
Mario Vargas Llosa
¿Pudo la mala relación con su padre influir en los fracasos matrimoniales de Vargas Llosa?
El literato recientemente fallecido tuvo una vida amorosa tan agitada como poco ejemplar. Y en la raíz de todo ello pudo estar, según algunas investigaciones recientes, la mala relación con su propio padre
Corría el verano de 2007 cuando Mario Vargas Llosa publicaba un artículo de opinión titulado La sombra del padre, con el que iba a glosar un libro, entonces recién publicado, del periodista Juan Cruz. Como narrador excepcional que era, maestro especialmente ducho en el arranque de sus escritos, el autor hispano peruano iniciaba su pieza con una confesión personal: de niño, había tenido una pésima relación con su padre.
«Tuve una relación desastrosa con mi padre, y los años que viví con él, entre los once y los dieciséis, fueron una verdadera pesadilla», afirmaba. «Por eso siempre envidié a mis amigos y compañeros de infancia y adolescencia, que se llevaban bien con sus progenitores y mantenían con ellos, más que una relación jerárquica de autoridad y subordinación, de cariño y complicidad», añadía.
Incluso relataba la envidia que sentía en su adolescencia al ver la buena relación que algunos de sus compañeros, «como el flaco Ramos», tenían con sus padres.
«Probablemente desde esa época se me ocurrió pensar que una buena relación con el padre debe dejar en quienes la viven algo positivo en el carácter, tal vez eso que llaman buena entraña», remarcaba.
Una turbulenta vida amorosa
Lo que Mario Vargas Llosa no sabía, o no decía en su artículo, es que, si una buena relación entre padre e hijo puede generar esa «buena entraña», una tan conflictiva como la que él había sufrido podía influir de manera determinante, y para mal, en el modo tan turbulento, e incluso turbio, con que terminaría por vivir sus propias relaciones amorosas.
Relaciones que incluyeron un matrimonio, siendo aún menor de edad, con su tía 14 años mayor que él, un divorcio, un nuevo matrimonio con su prima hermana Patricia, del que nacerían sus tres hijos, numerosas amantes, un divorcio en la senectud, un noviazgo (ya octogenario) con Isabel Preysler, una nueva ruptura y una reconciliación con su exmujer Patricia poco antes de morir.
Y, lo supiera o no Vargas Llosa, todos esos vaivenes afectivos pudieron verse condicionados por la mala relación con su padre, pues según varias investigaciones recientes, un vínculo viciado con el progenitor influye negativamente en las relaciones románticas que se tienen de adulto.
La influencia del vínculo paterno
Uno de estos estudios, realizado por investigadoras de la Universidad de Iowa y publicado el pasado agosto por la Asociación Americana de Psicología, examinó cómo la crianza severa por parte del padre durante la adolescencia media «impacta en el comportamiento individual en la adolescencia tardía y en las interacciones de pareja en la adultez». Esto es, que cuando la actitud del padre es dura y distante, las interacciones de pareja «tienden a ser mucho más conflictivas en el futuro», y propician tanto la promiscuidad como la infidelidad.
A este informe habría que añadir otra reciente investigación de la Universidad Estatal de California, que encontró cómo la relación padre-hijo en la infancia incluso «predice de forma muy significativa» la calidad de las relaciones afectivas en la vida adulta. Con especial incidencia en los varones, por cierto.
En el caso del escritor, él mismo confesaría que la violencia y el maltrato que su padre le infligió a él y a su madre le sirvieron para retratar algunas de las escenas más sórdidas y terribles de sus obras, y que la célebre figura del esclavo de La ciudad y los perros se inspiró en sus propias vivencias.
Consecuencias de la ausencia paterna
Y no es sólo una cuestión de conflictos. Tener un padre vivo, pero ausente, como fue el caso de Vargas Llosa, tiene también repercusiones emocionales: otro amplio estudio de la Universidad de Medicina de Bristol, en Reino Unido, reveló que la ausencia paterna durante la infancia «se asocia persistentemente», ya de adulto, con la depresión, malos hábitos y una visión pesimista de la vida.
También una investigación de la Universidad de Emory –en Atalanta– explica que la ausencia paterna influye en las relaciones posesivas, en los ideales románticos y en la posibilidad del divorcio entre los adultos jóvenes.
Cabe señalar que los padres de Vargas Llosa se separaron cuando él era aún un bebé (en rigor, el padre se había fugado en el quinto mes de embarazo), y pasó su niñez pensando que era huérfano. Cuando cumplió 10 años, su madre le reveló que aún seguía vivo, y cuando lo conoció, ya con 11, en una fría entrevista en un hotel, y se fue a vivir con él a Lima, su padre se mostró arisco, violento, e intentó por todos los medios alejarle de la literatura.
El imprescindible papel del padre
Hay, incluso, quien se ha parado a analizar las figuras paternas que aparecen en las obras de Vargas Llosa. Es el caso del escritor peruano Zein Zorrilla, autor de Vargas Llosa y su demonio mayor: la sombra del padre, que constata «una de las obsesiones» del ganador del Nobel, a partir de las figuras paternas que retrató en La ciudad de los perros, La casa verde y Conversación en la Catedral.
La conclusión es evidente: el padre es siempre, para Vargas Llosa, un elemento que proyecta su sombra, muy lejos de esa presencia luminosa que está llamado a ser dentro de una familia, capaz de construir ese vínculo emocional estable, seguro, inspirador y feliz que el propio escritor supo descubrir en los hogares de sus compañeros.
Su vida afectiva, de hecho, fue el mejor testimonio de hasta qué punto un padre puede marcar la diferencia en la vida de sus hijos, mucho más allá de la niñez.