un poquito se dará uno cuenta de que cada vez son más difíciles de encontrar los elemento puramente navideños.

Cada año proliferan más los elfos, los soldaditos del Cascanueces, los renos y mil elementos más que, a la postre, son tan absurdos y tan poco arraigados como una zambomba jerezana en la Quinta Avenida, que llamará la atención por lo exótico, pero nada más porque no emocionará a nadie.

Si uno se da un paseo por los puestos que hay en las Tendillas, aparte del instalado por la hermandad del Calvario para la venta de esas maravillas de dulces conventuales, en el resto cada año se reduce el espacio a lo puramente navideño. Si uno busca un portal, unos pastorcitos o el puente para el río verá que cada vez se venden en menos puestos.

En cambio, lo que gana espacio son los objetos inanimados, fríos, cuya única relación con la Navidad son unos copos de supuesta nieva que han esparcido por encima. Dicen que dan mucho ambiente. Según. Ahora, donde se encuentran los belenes de verdad, los que tienen todos sus avíos, es en los chinos. Quién lo iba a decir.

Entre ellos destacan cada vez más unas casitas que carecen de encanto alguno y que si uno las ve a la carrera y no se fija mucho en ellas puede pensar que son para decorar el Nacimiento, para arrimarlas al lado del castillo de Herodes o para poner en su puerta al panadero o a la mujer friendo huevos. Pero no, no es así. Su objetivo es el de servir de sucedáneo cutre del Belén para todos aquellos a los que les da vergüenza hacer lo que hicieron de niños: preparar la mesa, modelar las montañas con papel recio, hacer el río con platilla y llenarlo todo de pastores, Reyes Magos, soldados malos, ovejitas, algún pavo y, en su centro, el Misterio, con su San José, la Virgen María, el Niño Jesús, la mula y el buey.

Casitas de decoración en un puesto navideño

Casitas de decoración en un puesto navideñoJC

Estas tristes casitas tristes de estética centroeuropea están ya por todos lados y uno se las encuentra desde el restaurante donde es la cena de empresa al escaparate de la tienda de la esquina. Han proliferado como hongos para tranquilizar la conciencia de quienes dicen vivir la Navidad pero sin intentar siquiera adentrarse en la misma. Es querer y no poder, amagar y no dar, aparentar en definitiva lo que no se es.

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